Libro finito (168 páginas), no así su precio (14,40€, desproporcionado en relación más que con el limitado número de páginas, con lo que encierra dentro), tipo Seda, que sin embargo se hace largo: intimista, sin acción, sin un referente externo al que anclarse (por más mención a los terremotos en Chile o a la dictadura de Pinochet), nos movemos en los movedizos terrenos de la intimidad del narrador, del yo omnipresente que todo lo devora, aunque paradójicamente ni el personaje narrador queda bien perfilado. Si esto pasa con el elemento más abundante de la obra, de los demás personajes (Claudia, Eme, los padres) ni hablamos, son meros accidentes.
Lo más destacable de esta falllida ¿novela? es la parte I, cuando el libro aún es una posibilidad que parece ser sugerente por ese estilo poético y porque parece seguir una historia definida, cuando el narrador es aún un niño y quizá esa nostalgia dota de un poso que luego se va perdiendo. Poco a poco las posibilidades se van desintegrando y se tiene la sensación de que ni el propio autor sabe adónde quiere ir a parar, por lo que a este lector se le ocurre un sitio: la basura.
Podríamos librarle de ese destino por el innegable estilo del autor, algo que le aleja del infumable Baricco, autor de recetillas pseudofilosóficas en forma de frases cortas y vacías. Sin embargo, no se le puede permitir esa tendencia a crear un revoltijo de ideas sueltas, pensamientos, poemillas y cuentas pendientes por saldar si no hay una estructura previa sobre la que sostenerse. Un paso atrás respecto de La vida privada de los árboles.
Aquí, Entrevista a Zambra.
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