(191 páginas. 8,40€. Año de edición: 2010) |
Eliseo no vive en una gran mansión. Tampoco tiene grandes riquezas. Su ropa son prácticamente harapos. Pero solo le ha hecho falta un segundo, aquel en el que su mirada se cruzó con la de Elena, para llenar su vida por completo. Esta es la historia de ese segundo, y de todos lo que vinieron después.
Premio Barco de Vapor en 2010, esta novela semihistórica (está ambientado en algo así como un tiempo pasado indefinido, que podría ser el siglo XIX) de amor adolescente se lee con suma facilidad, como todas las novelas del autor, contando con el aliciente del relato de esta relación amorosa, llena de romanticismo y pasión:
Eliseo, de 16 años, huérfano al servicio del médico del pueblo, el doctor Quijano, un hombre egoísta con reminiscencias del dómine Cabra (sin llegar a tanto en la tacañería, pero añadiéndole gotitas de crueldad, cinismo e ingratitud), no es nadie hasta que cruza su mirada con una joven hermosísima, Elena, de quien se enamora en un solo segundo. ¿El problema? Elena es hija de un hombre poderoso al servicio del rey, Mauricio Monteagudo.
La primera parte del libro (Las páginas arrancadas) es la mejor de la obra, en la que explica las circunstancias de este súbito enamoramiento y se compara con la historia del pintor que se enamora de la hija del rey al pintar su retrato, el cuento sobre el que Elena le envía notas (subrayando partes de dicha historia, arrancándolas de su libro sin que sus padres se enteren) a Eliseo al salir de la iglesia los domingos.
A Eliseo le ayuda el maestro Florencio (enamorado a su vez de una joven costurera), que le lee y escribe las contestaciones, hasta que Elena se va. Eliseo queda muy bien definido y podría tratarse de cualquier adolescente, inmerso en un mar de dudas, hasta que encuentra una finalidad en su vida. Elena, aunque más desdibujada porque su perspectiva queda más lejana, también cae simpática al rebelarse contra esa soledad a la que la tienen confinada.
La segunda parte decae, pese a que la acción se precipita. Quizás es menos creíble que la primera, en la que se puede uno creer la historia de un flechazo instantáneo al estar centrados en Eliseo, un don nadie con inteligencia que se da cuenta de la importancia de no ser un analfabeto y que lucha contra su ínfima condición social cuando su amada se marcha. Es como si el autor no hubiera sabido resolver el libro, bajo la amenaza de repetir la tragedia contada en la historia paralela, en la que el pintor pierde la mano y la princesa se muere de tristeza.
Y es que el desenlace es totalmente inverosímil, con una resolución progresista por parte de los padres de Elena, tras una no menos increíble ayuda de Dolores, la nueva institutriz de Elena, la cual, al separarse de Eliseo y enterarse de que estaba concertado su casamiento con otro hombre, cae gravemente enferma.
Pero bueno, el lector adolescente no tiene por qué reparar en este casi deus ex machina en que se convierte Candela de Sanchidrián, ni en esos secundarios casi esquematizados (fallos como el de la borrosa ambientación, también espacial, en los que no parecieron reparar los miembros del jurado del premio), sino que simplemente disfrutará de esta historia de amor casi imposible que rompe todos los pronósticos y que puede resultar desde un 1º de la ESO a un 3º.
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