(304 páginas. 19€ -ed. bolsillo, 9,95-. Año de edición: 2006. 1ª edición: 1957) |
La Azucarera prolonga la sensación amarga que dejaba Palacio del deseo. De hecho, creo que esta tercera parte me sobra. No aporta demasiadas novedades respecto a las dos anteriores novelas, salvo el final de alguna trayectoria temporal.
Esta novela, de extensión más reducida que las dos anteriores, peca de demasiada atomización. El recurso narrativo de saltar de un personaje a otro, que en las dos anteriores obras resultaba un procedimiento muy apropiado, ahora deja la sensación de desvaímiento, como si ninguna de las historias al final tuviera validez por sí misma. Otro aspecto que me ha parecido fallido es el empeño por mantener un ojo apuntando a los acontecimientos históricos en torno a Egipto, tanto los empeños nacionalistas, como a la dispersión de las nuevas juventudes respecto a tendencias ultrarreligiosas o comunistas, así como el impacto de la Segunda Guerra Mundial. Queda, a mi gusto, como a calzador, demasiado forzado.
Aunque tal vez mi decepción viene motivada por el derrumbamiento de la familia Abd el-Gawwad. Ahmad aporta el punto de vista de quien ha visto cómo su vida llega a su declive y sí que esta perspectiva es muy enriquecedora (aunque frustrante y agobiante). Amina lo mismo, pero, como ya pasó en la segunda parte, en un segundo plano. Lo peor, de todas maneras, se lo lleva el personaje de Kamal. Nuestro encantador muchacho de la primera parte, que ya mostraba signos de desorientación a raíz de su desengaño amoroso con Aida, es ya un treintañero a quien la decepción ha hecho mella. Descreído y amargado, lo peor llega con el encuentro con Budur, la hermana pequeña de Aida, que puede suponer para él una segunda oportunidad, pero su miedo por el compromiso matrimonial le lleva a perder lo que puede ser su último tren.
Los otros personajes, Yasín, Jadiga, Aisha (esta última con una trayectoria también desoladora: al fin ha perdido a su marido y dos de sus hijos, los que en el final de la segunda novela habían enfermado, y pierde a Naíma en un parto) tampoco aportan demasiadas novedades, y respecto a la nueva generación, los hijos de Yasín y Jadiga, no consiguen que me interese demasiado por su devenir al quedar más como representantes de sus posturas políticas más que como recreaciones humanas.
Un desmedido pesimismo azota a los Abd el-Gawwad y si eso representa el punto de vista del autor respecto a esa generación, es una pena que ningún personaje (que yo recuerde) se libre de esta decisión determinista.
(Por cierto, el origen de los extraños títulos resulta, al parecer, que se deben a las "afortunadas" traducciones, puesto que en versión original los títulos hacen referencia a los tres barrios por los que transcurre la acción)
Comentarios