Los renglones torcidos de Dios. Torcuato Luca de Tena. Austral

(448 páginas. 8,50€. Año de edición: 1979)
Al empezar mi reseña, descubro con sorpresa el año de edición de esta novela, a la que yo le atribuía más edad, en parte influenciado por el aire rancio del vocabulario y de la expresión (los enclíticos "cubrió, fuese, enteróse, despojóse"...). Tenía pensado referir que el argumento, interesante y entretenido, se veía lastrado por un lenguaje pasado de moda, decimonónico, pero creyendo que se trataba de una obra de los años 40, 50 ó 60. Bueno, tratándose del director del Abc tampoco podíamos esperar mucho más.

Esa es otra. Tratar de deslindar la obra del autor para reseñarlo sin trabas biográficas, así que hay que hacer un gran esfuerzo por olvidar su vertiente más bien anquilosada, algo que se trasluce en su trasnochado narrador omnisciente, que aunque tiene en Alice Gould a su principal foco de interés, no duda en pasar de aquí para allá, como si manejase una linterna y fuese apuntando a su gusto (gusto que se ve con claridad, por otra parte). 

Más allá de las construcciones sintácticas anquilosadas y de un cierto amaneramiento artificioso en lo literario, no hay que negarle el mérito de la metáfora de los renglones torcidos y en cuanto a la observación y el análisis de lo que era un psiquiátrico de la época (aunque espero que la obra sí que esté ambientada unos años antes, porque si no, vaya país...). Por lo visto, como dice en el prólogo de la edición de Círculo de Lectores Juan Antonio Vallejo-Nágera, el mismo Torcuato se internó en un manicomio. De ahí que algunas páginas parezcan un tratado de psiquiatría ("Las esquizofrenias tienen de común con las paranoias la existencia de estos delirios de interpretación: la deformación de la realidad exterior por una tendencia invencible, y por supuesto morbosa, a ver las cosas como no son", para a continuación diferenciar que la esquizofrenia suele ofrecer interpretaciones de la realidad disparatadas, mientras que las paranoias suelen estar teñidas de lógica).

Sus curiosidades tiene. Por ejemplo, que los 29 episodios del libro vienen antecedidos por una letra del abecedario (entonces la 'll' o la 'ch' iban aparte), es de suponer que porque no le llegó para 30 episodios y no le gustó que no quedara la estructura tan redonda. O que la parte dialogada, sobre todo al principio, sea la principal forma del discurso que aparezca (en las partes más psiquiátricas destaca la descripción). Que los personajes sean muy relamidos puede ser defecto del autor o que sus personajes son así de remilgados. Pero se aprecia el intento de que sean realistas.

Como digo, lo mejor, con diferencia del libro, lo que supongo que le ha ocasionado tanta fama, es la trama, un tanto a lo Sutter Island. El supuesto caso de la investigación del asesinato del padre del doctor Raimundo García del Olmo le lleva a internarse en el hospital de manera voluntaria, aunque con la argucia de hacerse pasar por loca por orden de su marido, Heliodoro Almenara. La duda persistirá en casi todo momento: ¿Alice está loca, lo finge, o por el contrario, el caso existe?

El personaje principal es un tanto vanidosa, sofisticada, orgullosa, por momentos prepotente por su alta preparación y dominio de los idiomas, pero sobre todo reside en ella un interés genuino por ayudar, por lo que su referente en el hospital de La Fuentecilla es la psicóloga y asistenta social catalana Montserrat Castell, una mujer compasiva y afable que busca en todo momento ayudar (y que de hecho acabará "alistándose" a monja carmelita).

Creo que el autor acierta mucho más en la recreación de los enfermos que en los otros personajes. La galería de demenciados es prolija y por momentos rigurosa: el Gnomo, el Hombre Estatua, Rómulo y Remo, Alicia la niña oscilante, el Hombre Elefante, el Hortelano, Ignacio Urquieta con su fobia al agua, etc. Sobre todo impresiona los casos más extremos, como a los que tienen dañada la médula espinal o el que estuvo encerrado durante muchos años sin poder casi moverse, casos duros de ver y de leer.

Quizá eso se debe a que los doctores y psicólogos tienen un sesgo más definido, además de que casi siempre están presentados desde un punto de vista admirativo, con la vocación por delante. Con todo, el catálogo tendría como pico más alto al modélico doctor César Arellano, a quien se le intuye incluso un interés romántico por su paciente. Incluso el más vil y rencoroso de todos, el que durante la primera parte de la  novela parece tener la clave de la locura de Alicia, Samuel Alvar, tiene sus puntos positivos, como ese enfoque social para que la vida de los pacientes mejore y no tengan la impresión de estar en la cárcel.

En general, se mantiene el interés por saber cómo avanza la investigación y apreciar si esta existe de verdad o solo en la mente de Alicia. Y como en las mejores obras, las interpretaciones finales son múltiples, y cada uno se puede quedar con la que más le  convenga: yo, por ejemplo, me quedo con que Alicia, al no soportar la mediocridad de su marido, un vulgar estafador de poca monta, se monta la película del asesinato para encubrir sus achaques mentales, que seguramente sean fingidos, pues ha leído muchos tratados psicológicos y ha cursado un doctorado en ello.

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