(Netflix. 13 capítulos: 10/08/2018) |
¿Una parodia de una telenovela? ¿Tipo Jane the virgin? No, no tiene nada que ver, una está vista desde los ojos de un norteamericano y aquí la revisión es de un mexicano (Manolo Caro). Bueno, vamos a darle "chance", que solo dura media horita y empieza de manera curiosa: una mujer (Roberta) se cuelga en medio de la fiesta de una familia distinguida por su negocio de las flores y que tiene la fama de ser modelo. Pronto la voz en off de la colgada se encargará de poner a cada uno en su sitio.
Lo cierto es que he empezado mal mi reseña. Tenía que haber empezado por Paulina de la Mora. Perdón: Pau-li-na. Desde el principio, llama la atención su peculiar dicción, su extraña manera de casi silabear cada frase, recalcando prácticamente cada palabra: "¿Qué le pasó a mi pa-PÁ?". Resulta por momentos cargante, por momentos hipnótica, pero es acabar el capítulo y solo tener ojos para ella. Llega a ensombrecer lo demás. Pronto estás imitando su forma de hablar y siendo fan de Pau-li-na. Se come todo lo demás Cecilia Suárez, a quien resulta muy chocante oírla hablar lejos de este papel, cómo le cambia la voz y la entonación, cuando parece imposible que esa manera de hablar sea natural, porque cómo es posible hablar así y al mismo tiempo encima actuar bien.
Porque si por si eso fuera poco, además es un personaje cargado de fuerza, la mayor de la saga, la encargada de solventar todos los problemas que sus otros dos hermanos son incapaces ni de enfrentarse. Sabemos además que tiene un hijo adolescente, Bruno (Luis de la Rosa, que pronto desdecirá la primera impresión de que es el típico hijo de papá pijo y consentido), que tiene mucho carácter, mucha inventiva y que es digna sucesora de la matriarca. Después iremos descubriendo otras cosas más de ella.
A todo esto, se me olvidaba:
Ojo, la reseña contiene spoilers:
Algo que habla bien de esta serie es que no solo hay que verla por el personaje de Paulina. Existen más motivos, como una BSO muy divertida (y no solo por los karaokes que se marcan algunos), una mirada inteligente hacia algunos temas tabúes no solo en Latinoamérica, sino en otros países como el nuestro (la homosexualidad, los transexuales, la importancia del qué dirán, el consumo de marihuana...) y una trama que bebe del folletín clásico y que trasciende gracias a los matices de los personajes.
Tus percepciones iniciales (o prejuicios) pronto se ven trastocados. Por ejemplo, pasa con Virginia de la Mora (Verónica Castro, la mamá del Christian Castro, alias "Azul", de quien es interesante oírle hablar a su mamá de él, por cierto, rostro visible de telenovelas como Los ricos también lloran), que en un principio te causa hasta rechazo y no solo por su rostro adulterado por la cirugía, sino por ser la representante de esa fachada perfecta que esconde lodos subterráneos. La típica mala de la telenovela, capaz de cualquier cosa por conseguir una portada de revista o el auge de su florería.
Nada de eso. Pronto iremos cambiando nuestra forma de verla, como nos ocurrirá con Paulina, según vaya reaccionando a los acontecimientos. Perdonará la infidelidad de su marido aceptando a la niña de este con la colgada, y también irá aceptando todo lo que en un principio su moral cuadriculada le impedía hacerlo: el negocio alternativo del cabaret (la segunda casa de las (f)lores), un hijo homosexual (o bisexual), que otra hija se case con un hombre de color (se dice negri-to, ma-má). Lo importante es la felicidad de su gente.
Por el contrario, la simpatía que teníamos por otros personajes que representaban más amplitud de miras, como por ejemplo Elenita (Aislinn Derbez), que ha estudiado arquitectura en Nueva York y que viene a anunciar su compromiso con Dominique (Sawandi Wilson, quien no sé si es insulso de por sí o si es su personaje el único plano, alguien que sin dar motivos está ausente en varios capítulos y que reaparece hablando un español casi perfecto cuando al principio solo hablaba en inglés). Alguien, pues, alejado de los tejemanejes de las matriarcas Virginia y Paulina, con ideas abiertas, que irá cometiendo los mismos errores de sus progenitores: le pone los cuernos a su prometido con su recién descubierto hermanastro Claudio (Lucas Velazquez), miente, enreda para quedarse con la florería.
O como por ejemplo Julián (Dario Yazbek Bernal, hermano menor de Gael y clon del futbolista Pablo Aimar), el niño bonito de la familia, el haragán encantador que lleva, como su padre, una doble vida, aunque lo haga de manera que ni él mismo se da cuenta de que es un hipócrita. Casi comprometido con su novia Lucía (la muñequita de porcelana Sheryl Rubio Rojas) y liado con el agente financiero de la familia, Diego (Juan Pablo Medina), un hombre de 40 años que le perdona las reincidentes meteduras de pata del nini de la Mora. Sus constantes dudas sobre su identidad sexual no perdonan las mentiras e infidelidades y la inicial simpatía deviene en un "te lo mereces" ("si no estuviera triste, estaría feliz", llegará a decir cuando regresa su papá de la cárcel, pero ya Diego lo ha dejado).
En un segundo plano quedan otros personajes como Ernesto (Arturo Ríos), otro que inicialmente parece un buen hombre, abnegado padre y devoto esposo, hasta que Roberta descubre el pastel y vemos que tenía una doble vida, con una hija nacida de la otra relación, la enternecedora Micaela (Alexa de Landa no se ha ganado figurar en el reparto de la serie para IMDB), una niña que es la principal afectada de las cuestionables decisiones de los adultos que la rodean, empezando por su mamá suicida que no piensa en ella y acabando por todos los de la Casa de las flores, que en general la menosprecian, salvo Bruno.
Podríamos hablar de Delia (Norma Angélica), la cotilla y simpática criada de la casa, además de confidente de Elenita; de María José (Paco León haciendo de Raquel Revuelta en plan más serio pero no del todo convincente), anteriormente José María, marido de Paulina, un abogado prestigioso en el que residirán las esperanzas de sacar al papá de la cárcel; de la vecina cotilla abominable Carmelita (Verónica Langer) hasta que conoce al stripper Poncho; del psicólogo infantil Salomon Cohen (David Ostrosky parece que se esté riendo en la mayoría de sus escenas, aunque no venga a cuento), que recurre a un calcetín con ojos para ganarse la complicidad de sus pacientes; o de la archirrival florera Chiquis Corcuera (Nastaha Dupeyrón sale poco, pero se gana las risas del espectador con su papel de ciega malvada que lleva su amanerado hermano).
Absurda por momentos, histriónica, exagerada, pero sobre todo muy divertida, La casa de las flores trasciende de lo que esperas de ella y ofrece las dosis justas de giros dramáticos y una escritura inteligente que no transita por donde esperas. Si añadimos una intro original con esa musiquita como de caja de bailarina y el cuadro casi cubista de los personajes y un final que te deja con ganas de más (¿a quién dispara el marido de Carmela cuando la descubre con Poncho en la cama?, ¿la Chiquis destruirá la florería pese a las amenazas de Elena?, ¿Diego de verdad no se arrepentirá de dejar a Julián y robarse el dinero de la caja fuerte de la segunda Casa de las flores?, ¿Virginia no solo renuncia a la florería sino que también escapa tanto de su marido como de su amante?, ¿Paulina se va a vivir con María José y Bruno a Madrid? y, sobre todo, ¿encontrarán al perro Pepino, que se le escapa a Julián en la fiesta del 50 aniversario de la florería?
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Estoy ansiosa esperando nueva temporada
Besos