(320 páginas. 11,36€. Año de edición: 2009) |
El clásico de la literatura de terror está adaptado de forma estupenda, de modo que nuestros jóvenes pueden disfrutar de lo que supuso el aldabonazo del mito del vampiro. Sí, está inspirado en folclore, el tema ya había sido tratado antes y todo eso, pero la explosión del éxito se lo debemos a este irlandés. No solo el mérito está en dar con un tema que se ha colado en la imaginería de medio mundo (como si fuera poca cosa), sino que el estilo narrativo es muy apropiado y contribuye a dotar a la obra de una notable verosimilitud: cartas, recortes de periódicos, diarios... El distinto y variado material que Mina Murray recopilará para luchar contra Drácula favorece el perspectivismo y convierte la obra -sobre todo para el lector de la época, más ignorante en lo que respecta al vampirismo- en un interesante y paulatino juego de piezas que van encajando hasta componer el retrato del temible conde Drácula.
Estructura, pues, enriquecedora, avance paulatino de la intriga y del interés, distintos escenarios para dar variedad y dinamismo (de Transilvania pasamos a Londres, en una contraposición de lo que es un territorio idóneo para las supersticiones con otro más propio de la modernidad, más impermeable a lo paranormal) y, también, personajes complejos, empezando por el maléfico conde Drácula.
La siguiente en importancia podría ser Mina, el motor de la acción del último tramo del libro. Jonathan Harker, su prometido, es el eje del inicio, el que nos da a conocer al Conde, su castillo, sus tres bellas esbirras. El nexo de unión entre ambas partes sería Lucy Westenra, la joven que recibe proposiciones de tres hombres: el noble e influyente Arthur Holmwood, el doctor del manicomio John Seward (donde un paciente suyo será uno de los secundarios más interesantes, por su excentricidad y peculiaridad, Renfield) y el valiente americano Quincey Morris. Arthur será el elegido por la joven, pero los otros dos serán partícipes de la trama muy de cerca. Y es que Lucy enferma y sus síntomas son incomprensibles para Seward, por lo que este llama al otro personaje clave: el profesor Van Helsing, de Amsterdam, conocedor del mundo de enfermedades oscuras. Él encabezará la defensa contra Drácula, ayudado por los antes mencionados.
La vigencia es indudable, aunque se aprecian detalles apegados a otra época, como las referencias religiosas como única manera de combatir al mal o, sobre todo, el cierto componente misógino que flota no por parte del autor, sino de la época, como cuando dejan a Mina fuera de las decisiones, pese a que ella había demostrado ser la más inteligente de todos. Por no hablar de que destila una significación bastante negativa el hecho de la pérdida de la pureza por parte de las mujeres estigmatizadas por Drácula.
Por último, la edición de Teide está muy cuidada, salvo por una falta ortográfica en la página 271 ('dirije') y por una edición que no aprovecha todo lo bueno de su introducción bastante exhaustiva, su útil guía de lectura y las interesantes propuestas de trabajo por culpa de un diseño no demasiado atractivo, en parte por culpa de unas ilustraciones que no terminan de enganchar.
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