(2ª temporada. 13 episodios. 18/10/12 - 24/01/13) |
Contiene spoilers
El punto fuerte de esta serie, sin duda, reside en el planteamiento de ofrecer temporadas autoconclusivas y, por tanto, tramas independientes. Corre el peligro de alentar comparaciones (a unos les gustará más la 1ª temporada, a otros la 2ª), pero también es un aliciente creativo: ¿qué nuevas formas adoptará el mal?, ¿qué vueltas de tuerca darán las nuevas historias?, ¿estará mejor o peor el actor X con papel totalmente distinto (no me digan que el actor no estará encantado de repetir aquí para demostrar su capacidad interpretativa)?, ¿volverá a deslumbrar Jessica Lange? Estas y otras preguntas obtendrán respuestas bien diferentes según cada uno. Lo indiscutible es el sello indistintivo marca de fábrica AHS (American Horror Story): una estética gore/vintage, sangre muy plástica, escenas intensas, bizarras, cronología aleatoria, giros macabros o irónicos, personajes que se desdicen, humor negrísimo, escenarios tan potentes como los propios protagonistas y, claro, cómo no, una cabecera demencial, como la serie (serie que prefiero ver del tirón que al ritmo de emisión, con la poca continuidad que hay me costaría más engancharme o seguirla).
¿Qué tiene Asylum que no tenga la primera temporada? Ambientación sesentera, más violencia, más sangre, más escenas desagradables (que si brazos arracados, que si agujas en el ojo...; aunque se lleva la palma en esto el inefable Dr. Arthur Arden -vaya cambio de registro para James Cromwell-, con sus experimentos con humanos, como los que lleva a cabo vengativamente con la pobre Shelley -Chlöe Sevigny, que pasa de ninfómana a esperpéntico aborto de la naturaleza, con la piel bubónica y con muñones como piernas), y Briarcliff, un asilo o manicomio o cárcel de los horrores, regentada con la mano de hierro de la Hermana Jude Martin (qué decir de Jessica Lange, salvo que volverá a ganar todos los premios de reparto con esta monja aparentemente inquebrantable, pero más vulnerable que cualquiera de los dementes allí encerrados por su tormentoso pasado, del que queda el conjunto de ropa interior picante rojo), cuya evolución a lo largo de la temporada será asombrosa y simplemente verla dará sentido a la temporada.
Echamos en falta a los espíritus cabritos y perversos de la casa embrujada de la primera temporada, así como a la joven pelirroja que enturbiaba y enardecía a todo hombre con que se cruzaba, pero a cambio tenemos una marcianada (nunca mejor dicho) de tramas que hacen confluir los abusos pentenciarios en este asilo de corte religioso, un psicópata llamado Bloody Face, otro obsesionado con las Navidades, un nazi escondido por ahí (genial el puntazo con Anna Frank), experimentos médicos, extraterrestres y hasta el mismo demonio. Como se ve, poco en serio hay que tomárselo todo y dejarse llevar por las macabras ocurrencias de los guionistas.
Puede que Evan Peters no se luzca tanto con Kit Walker (demasiado bueno, demasiado tonto, demasiado previsible) como con el carismático Tate, pero el resto de los que repiten salen ganando. Como Zachary Quinto (no por su mayor protagonismo, sino porque ese doctor Oliver Thredson es una mina, pasando de ser uno de los más humanitarios a... puntos suspensivos). O como Lily Rabe: qué decir de Sister Mary Eunice, el alma cándida y hueca doblegada por cualquiera hasta que el demonio se le mete dentro: genial este personaje, cuantas más cabronadas hace para que el mal se propague más nos gusta la actriz, con sus miradas pícaras, sonrisas burlonas y una seguridad diabólica que contrasta con la anterior y modosa Mary, hasta acabar seduciendo a Monseñor Timothy Howard, otro gran personaje, el más humano de todos quizás por su debilidad (estaría dispuesto a todo con tal de ser un Papa, aunque nunca lo reconocería).
Y de los que repiten, cómo no mencionar a Sarah Paulson, cuya Lana Winters es de lo mejorcito de la temporada: su amada la traiciona y por eso y por su ambición periodística acaba encerrada y vejada en Briarcliff, pero cosigue sobreponerse y fundamenta su resistencia en la huida, para acabar deseando no haber salido. Escenas como la del intento de aborto que ella misma se procura, o las agallas que demuestra con Bloody Face, sin embargo, no son nada en comparación con el último episodio, situado ya en el presente, ella mayor (genial la caracterización, fundamentada en la decoloración de la piel más que en las arrugas) y con gran éxito, cuando se queda cara a cara con ese hijo suyo que abandonó.
No tan boyantes son los papeles de Frances Conroy, aunque es poética y hasta emotiva su participación como Ángel de la Muerte; ni el de Dylan McDermott como Johnny Morgan, el desequilibrado hijo de Bloody Face, un tanto histriónico e inverosímil, como en esa escena con la prostituta que le da de mamar (aunque es verdad que su intervención con la psicóloga es turbadoramente divertida). Es una pena que no estén la sensual Connie Britton ni Taissa Farmiga (genial como hija adolescente, se habla de que está en negociaciones de participar en la tercera temporada) y para acabar con el elenco de actores (estos novedosos), habría que mencionar a Lizzie Brocheré, que cumple como Grace (aunque su mejor momento es su última escena, y lo es indirectamente) y a una secundaria, Naomi Grossman, que no es tan fea como la pintan.
Volviendo a las preguntas iniciales, yo me quedo con la primera temporada por el encanto de los espíritus y porque las expectativas creadas con los personajes del demonio metido en la monja y del doctor Frankenstein/Arden (¿un guiño el Shelley de su peor creación, su Frankenstein particular?) se vienen abajo antes de tiempo, por más que sirva para darle la vuelta a la tortilla con Jude. El epílogo es totalmente anticlimático y no cierra bien la trama con Kit. Se podría haber sacado más jugo del Papá Noel maniaco y en ningún momento la trama paralela del presente nos dice algo, por más que la retomen con la aparición del hijo de Bloody Face. De todos modos, sigue siendo muy entretenida y totalmente recomendable, aunque también es recomendable tener el estómago bien asentado por si acaso.
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