(192 páginas. 6€. Año de edición: 1994) |
“Recuerdo haber siempre pensado que la propia vida no existe por sí misma, pues si no se narra, si no se cuenta, esa vida es apenas algo que transcurre, pero nada más. Para comprender a la vida hay que contarla, aun cuando sólo sea a uno mismo (...) Por ese motivo es por el que la narración restituye la vida sólo de forma fragmentaria”. “Como nada memorable me había sucedido en la vida, yo antes era un hombre sin apenas biografía. Hasta que opté por inventarme una (...). Mi vida no es más que una biografía como la de todos, construida a base de recuerdos inventados”.
Pese a este estupendo inicio, en Recuerdos inventados, una sucesión de escenas o fragmentos (27) que hacen referencia a un tablón donde se van sucediendo reflexiones muy interesantes, y que prometen un libro fantástico, como el de Suicidios ejemplares, aquí la calidad no es tan alta como en este último. El mejor relato sería este que digo, junto a La fuga en camisa, sobre el mismo tema que el primero, esos recuerdos inventados, esa autobiografía forjada más a base de imaginación que de la propia identidad, esa necesidad de narrar, por más que lo narrado sea objeto de la ficción o de la mentira (“decidí que haría míos cuantos relatos o pasajes de la vida de extraños había ido oyendo a lo largo de mi viaje”), aunque acabe diciendo “Adiós a la palabra escrita, que sólo sirve para que todavía nos ocultemos más” (por lo que el narrador acaba de contador de historias orales).
Pero costaría rescatar alguno más fuera del terreno de lo anecdótico. Vale, hay momentos graciosos, hay momentos brillantes, pero no la narración en estado puro como en la mayoría de los relatos del libro ya reseñado. No hay vueltas de tuerca ni sorpresas ni historias inverosímiles engarzadas sobre otras inverosimilitudes que den cohesión y verosimilitud. También hay una desviación mayor hacia lo surrealista o hacia la imagen metafórica, un cierto rebuscamiento que imposibilita o dificulta la lectura, desviándola de la trama para reforzar la misma palabra. La historia a veces es lo de menos, y es una pena.
Puede ser que la mención a Tabucchi del inicio haya gafado el conjunto; o que me enfadase encontrar tres relatos ya leídos en la otra colección, que es un poco de timo o de truco de grupo musical que vuelve a recopilar sus “hits” (aunque no sé si este libro fue primero, claro). El caso es que sin llegar a decepcionarme, no he conseguido disfrutar tanto como en la primera lectura de Vila-Matas. Me espero más que un pequeño demonio que hace la vida imposible a su madre y narradora; que un enano jorobado y con dientes afilados al que le toca la lotería pero sigue teniendo inaccesible la fuente de su felicidad; el niño que hace de monaguillo en la iglesia de quien se ha enamorado; que un hombre al que confunden con un director de cine en una fiesta peregrina en una terraza; que un aspirante a escritor que se mete anfetaminas y se queda sin palabras, a expensas de la defensa de su único amigo en París, que acaba arrojándose dos veces al Sena porque ha recordado que proviene de la Atlántida; que llamar a la inspiración la vendedora de Biblias y que un argentino jeta le robe la idea de la recopilación de la presencia de esa mujer en la vida de grandes escritores; que un paseo repentino de un estudiante que busca no quedarse dormido y se encuentra en su paseo, bajo la tormenta, con su padre, pero al final es todo un sueño…
Seguiremos, no obstante, leyendo más de Vila-Matas porque es indudable su originalidad y merece la pena aunque sólo sea por el buen sabor de boca de Suicidios ejemplares.
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