(160 páginas. 8,50€. Año de edición: 2006) |
El bullying nos es servido casi de primera mano: Diego, un muchacho de 16 años, vive un infierno con el acoso de cinco compañeros (a los que él llama verdugos), que le hacen la vida imposible. Y todo, parece ser, porque eso le cuesta entenderlo, por ser diferente: alguien que saca buenas notas, que posee un léxico elevado, inquietudes que lo alejan del fútbol o las motos y lo acercan al jazz. Por culpa de esta fiera persecución, poco a poco va perdiendo todo cuanto él estima prioritario: su libertad, su dignidad, su novia, Gloria (que no entiende la pasividad de Diego, aunque yo tampoco entiendo que lo deje sin más en tales difíciles momentos)... Poco a poco, va sintiendo que deja de ser una persona y va acercándose a lo que ellos le denominan: una escoria (con 'k').
Simplemente por el tema merece la pena la lectura, aunque sí es cierto que hay ciertos lastres: la trama no avanza demasiado pese a que casi desde el primer momento se nos muestra el problema. El narrador omnisciente nos hace partícipes de las tribulaciones de Diego (alias Bird antes de pasar a ser Eskoria), que giran en torno a lo mismo una y otra vez. Sobraría tanta reiteración o vendrían bien algunas variantes. Más grave es el recurso empleado con el personaje de Fede, otro de los acosados (este por su aspecto físico: gordo y contrahecho, ha sido siempre objeto de burlas; el propio Diego quiere ver diferencias entre los dos, y de nuevo este pensamiento, que él mismo trata de rechazar, se reitera demasiado).
Con Fede conoce la amistad, algo que Diego agradece después de tanto aislamiento (meritoria es la escena del instituto, la primera, cuando se esconde en el baño), pero el lector asiste a las extremadas vejaciones que Fede sufre, como ser orinado por los cinco verdugos (uno de ellos, chica): ¿se sacan la chorra delante de ella? ¿Lo hacen incluso en plena calle? Es poco creíble.
Tampoco hacía falta llegar al extremo que se llega. Se entiende que haya que crear tensión dramática, pero la reacción de Diego, su vencimiento a la parálisis que le provocan sus acosadores, podría haber llegado de otro modo. Además, las escenas finales son muy forzadas, impostadas, casi sonrojantes. Un colofón que parece un pegote tras tantas tribulaciones.
Se echa en falta alguna asistencia por parte de los adultos. Vale que vivimos en la inopia, pero aquí se nos muestra algo tan llevado al límite que resulta increíble que nadie haya dado una alerta (como cuando uno de sus verdugos, que aparecen nombrados con siglas, le quita un trabajo de literatura y lo entrega en su lugar: ¿un tío que suspende siempre cambia radicalmente, no sólo de habíto, sino de estilo y expresión, y no sospechan nada?). Tampoco le favorece a la obra esa indefinición al no nombrar ni la ciudad donde ocurren los hechos (aunque está claro que es Madrid) ni el instituto donde estudia. Un nombre, aunque falso, ayudaría a situar mejor el problema.
Vamos, que es una lectura recomendable, sobre todo para 3º y 4º de la ESO, pero que podría haberse aprovechado un poco más.
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