(144 páginas. 9€. Año de edición: 2003) |
Sin desmerecer este libro de relatos, he notado un descenso del interés que los anteriores libros de Borges me produjeron. Estamos hablando, eso sí, de relatos de gran originalidad, de argumentos de ciencia-ficción siempre escogidos y diferentes, pero con una sorpresa menor, un empleo de recursos literarios por debajo de lo acostumbrado. O tal vez es que ahora no están las palabras precisas de antes: son como pálidos reflejos de relatos suyos. Al contrario que me ha pasado en Ficciones o El Aleph, algunos relatos de El libro de arena no me dicen nada o no lo suficiente como para destacarlos, como si me ha ocurrido con los siguientes:
El otro: Borges, en el 69, en Cambridge (Boston), se encuentra consigo mismo en un banco a las 10 AM. El otro Borges se encuentra en Ginebra, en 1918. El juego dialéctico entre ambos se centra pronto en cómo no olvidar ese encuentro, como parece haberle pasado al Borges del presente.
A pesar de que se reseña El congreso como uno de los mejores relatos del libro, me ha resultado farragoso, lento, pesado, no me ha llegado el relato de Alejandro Ferri sobre las peripecias en torno al grupo de hombres que se reúnen con el afán de convertirse en representantes de los seres humanos. Es el más largo y se me hizo largo.
Utopía de un hombre que está cansado es una extraña historia de un hombre que, perdido, se encuentra con una casa en la que un hombre alto y gris, proveniente del futuro, se prepara para huir. El soborno, pese a lo intrincado, es bastante original: trata de una disputa en la Universidad de dos estudiosos en busca de un puesto, y cómo el que tenía menos posibilidades, Eric Einarsson, pese a estar en desventaja con Herbert Locke, se hace con el puesto gracias a una artimaña.
En El disco, un leñador de avanzada edad demuestra su egoísmo cuando llegó un hombre alto y viejo que decía ser el rey de los Secgens gracias a que tenía el disco (llevaba el puño cerrado). El leñador (el narrador en 1ª persona) quiere ese anillo y mata por la espalda al hombre y busca en vano el disco que cae de su mano.
Y el relato que cierra el libro y que da título a este, El libro de arena, cuenta cómo un hombre extranjero quiere venderle un libro especial (el narrador es un bibliógrafo, el propio Borges), un libro sagrado, infinito: “se llamaba el Libro de Arena, porque ni el libro ni la arena tienen ni principio ni fin”. Por eso no se puede alcanzar ni el principio ni el final, ni encontrar una página dos veces. Pronto se le convierte en un objeto de pesadilla, por lo que opta por dejarlo en la Biblioteca Nacional (“Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque”).
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