(288 páginas. 8,95€. Año de edición: 2010) |
Lo peor de la novela viene al principio: el excesivo (inacabable) prólogo escrito por la autora 15 años después de la publicación de este libro. Se ve que es una primera novela, aunque se nota, leyendo después más de ella, el germen narrativo, sobre todo en la creación de tortuosas historias de amor.
En su época, imagino, escandalizaría y atraería el marcado tono sexual del libro. Sexo, sexo y más sexo son, de hecho, las señas de identidad de Las edades de Lulú (no en vano ganó el premio Sonrisa Vertical, de literatura erótica). Estas partes son las que más me han chirriado. Me costaba seguir las descriptivas acciones, no sabía bien qué eran la grupa, las corvas, el sexo hinchándose de Lulú… Hay un esfuerzo por provocar y por complicar las escenas de sexo: que si dobles penetraciones, que si sodomizaciones, que si tríos, que si incestos… Era como si se hubiera propuesto a elaborar un manual literario de fantasías sexuales, y esa pretensión resulta que distancia.
Por otra parte, se nota el esfuerzo de la autora por pasar por escritora: veo demasiada ampulosidad, frases rebuscadas, imágenes pueriles, mucha confusión a la hora de pasar del presente al pasado. El personaje de Ely, la travesti amiga de Lulú, me ha parecido una simple figurante para ambientar. Otros personajes familiares, como la madre o el padre, que podrían haber dado más de sí, sin embargo, se quedan fuera enseguida. La intención última se me escapa, a no ser que todo se reduzca a la tesis de que sexo sin amor no lleva a nada (aunque por otra parte se ve que también la autora se esfuerza por lo contrario y no incide mucho en el romanticismo de la relación entre Pablo y Lulú).
Todo empieza con una imagen: una escena de sexo entre tres hombres y una mujer de una peli porno. Como Lulú, recién separada de su amor de toda la vida, Pablo (lo mejor de la novela es esa historia de amor), gran amigo de su hermano Marcelo (un punto, el de los hermanos, que suele darse en la narrativa de Almudena Grandes), se aburre, como sus días le parecen grises sin él, decide recrear esa película porno, por lo que baja al “lumpen” para conseguirse los servicios de homosexuales que se lo monten delante de ella y, ya de paso, que pueda participar. El culmen de esa espiral, esa composición sadomasoquista, no deja de parecerme rebuscado.
Al menos se consigue transmitir una imagen bastante aproximada de los desmadrados años 80, y los previos, los finales años 60, así como del paisaje madrileño en el que se mueve la (escasa) acción. Hay que reconocer el mérito, además, de la autora, al elaborar el complicado carácter de una mujer frustrada que quiere encontrar su propio camino, lastrada por una educación religiosa, sin intimidad por la multitud de hermanos, su actitud curiosa y atrayente hacia lo prohibido (el sexo) y los descubrimientos que realiza de la mano del amigo del hermano mayor (Pablo), de quien depende demasiado. Al sentirse incompleta en su desarrollo personal (se considera y es considerada como una niña), es cuando decide buscar su propio camino, aunque fracasa en el intento.
Luces y sombras, por tanto, en esta primera novela, aunque los puntos oscuros no impiden primero esta lectura y después la trayectoria posterior que ya se intuye.
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