(288 páginas. 18,50€. Anagrama compactos: 9€. Año de edición: 2010) |
Decepcionante sería el calificativo que más se ajusta a mi lectura del último libro de Auster. Ni rastro de la magia del azar de otras novelas, ni de esos argumentos enrevesados, tumultuosos, plagados de circunstancias a veces alucinantes o casi imposibles. Por no hablar de la construcción de los personajes, seres no de carne y hueso, sino de palabras que sin embargo daban tal impresión. Aquí, sin embargo, los personajes son el punto más flaco de la obra, pues vemos esbozos, fragmentos, casi arquetipos, sujetos que se ciñen al tópico y cuyos actos no se corresponden con su psicología. No se puede decir que sea una lectura aburrida, porque está claro que Auster maneja bien las tramas y sabe dosificar la intriga, pero no es suficiente (además de que hay pasajes, los que se ciñen sobre todo a la tesis de Alice y los referentes a la película Los mejores años de nuestra vida, que resultan totalmente prescindibles, así como los que hablan de anécdotas de béisbol).
El núcleo de la narración gira en torno a Miles Heller, de 28 años, un hombre “herido” por un trágico suceso en la adolescencia: la muerte de su hermanastro mayor, Bobby, cuando tenía 14 años, fruto de un accidente en la carretera, a raíz de un empujón suyo tras una discusión. Esto le moverá a “fugarse” de todo contacto con sus padres (separados) durante 7 años. Ni él mismo logra explicarse por qué hace eso (ni por qué tarda tanto en rectificar). A pesar de ser el centro, el narrador omnisciente abarcará a otros personajes: Morris Heller, padre de Miles y casado con Willa, madre de Bobby, aunque con problemas en el matrimonio por una infidelidad de Morris, el cual lleva una pequeña editorial que subsiste gracias al éxito de Renzo; Mary-Lee Swann, madre de Miles, actriz y cuyo papel como madre se ha reducido a intervalos esporádicos; y Ellen Brice y Alice Bergostrom, compañeras de Bing Nathan, amigo de la infancia de Miles, con quienes irá a vivir de okupa en una residencia de Sunset Park.
Miles llega allí por otro suceso clave: se enamora de Pilar Sánchez, menor de edad, pero de gran inteligencia, pasión y con esa chispa de la vida y de la alegría, con la que saca a Miles de su estúpida ataraxia. Sin embargo, la hermana mayor de Pilar, la pérfida y egoísta y materialista Ángela, que odia a Miles y le amenaza con denunciarle si no le ofrece más regalos que pueda saquear en su trabajo (desaloja edificios de desahuciados), se cruza en su camino. Por eso abandona Florida y pasamos a la 2ª parte de la novela, en la que el foco narrativo pasa de unos a otros sin que el propio Miles tenga su correspondiente atención. Y lo peor es que todo queda en suspenso, dando una sensación de inacabado, incompleto, mal trazado. Como con prisas. Podría ser un acierto dejar todos los frentes abiertos, como si lo que se nos hubiera querido mostrar es un pequeño fragmento en las vidas en trance y en tránsito de estos personajes, pero no cuela porque si no, a qué tanto detallismo previo, a qué tanta atención por configurarnos (fallidamente) sus respectivas psicologías, por qué ese brusco giro del final.
De modo que segunda novela consecutiva donde Auster desfallece. En la anterior por un final que arruinaba una historia interesante; en esta porque las prisas y la dejadez se acumulan y atentan contra la credibilidad de los atribulados personajes. Encima todo se tuerce para Miles como consecuencia del puñetazo a un policía que tira por las escaleras a Alice, en un giro que deja sin desarrollar porque ese es el final de la novela. Bueno, no: el final es una especie de moraleja o de conclusión de Miles:
“de ahora en adelante, dice para sí, dejará de tener esperanza en nada y vivirá exclusivamente para hoy mismo, para este momento, este instante fugaz, el ahora que está aquí y ya no está, el momento que se ha ido para siempre”.
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