(Netflix. 13 episodios: 26/01/2018) |
El cambio más apreciable con respecto a la primera temporada es la mayor incidencia en las tramas, así como en el componente más social. Si iniciamos con asuntos racistas que torturan a Alex y le llevan a meterse en peleas para que su origen latino sea equiparable a cualquier norteamericano, más adelante transitaremos por asuntos más personales: hay un capítulo dedicado a la depresión (de Penélope, que desde el principio de la serie sabemos con medicación), tema tabú donde los haya en la televisión y que le da a la serie un tinte un tanto tragicómico, como ocurre en el final del penúltimo episodio, y en el último.
Una vez justificada sobradamente la personalidad y el carácter de nuestros Álvarez, podríamos habernos quedado en las situaciones amables o humorísticas sin más, pero no estamos ante un producto ligero o blanco o plano, sino que se exprime a la perfección todo tipo de roces o temas rutinarios o caseros, así como otros más universales, y son las pinceladas de humor o las esporádicas intervenciones (de Abuelita, de Schneider) las que marcan la etiqueta de comedia (junto con la duración de media hora).
No muchas series se sobreponen al pavo adolescente, y no en pocas ocasiones hemos detestado hasta la muerte al niño o joven que por hache o por be nos frustran, hartan, exasperan y desesperan. Aquí, en cambio, hasta Alex, que tiene sus momentos vanidosos, sus egoísmos infantiles y sus pataletas ocasionales, cae bien, quizá por el mérito de parecer bien criado. Y Elena es un amor de niña, y el distanciamiento que mantiene su padre con ella se antoja un castigo excesivo que no se merece.
Gran parte del buen rollo que transmite (habitualmente) se debe a la actitud positiva de la matriarca. El personaje de Penélope es un ejemplo de cómo encarar la vida, viendo el vaso medio lleno, luchando, esforzándose, quejándose poco o nada, refugiándose en sus hijos y en su madre y en su amigo Schneider. Rara vez cede al desaliento y su ejemplo debería cundir. De hecho, lo transmite a sus optimistas hijos, que a su vez están amparados por características como la inteligencia y la personalidad en Elenita o la seguridad basada más en la imagen personal en Alex (más en consonancia con Abuelita Lydia). Y, luego, claro está, la personalidad arrolladora y el carisma de Lydia. La JEFA.
A los secundarios Schneider y Leslie (muy buena su vis cómica) se le une Max (Ed Quinn), el enfermero macizorro que se echa como novio Penélope, que entra en la "línea editorial" de la serie, al igual que Syd (Sheridan Pierce), la novia de Elena, una friki muy simpática que, sin embargo, no logra hacernos olvidar a Carmen, la Emo-Gótica amiga de la primera temporada.
Además, tenemos al abuelo Berto en los flashbacks (alguno hay, y muy emotivo, por cierto) o en las alucinaciones en la frontera entre vía y muerte del final, y poco cambio o novedad más, salvo el acercamiento al formato culebrón (imagino que a modo de homenaje o referencia) hacia el final, con la ruptura Penélope-Max por la cuestión de los hijos (aunque aquí todavía podríamos hablar de una etapa más de la vida, de un momento de pareja que puede llegar a ocurrir si se lleva bien, por más que se trate de romper), y con el semi infarto de Lydia, que motivará un episodio final homenaje a Abuelita.
En lo que respecta al sentido del humor, me quedo esta vez con Schneider y su personal versión de santiguarse (que acaba tipo 'gansta', señalando al cura) y su susto al ver aparecer al cura que le va a proporcionar la extremaunción a Lidia, llegando a salir huyendo de la habitación del hospital porque no quiere saber nada de los exorcistas. Ah, y el vick vaporub como santo grial de la medicina para nuestros cubanos.
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