(432 páginas. 9,90€. Año de edición: 2008) |
Por algo se trata de uno de los grandes clásicos de la literatura universal: novela decimonónica, con un narrador omnisciente lo suficientemente hábil para no emitir juicios sobre los personajes (salvo por medio de otros personajes) y sí en cambio mostrarnos todos los recovecos de la narración.
Dividida en tres partes y estructurada en capítulos, la novela trata la tragedia de una mujer, Emma Bovary, cuyos sueños e ideales chocan contra la anodina realidad: casada con Carlos (médico de pueblo, limitado en su inteligencia y miras, conformista en el fervor que siente hacia su segunda y joven esposa, de quien no sospecha nada y por quien es capaz de todo sacrificio y desdén), Emma se refugia en el adulterio –como de joven lo había hecho con el misticismo– para acercarse a una felicidad que le es esquiva. Sus sucesivos amantes: Rodolfo, de posición acomodada; y León, un joven pasante, no sólo no la ayudan, sino que la frustran y hunden más, puesto que lo que ella cree hombres que merecen su amor, al estilo de las lecturas románticas e idealizadas que tanto le gustan, no son sino despreciables y egoístas que buscan aprovecharse de la situación.
Emma, sin duda, se convierte en el eje y en el centro de la atención narrativa. El juicio acerca de ella habrá ido cambiando con el tiempo: de mujer perdida e indecente, merecedora de su trágico final, a mujer moderna, no ceñida al arcaico sacramento matrimonial si este no le ofrece lo que demanda. Unas dosis de estupidez (sobre todo en cuanto a sus habilidades contables y su inutilidad para hacer cuentas y no hacerse cargo de los créditos en los que se está entrampando) no quitan que su compleja personalidad y su magnetismo vayan parejos al interés que suscita entre los restantes personajes.
El retrato de la sociedad del momento es implacable y no se limita a los personajes ya mencionados: el egoísmo y la corrupción moral se extienden a otros secundarios, aunque se llevan la palma el comerciante Lheureux (una especie de prefiguración de lo que será el capitalismo basado en intereses desmesurados) y el boticario Monsieur Homais, cuya consideración de sí mismo está muy alejada de la realidad, aunque mostrándose innovador y expansivo logra todo lo que se propone.
Descripciones rigurosas, acciones magistralmente desarrolladas y justificadas, diálogos vivos, personalidades que trascienden lo literario, léxico riquísimo e interpretaciones a gusto del lector. Es difícil buscarle defectos. Las dificultades que ocasiona por momentos la lectura vienen por el exigente léxico, el desconocimiento de las ambientaciones francesas, así como de sus costumbres o leyes. El determinismo latente (la imposibilidad de medrar socialmente si el origen es bajo) no se muestra tan patente como en las posteriores narraciones naturalistas. Por eso y por todo, no sólo no es difícil seguir la historia, sino que son admirables los logros de esta narración.
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