(384 páginas. 8,50€. Año de edición: 2011) |
Qué mejor excusa que el estreno de la serie El día de mañana, basada en el libro de Martínez de Pisón, para releer este libro (anterior a mis reseñas en el blog). La serie, de seis capítulos (vamos aún por el dos), tiene muy buena pinta, y ya casi no recordaba nada de un libro que me había dejado muy buen sabor de boca, aunque sea una lectura muy agridulce.
El zaragozano suele ofrecer un catálogo impresionante de personajes que más bien son seres vivos, complejos, profundos, contradictorios. Utilizando técnicas casi costumbristas, el estatismo no prevalece en la configuración de caracteres, y es casi como si estuviéramos metidos con una cámara tanto para ver cómo se mueven y actúan, como para ver cómo piensan.
Si a eso le añadimos una utilización magistral de un realismo que parece sacado del modelo decimonónico pero que engaña, pues siempre hay un toque especial que le dota de modernidad a las páginas, y que suele partir de la posguerra para llegar casi al presente y explicarlo por medio del lugar del que provenimos, además de que el estilo es ágil y dinámico, no hacen falta más motivos para incluir a Ignacio Martínez de Pisón entre los mejores narradores de nuestro país. Al menos es uno de mis favoritos.
La historia de Justo Gil Tello, sin embargo, no está contada de igual manera que sus otros libros. De hecho, la historia que se nos ofrece es casi una especie de puzzle hecho a base de distintas declaraciones y que parte más o menos en 1964, cuando Justo se traslada del pueblo (innominado) a Barcelona con su madre para tratar de que se recupere de una dolencia que la tiene postrada en vida, casi vegetal.
Lo original es que se nos compone la historia de un personaje de forma caleidoscópica, con numerosos puntos de vista, pero al mismo tiempo se nos ofrecen pequeñas historias que se van incrustando con la de Justo. Todos los personajes están haciendo declaraciones sobre un hombre, y no parece la policía, puesto que uno de ellos ofrecerá también sus propios testimonios.
El epílogo parece indicar que el libro podría ser una investigación llevada a cabo por Toni Coll, nieto de Ferran Coll, pintor que fue senador durante las dos primeras legislaturas de Felipe González y que años atrás conoció a Justo Gil sin sospechar que era un confidente de la Brigada Político-Social.
Por las páginas del libro nos llegan testimonios de muy diversos personajes. Algunos repiten declaraciones, otros no, según el trato que hubieran tenido con Justo. Pero ya sean 2 páginas, 10, 20 ó 50, todos dejan un poso grabado, tanto de sus historias mínimas y personales, como de fondo, un fondo que nos queda retratado de cómo era Barcelona y España en esos años 60 y 70, la última época del Franquismo y los primeros años de la llamada Transición tras la muerte del dictador.
La habilidad del narrador consiste en hilar dispares personajes y ensamblar sus vivencias con Justo Gil y al mismo tiempo dar sensación de unidad. En ningún momento tienes la sensación de estar delante de un conjunto inconexo de puntos de vista, sino todo lo contrario. Ya sea un primo, un ex socio, el policía para el cual hizo de confidente o Carme Román, quizá después de Justo la otra protagonista (aunque imagino que para la serie le tendrán que dar mayor relevancia), todos aportan su granito de arena y confirman algo que ya se sabía: la habilidad de este narrador para atrapar tu atención, embaucándote con cualquier cosa que te cuente.
Otro mérito de este libro dividido en cinco partes (cada una estructurada a su vez en una treintena de secuencias que no pasan las tres páginas) y un epílogo es cómo pasa el tiempo y cómo el decorado va cambiando, al igual que el propio país. Sin casi explicitar los condicionantes históricos, nos queda claro cómo se vivía por entonces, cómo fue la migración de los pueblos a las ciudades, las oportunidades que deparaba un país sumido en el atraso y que tendría que reengancharse a las condiciones de vida de nuestro entorno.
Podríamos realizar otra división para entender la estructura del libro: una primera parte que nos definiría el carácter de Justo, sus motivaciones y cómo va a llegar a ser el Rata, un confidente o chivato o soplón o sapo o como quiera llamarse a esta ralea de personas que para salvarse el cuello no dudan en sacrificar a los demás. La segunda ya correspondería a esta etapa en la que Justo ha pasado de estafador y timador a valerse de sus encantos y de su habilidad para pasar desapercibido; y la final, la que podría redimir en parte a Justo si pensamos que su filiación a la ultraderecha no es sino su particular manera de fastidiar a los empresarios que nunca han accedido a que personas de su condición social accedan a ese escalón al que nunca podrá llegar.
No hay, eso sí, heroísmo en esta última etapa, sino más bien venganza, uno de sus principales modus operandi. Se podría decir que solo con Carme Román podemos atisbar algo cerca a la pureza o a unos sentimientos bien entendidos, al menos desde la muerte de su madre.
Martín Tello es el primo con el que Justo y su madre viven un tiempo desde que llegan al pueblo (y que como pago tendrá que negará conocerlo cuando se lo encuentra en la cocina del señor Nebot). Él será quien consiga los primeros trabajos a Justo, cuya principal motivación es curar a su madre. Pascual Ortega, un amigo de esta primera época, sobre todo cuando empieza a estudiar oposiciones para satisfacer sobre todo a su madre, nos hablará de la relación de Justo con la Juju (Juana), una chica de bandera tartamuda que le acabará poniendo los cuernos con un señor mayor y más adinerado (aunque él ya había iniciado a su vez otra relación, algo frecuente en Justo); Pere Riera será uno de los compañeros de trabajo de Justo, y veremos la habilidad del pueblerino para convencer a la gente de querer objetos que no necesitan nada, como máquinas de escribir.
La historia de Carme Román llega también en este primer episodio. Acaba de perder (hace dos años) a sus padres y su hermano en una riada y se va a vivir a Barcelona con su tío Agustí, su tía Josefa y sus primas Lali, Irene y Enriqueta. Toda la familia vive de una papelería en la calle Tallers, que también tenía una imprenta. Las fatalidades son marca de la casa, pues a lo de la inundación, se le suma el atropello del tranvía al novio de Lali, y luego la estafa de Justo, que se vale de la inocencia e ingenuidad de Carme, que se creyó la buena fe de Justo en lo que ella creía una sociedad.
Y puede que Justo no hubiera querido traicionarla, según vemos después, pero necesitaba dinero para pagar a una curandera (estafadora, de ahí aprende, suponemos, a ser inmisericorde con los burlados y engañados) de Sant Miquel del Fai, donde también conocerá a la familia de María Antonia Mir, que asisten para curar a Ramón. Esta primera parte termina con Pascual Ortega, y conocemos los primeros intentos por trepar en la escala social a través de Aurora, amiga de la prometida de Pascual, Mercedes, aunque ya desde el principio no tendrá mucho éxito.
En el segundo episodio solo repite el primo Martín. Aparece Elvira Solé, secretaria en construcciones Nebot, y también chófer del señor Nebot. De parecido estatus al de Justo, aunque ella también intentará introducirse en el universo más privilegiado de esta burguesía acomodada de la cual Quim Nebot sería el mejor representante, disoluto, fiestero, irresponsable, pronto vemos que ella no lo hará a toda costa. Y, aunque en principio Justo parece acceder a sitios reservados a los más pijos, como el cuartito del fondo de los bares de moda (Taita, Bocaccio), luego veremos que solo lo consigue superficialmente, y a costa de ser un trepa.
Con Quim, por cierto, vemos con más claridad qué bien conseguido está este contrapunto narrativo. Elvira y sus amigas lo ven como un calavera muy atractivo, y solo a través de otros ojos veremos sus tendencias homosexuales. Por medio de este personaje, Justo entra en entornos más políticos, que serán el salvoconducto para escapar de la cárcel, o eso pensará él, en parte porque el policía Mateo Moreno, el tercer coprotagonista del libro (por eso conocemos su infancia en los hospicios de Hogares Mundet), le hace creer que colaborando con él se librará de los cargos por estafa.
Mateo Moreno, que se declara franquista, podría parecer el típico policía adscrito a las brutalidades de los ejes represivos del régimen, pero no es del todo cierto. Miente a Justo, es un putero, tiene comentarios rancios, pero al mismo tiempo es leal, coherente en sus pensamientos, se casará con Carmela y, sobre todo, los comisarios Revuelta y Landa demuestran que los había mucho peores.
En el tercer capítulo retomamos con Carme Román, que nos cuenta que Lali se consiguió matar a la tercera. Eso supone un revulsivo para el tío Agustí, que se lía la manta a la cabeza para procesar a Justo por medio del abogado Ros, convirtiendo a Justo en foco de sus desgracias, o buscándose algún pretexto, alguna manera de coger las riendas y revelarse contra los infortunios.
Con Eliseu Ruiz nos metemos de lleno en los afectados por las delaciones de Justo. Este comunista, enamorado de Teresa (cuya atropellada e interrumpida historia de amor es de las más destacadas, y tristes), será una de las víctimas de los chivatazos del Rata. A través de Marc Jordana, otro de estos personajes asociados en cierta manera al antifranquismo, veremos cómo Justo se cobra víctimas personales aprovechando sus informes a Mateo Moreno. Y es que a la novia de Marc, Chantal o Loreto, la denunciará para vengarse de que no quiso seguir acostándose con él. Ya lo había hecho con Nita Castellnou, otro ligue con pasta que acabará dejándole de lado.
Ya los capítulos cuatro y cinco nos encaminan al desenlace. La vida de Justo ya no va a despegar ni va a lograr cumplir sus ambiciones. Vive de las cuatro mil pesetas que le asigna la policía y su vida personal tampoco mejora. Sus únicos amigos son Hilario Lazcano, un chaval del País Vasco que no llega a los 18 y que tiene problemas mentales (que solo tranquiliza con su tortuga o en presencia de Justo); Manel Pérez, que tuvo sus escarceos con la ultraderecha una vez muerto Franco aunque salió gracias al periodismo (hará denuncias de ese universo peligroso y rancio); y Noel León, todavía más pequeño, a quien conoce porque Justo empieza a construir una casa en el pueblo donde vive, Vallirana, el cual nos introducirá la historia de los padres palindromistas y también la resolución de la obra.
La única luz, Carme Román, su verdadero amor, según reconocerá Mateo, no aceptará el desesperado intento de Justo de volver a su vida. Una vida muy triste, vaya, aunque el tipo de vida que ha llevado es algo así como la consecuencia lógica. La novela nos lleva por muchas aristas y ni siquiera a alguien como un delator conseguimos desearle tanto mal, y sí una trayectoria diferente.
Respecto a las historias paralelas, nos tendremos que conformar con saber cómo inician y parte de ellas, pero no sus resoluciones. Me cabe la duda, eso sí, de que algunos personajes (no mencionados) aparezcan en otras novelas, como el estudiante de Derecho natural que es mencionado tras los arrestos en el Bocaccio. Sería muy interesante que el universo narrativo de Ignacio Martínez de Pisón estuviera interrelacionado. Un aliciente más a una escritura ya de por sí estupenda.
Para acabar, he grabado a mi señora el audiolibro, una opción más que interesante si no te pasa como a mí que te distraes oyendo las lecturas. No he conseguido incrustarlo (hay que pinchar aquí).
Para acabar, he grabado a mi señora el audiolibro, una opción más que interesante si no te pasa como a mí que te distraes oyendo las lecturas. No he conseguido incrustarlo (hay que pinchar aquí).
Comentarios
Saludos
Pues anímate, que el libro es mucho mejor que la miniserie ;)
Un saludo