(208 páginas. 7,50€. Año de edición: 2002) |
A pesar de que el tamaño (más bien pequeño) desmiente su importancia, a pesar de que en principio no tenía esta novela como una de las más reseñadas de Paul Auster (o quizá habría que decir en vez de "a pesar de" todo lo contrario, "gracias a" esa falta de expectativas), me he encontrado con una narración descomunal.
Tiempo indefinido, pero suponemos que un futuro no muy lejano. Espacio también sin identificar, aunque me ha parecido que a ese país de las últimas cosas, terrible metáfora de la destrucción del ser humano o de la sociedad humana, se le podrían buscar paralelismos con el Estados Unidos natal del autor, o incluso algún estado como Nueva York, sobre todo por referencias a una situación no tan dramática en otros lugares y la mención de Inglaterra como un destino de los hijos de un personaje femenino.
Si bien el inicio resulta o un poco difícil o cuanto menos muy duro, con la descripción de ese país terrible y desolador, con un estilo muy personal, nos encontramos con un escrito en 1ª persona de una chica llamada Anna Blume, que se adentró en este país en busca de su desaparecido hermano William. Es una carta dirigida a un antiguo novio, pero si nos llega a los lectores es porque un transcriptor del que no conocemos nada (pero del cual, al principio, encontramos señales, como esos incisos entre guiones como "escribía ella", "continuaba su carta", "escribía", "continuaba ella") y que desaparece al poco enterrado por el maremágnum de las revelaciones de Anna.
Dispuesto este territorio distópico, el más puro Auster nos entretiene con todas las peripecias sucedidas en aquel terrible lugar, dando cuenta de un desfile de personajes que, en distinta medida e importancia, se cruzan con Anna: Bogat, el director del periódico en el que trabajaba su hermano (personaje puente entre los dos mundos que conoce Anna); Samuel Farr, que adquirirá indecible importancia para la protagonista; Isabel, el punto de inflexión para Anna, la primera persona con la que traba contacto allí; su marido Ferdinand, un hombre destruido por dentro y por fuera; el rabino Isaac; Dujardin; y Victoria Woburn, el viejo Otto Frick, su nieto Willie y el pintoresco Boris Stepanovich, todos estos últimos relacionados con la Residencia Woburn, dedicada al auxilio de menesterosos.
Nos quedamos, eso sí, por conocer el final de esta intensa y fascinante historia (otorgando credibilidad y ese punto de puerta abierta a la esperanza para los optimistas o desesperanza para los pesimistas), aunque es la postura más inteligente. De las mejores novelas que he leído a Auster. Y van...
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