(496 páginas. 13,95€. Año de edición: 2016) |
No haber reseñado en este blog a William Shakespeare era una falta que había que enmendar cuanto antes. Lejana ya la lectura de Hamlet, revisitado al verlo en escena (actualizado, por desgracia, en una de ellas) y vistas mil versiones de Romeo y Julieta, lo cierto es que el resto de su obra me llegaba por vías indirectas o superficiales. La más actual, la de Sandman, en País de sueños (que se refiere a El sueño de una noche de verano) y El velatorio (con referencia a su última obra, La tempestad).
No se trata de una lectura fácil. La prosa de Shakespeare es compleja y llegar a ella por medio de una traducción no deja de ser un trabajo que requiere de una inevitable interpretación, una versión que en este caso corre a cargo de Ángel-Luis Pujante. La falta de conocimiento del idioma inglés es lo que tiene...
Estamos ante una edición muy completa e interesante. Un ejemplar de bolsillo de tapa dura con llamativa y sobria portada roja, con una selección de obras que son explicadas en una pequeña reseña de una página. Previamente, se nos mete en materia con un prólogo escrito por el mismo traductor.
Tomando en cuenta referentes patrios, en cuanto a producción podríamos compararlo con Lope de Vega, aunque nuestro autor, ni siquiera en sus obras más emblemáticas, consigue la profundidad del bardo inglés. El torrente lingüístico lo podría equiparar a otro de nuestros referentes, Miguel de Cervantes, aunque Cervantes en las tablas solo podría defenderse con los entremeses y las piezas cortas. En cuanto al cariz reflexivo, a Pedro Calderón de la Barca, ya que La vida es sueño es la única obra al alcance de este genio universal.
Lejos de comparaciones, lo cierto es que abruma la cantidad de interpretaciones que puede conseguir con casi cualquier frase. Un ejemplo de esto lo encontramos en Javier Marías, que se ha valido de alguna de ellas (en un artículo suyo habla de que es una inagotable fuente de inspiración).
De sus obras de teatro, me llama la atención la ausencia casi absoluta de acotaciones. Apenas son referidas las entradas y salidas en escena y no sabes ni siquiera si comparten espacio a veces los personajes. Entre eso y las (¿deliberadas?) ambigüedades, además del fuerte desarrollo de las personalidades, aunque en ocasiones (bastantes) tienda al alambicamiento lingüístico, es difícil no dejarse llevar por el arrollador ritmo escénico. Ni siquiera acusa que no distinga actos (al menos en esta edición).
Da igual drama que comedia, obra realista que fantástica, que haya unidad de acción (bueno, eso más bien no, El rey Lear como mucho, aunque es cierto que ni unidad de acción, lugar y tiempo respeta Shakespeare, salvo las dos últimas en La tempestad) o varias tramas a la vez (hasta tres en El sueño de una noche de verano), que revise la historia nacional (Ricardo II) o que recurra a personajes que no son ingleses (La tempestad), que recurra al verso o a la prosa o mezcle ambas, que en sus tragedias acuda a seres mitológicos como las Parcas (Macbeth) o que la explicación del desastre tenga motivaciones estrictamente humanas (Lear, Ricardo II): la principal constante es el ingenio, el ritmo y, por supuesto, el poder de la palabra.
En El rey Lear (publicada en 1608), tenemos a Lear, monarca de Britania, que va a repartir, según el cariño que le profesen, su reino entre sus tres hijas, las zalameras y aduladoras Goneril (mujer del duque de Albany) y Regan (mujer del duque de Cornwall), y Cordelia, la menor y favorita, aunque en ese reparto queda repudiada por un exceso de sinceridad, destierro que comparte con el duque de Kent por razones similares pese a ser quien más lealtad le profese.
Pronto las hijas desacreditarán y humillarán a su padre, y le irán quitando esos cien hombres que había designado para su custodia. Por otra parte, tenemos al conde de Gloster, engañado a su vez por su hijo bastardo Edmond, que hace creer a su padre que su legítimo hijo Edgar quiere quitarlo de en medio y sucederle.
Pronto las hijas desacreditarán y humillarán a su padre, y le irán quitando esos cien hombres que había designado para su custodia. Por otra parte, tenemos al conde de Gloster, engañado a su vez por su hijo bastardo Edmond, que hace creer a su padre que su legítimo hijo Edgar quiere quitarlo de en medio y sucederle.
No hay espacio para los desenlaces positivos después de que Lear haya sido un prepotente y autoritario y haya efectuado elecciones poco sensatas. Irá perdiendo la cabeza y la dignidad, y cuando parece que sus decisiones nada acertadas pueden revocarse, su hija Cordelia, casada con el rey de Francia cuando tiene que huir, encontrará la muerte, con esa poderosa escena de Lear llevándola en brazos y llorando su muerte.
No faltan ocultaciones y suplantaciones de identidad (Edgar haciéndose pasar por mendigo loco, el duque de Kent por criado de Lear), maquinaciones perversas (las de Edmond, pero también de Regan y Goneril) ni elementos simbólicos (la tormenta que se desata cuando las hermanas lo dejan desamparado en el campo). Algunas frases son impactantes, como esta acertada (y actual) reflexión de Edmond:
No faltan ocultaciones y suplantaciones de identidad (Edgar haciéndose pasar por mendigo loco, el duque de Kent por criado de Lear), maquinaciones perversas (las de Edmond, pero también de Regan y Goneril) ni elementos simbólicos (la tormenta que se desata cuando las hermanas lo dejan desamparado en el campo). Algunas frases son impactantes, como esta acertada (y actual) reflexión de Edmond:
"La estupidez del mundo es tan superlativa que, cuando nos aquejan las desgracias, normalmente producto de nuestros excesos, echamos la culpa al sol, la luna y las estrellas, como si fuésemos canallas por necesidad, tontos por coacción celeste; granujas, ladrones y traidores por influjo planetario; borrachos, embusteros y adúlteros por forzosa sumisión al imperio de los astros, y tuviésemos todos nuestros vicios por divina imposición. Prodigiosa escapatoria del putero, achacando su lujuria a las estrellas."
La que más me ha impresionado ha sido Macbeth (Pujalte no se atreve a datarla): adquiere un cariz superlativo gracias a la mezcla entre lo real (fueron históricos el rey escocés Duncan, así como el propio Macbeth) y lo fantástico (la presencia de las tres brujas, que desencadenarán la ambición y las maquinaciones de Macbeth por el trono); gracias también a la fuerza arrolladora de los temas, como la mencionada ambición y la traición, así como el posterior sentimiento de culpa de los Macbeth (porque telita con la esposa). Al intensificar la bondad de Duncan, y además situar su muerte en el castillo de Macbeth estando como invitado (ecos de Game of Thrones con La boda roja), el crimen a todas luces es imperdonable y el premio de la corona escocesa lastra más que impulsa.
Todos los mecanismos se desencadenan para configurar un perfecto mecanismo de precisión. Por ejemplo, el crimen llama al crimen, y asesinar a un potencial testigo como su amigo el general Banquo, a quien se le profetiza una estirpe de reyes, se verá como consecuencia lógica, aunque implacable en ese envilecimiento. Otras profecías vertidas por las Parcas perfilan un desenlace espectacular, con la referencia que Macbeth solo será derrotado cuando el bosque de Birnam se mueva. Y resulta que cada integrante del ejército del barón Macduff, aliado con el hijo de Duncan, Malcom, tratará de camuflarse con una ramita de dicho árbol.
Gracias a esa magia, desencadena una tempestad que hace naufragar en su isla al barco en el que viajan el usurpador Antonio, su aliado Alonso, rey de Nápoles, y su hijo Fernando. Aunque pronto se ve el propósito de Próspero de unir a su hija con Fernando, parece que escarmentará a su hermano con la ayuda de su poderosa magia, pero al final optará por el perdón, con lo que estaríamos más cerca de la comedia (de hecho, se habla que es heredera de la Commedia dell'arte); aunque para mí supone un escalón inferior a las dos primeras, no ha dejado de ofrecer interpretaciones y de sugerencias. El componente mágico la acerca bastante a El sueño de una noche de verano.
En esta, fechada alrededor de 1595, sí que en todo momento no cabe duda de que estamos ante una comedia, y además la típica comedia de enredo. Mezcla tres tipos de personajes: los nobles Teseo, duque de Atenas, su esposa Hipólita, princesa de Atenas y reina de las Amazonas, Hermia, hija de Egeo y enamorada de Lisandro, aunque su padre la ha prometido con Demetrio, a pesar de que Helena está enamorada de él.
Por otra parte, están los duendes y las hadas: Oberón, rey de las hadas y esposo de Titania, con la que ha discutido y motivo por el cual quiere darle una lección; y Puck o Robín, duende gamberro al servicio de Oberón que la lía equivocándose de humano al verterle el filtro mágico del enamoramiento, destinado para que Demetrio se enamorase de Helena, y que acaba en Lisandro, algo que propicia el estupor de Hermia, aunque el mismo Oberón lo compensa rociando también a Demetrio para que se enamore de Helena.
Para rematar la faena, tenemos a un grupo de seis comediantes cazurros que quieren representar para la boda de Teseo e Hipólita el despropósito de la Fábula de Píramo y Tisbe: Fondón el tejedor, Membrillo el carpintero, Flauta el remiendafuelles, Morros el calderero, Hambrón el sastre y Ajuste el ebanista. Oberón se servirá del primero para vengarse de Titania, haciendo que esta se enamore de él justo cuando Robín le ha puesto una cabeza de asno.
Con Mucho ruido por nada (1598, 1599; en España ha prosperado más Mucho ruido y pocas nueces) proseguimos con la comedia de enredo: tenemos las paralelas historias de amor entre Claudio, joven noble de Florencia, que se va a casar con Hero, hija de Leonato, el gobernador de Mesina, y la más divertida y chispeante entre la alegre e ingeniosa Beatriz, sobrina de Leonato, y el incorregible y solterón Benedicto, noble de Padua, quienes discuten constantemente.
Sin embargo, el vil y envidioso don Juan, hermano bastardo de don Pedro, príncipe de Aragón, quiere estropear las nupcias para fastidiar a su hermano, valedor de Claudio. Hace creer que Margarita, doncella de Hero, sin ella saberlo, pase por su ama, y sea vista cortejada por Borraquio, criado de don Juan, ante la vista de él y del propio Claudio, que decide deshonrarla durante la ceremonia, lo cual provoca el desmayo de Hero. Fray Francisco, que estaba oficiando la boda y que está seguro de la inocencia de la joven, le aconseja que se haga pasar por muerta para deshacer el entuerto, para lo cual ayudarán los estúpidos Cornejo, alguacil, y su compañero Agrete, que oyen a Borraquio confesar el engaño en una taberna.
Para acabar, volvemos con Ricardo II (1595) al drama histórico, que forma parte de la tetralogía que continúa con las dos partes de Enrique IV y termina con Enrique V. En ella, el monarca Ricardo II destierra de forma arbitraria a Enrique Bolingbroke, duque de Hereford (el futuro Enrique IV), hijo de Juan de Gante, duque de Lancaster y tío del rey, y a Tomás Mowbray, duque de Norfolk, con lo que, unido a una especie de impuesto o expropiación cuando enferma Juan de Gante, inicia una rebelión que se inicia aprovechando que Ricardo está en Irlanda.
Llama la atención el carácter calculador de Bolingbroke, que engañará al rey diciéndole que su rebelión solo tiene por objeto recuperar lo que es suyo, no el trono, algo que no será así. Aunque no es de las obras más conocidas de Shakespeare, contiene elementos propios de él, como la pintura compleja de caracteres, alejados de esquematismos.
Y colorín colorado, el clásico de este año ya ha sido analizado...
Todos los mecanismos se desencadenan para configurar un perfecto mecanismo de precisión. Por ejemplo, el crimen llama al crimen, y asesinar a un potencial testigo como su amigo el general Banquo, a quien se le profetiza una estirpe de reyes, se verá como consecuencia lógica, aunque implacable en ese envilecimiento. Otras profecías vertidas por las Parcas perfilan un desenlace espectacular, con la referencia que Macbeth solo será derrotado cuando el bosque de Birnam se mueva. Y resulta que cada integrante del ejército del barón Macduff, aliado con el hijo de Duncan, Malcom, tratará de camuflarse con una ramita de dicho árbol.
(Macbeth) El día de mañana, y de mañana, y de mañana se desliza, paso a paso, día a día, hasta la sílaba final con que el tiempo se escribe. La vida (…) es una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa.
(Lady Macbeth) Ya está hecho. Ni todo el mar bastará para lavar la sangre de mis manos
Mis manos ya tienen tu color, pero me avergonzaría llevar un corazón tan pálidoLa tempestad se considera la última obra de Shakespeare (1611). Cambiamos de tercio por completo al incluir personajes españoles y recurrir a la brujería y a los elementos sobrenaturales: hace doce años, Próspero, el duque de Milán, fue desterrado por su hermano Antonio junto con su hija Miranda y desde entonces están en una isla desierta, donde ejerce artes mágicas, que por ejemplo le hacen dominar al espíritu mágico de Ariel y al engendro Calibán, hijo de la hechicera Sycorax.
Gracias a esa magia, desencadena una tempestad que hace naufragar en su isla al barco en el que viajan el usurpador Antonio, su aliado Alonso, rey de Nápoles, y su hijo Fernando. Aunque pronto se ve el propósito de Próspero de unir a su hija con Fernando, parece que escarmentará a su hermano con la ayuda de su poderosa magia, pero al final optará por el perdón, con lo que estaríamos más cerca de la comedia (de hecho, se habla que es heredera de la Commedia dell'arte); aunque para mí supone un escalón inferior a las dos primeras, no ha dejado de ofrecer interpretaciones y de sugerencias. El componente mágico la acerca bastante a El sueño de una noche de verano.
En esta, fechada alrededor de 1595, sí que en todo momento no cabe duda de que estamos ante una comedia, y además la típica comedia de enredo. Mezcla tres tipos de personajes: los nobles Teseo, duque de Atenas, su esposa Hipólita, princesa de Atenas y reina de las Amazonas, Hermia, hija de Egeo y enamorada de Lisandro, aunque su padre la ha prometido con Demetrio, a pesar de que Helena está enamorada de él.
Por otra parte, están los duendes y las hadas: Oberón, rey de las hadas y esposo de Titania, con la que ha discutido y motivo por el cual quiere darle una lección; y Puck o Robín, duende gamberro al servicio de Oberón que la lía equivocándose de humano al verterle el filtro mágico del enamoramiento, destinado para que Demetrio se enamorase de Helena, y que acaba en Lisandro, algo que propicia el estupor de Hermia, aunque el mismo Oberón lo compensa rociando también a Demetrio para que se enamore de Helena.
Para rematar la faena, tenemos a un grupo de seis comediantes cazurros que quieren representar para la boda de Teseo e Hipólita el despropósito de la Fábula de Píramo y Tisbe: Fondón el tejedor, Membrillo el carpintero, Flauta el remiendafuelles, Morros el calderero, Hambrón el sastre y Ajuste el ebanista. Oberón se servirá del primero para vengarse de Titania, haciendo que esta se enamore de él justo cuando Robín le ha puesto una cabeza de asno.
Con Mucho ruido por nada (1598, 1599; en España ha prosperado más Mucho ruido y pocas nueces) proseguimos con la comedia de enredo: tenemos las paralelas historias de amor entre Claudio, joven noble de Florencia, que se va a casar con Hero, hija de Leonato, el gobernador de Mesina, y la más divertida y chispeante entre la alegre e ingeniosa Beatriz, sobrina de Leonato, y el incorregible y solterón Benedicto, noble de Padua, quienes discuten constantemente.
Sin embargo, el vil y envidioso don Juan, hermano bastardo de don Pedro, príncipe de Aragón, quiere estropear las nupcias para fastidiar a su hermano, valedor de Claudio. Hace creer que Margarita, doncella de Hero, sin ella saberlo, pase por su ama, y sea vista cortejada por Borraquio, criado de don Juan, ante la vista de él y del propio Claudio, que decide deshonrarla durante la ceremonia, lo cual provoca el desmayo de Hero. Fray Francisco, que estaba oficiando la boda y que está seguro de la inocencia de la joven, le aconseja que se haga pasar por muerta para deshacer el entuerto, para lo cual ayudarán los estúpidos Cornejo, alguacil, y su compañero Agrete, que oyen a Borraquio confesar el engaño en una taberna.
Para acabar, volvemos con Ricardo II (1595) al drama histórico, que forma parte de la tetralogía que continúa con las dos partes de Enrique IV y termina con Enrique V. En ella, el monarca Ricardo II destierra de forma arbitraria a Enrique Bolingbroke, duque de Hereford (el futuro Enrique IV), hijo de Juan de Gante, duque de Lancaster y tío del rey, y a Tomás Mowbray, duque de Norfolk, con lo que, unido a una especie de impuesto o expropiación cuando enferma Juan de Gante, inicia una rebelión que se inicia aprovechando que Ricardo está en Irlanda.
Llama la atención el carácter calculador de Bolingbroke, que engañará al rey diciéndole que su rebelión solo tiene por objeto recuperar lo que es suyo, no el trono, algo que no será así. Aunque no es de las obras más conocidas de Shakespeare, contiene elementos propios de él, como la pintura compleja de caracteres, alejados de esquematismos.
Y colorín colorado, el clásico de este año ya ha sido analizado...
Comentarios
Su biografía forma parte del misticismo y el misterio de Shakespeare, otro motivo de que siga siendo uno de los clásicos clasiquísimos.
Apuntado Anonymous, of course ;)