(640 páginas. 8,99€. Año de edición: 2013) |
Esta entrada debería titularse "Encuentra las 8 diferencias", ya que el enfoque va a girar en torno a la versión cinematográfica. Dentro de que estamos ante un autor que se dirige a un público amplio, queda excluida de su obra aquello que complique al lector: tenemos un héroe que es una versión madura de Indiana Jones, pero menos intrépido, más listo, un experto no en arqueología, sino en la historia del arte.
Robert Langdon no es un tipo complicado, ni tiene mayor desarrollo en todo lo que no sea su especialidad: ni vida personal ni aficiones que no sean las propias de su especialidad, por lo que van a requerir sus servicios (como en este caso) o bien se va a ver envuelto en vertiginosas tramas con profundas implicaciones. Quiero decir que más allá de su reloj de Mickey Mouse y su claustrofobia heredada por el episodio del pozo de su niñez, no vamos a saber más de él que de su integridad y su inequívoco posicionamiento ante el bando de los buenos.
Otro ingrediente típico en las obras de Dan Brown (hasta donde he leído) es un personaje multimillonario o extremadamente brillante. Bertrand Zorbrist me ha recordado mucho a Edmond Kirch de Origen (qué lío con estos nombres que son una palabra que comparten 'es' y 'os'), aunque en este caso no es amigo de Robert y su posición es más delicada, puesto que mientras el primero era un provocador en su genio avanzado, no quedaba duda de que si Langdon lo apoyaba, no podía estar en el bando de los malos. En cambio, Zorbrist es un transhumanista que aboga por un control de la desmedida sobrepoblación del planeta, algo que en no mucho tiempo acabará con los recursos de la tierra. ¿La solución? Un virus que haga de regulador de la especie humana, como ocurriera en la Edad Media con la Peste Negra.
Zorbrist abre la novela con una persecución por las calles de Florencia, escenario y también protagonista de la obra. Es uno de los puntos fuertes del autor, cuyo didactismo te acompaña casi de manera constante: lo narrativo y lo descriptivo se dan bastante de la mano, y para completar las formas de elocución, los diálogos van a completar un manual de efectividad sin recurrir demasiado en el efectismo.
Vayentha equivaldría al típico sicario de turno, aunque su duración es más breve y su presentación no es tan poderosa como el almirante Luis Ávila y, ni mucho menos, como el albino del Código da Vinci. Y la partenaire de Langdon, que en este caso sí tiene mayor importancia y desarrollo: Sienna Brooks, doctora de un hospital florentino, una chica con un altísimo coeficiente intelectual que deparará varias sorpresas, además de que confirma el trazo único del protagonista, puesto que no quiere complicaciones ni implicaciones. Nada de amor, nada de sexo, solamente amistades (más o menos peligrosas).
Quizá el mayor acierto de la novela es la amnesia sufrida por Robert, que le impide recordar las últimas 48 horas. Se despierta de pronto en un hospital y aunque cree estar en Boston, resulta que está a miles de kilómetros de su casa y que se encuentra en la célebre ciudad de Dante. Un Dante que podría ser otro personaje más, dada la fascinación de Zorbrist por él. La amenaza que se cierne a su alrededor concierne a esta figura literaria que pasó a la historia por su Divina Comedia, la cual inmortalizó tanto a Beatrice como al infierno.
Como en otras ocasiones, la novela seguirá un orden lineal cronológico, una estructura episódica, tendrá un narrador omnisciente (salvo el principio y un fragmento un tanto tramposo que te hace confundir la identidad de alguien) y unos misterios irán dando lugar a otros, como una especie de gymkhana a lo bestia. La amnesia será un obstáculo mayor que el mapa de Botticelli, y ese Consorcio desde el que el Comandante parece tener tanta influencia un obstáculo más, al igual que la sexagenaria Elizabeth Sinskey (hasta que descubramos que es la directora de la OMS) o el más secundario Jonathan Ferris (el de las pústulas, otra de las trampas de la novela).
Un lector que acuda a Dan Brown no puede esperar sino aventuras, acción, giros más o menos sorprendentes y aprender de ciudades (aparte de Florencia, Venecia y Estambul) y obras de arte. Algo que va a encontrar en esta novela, cosa que no puede decir tanto su versión para el cine. Si el libro dista mucho de ser difícil, las simplificaciones de la peli son casi bochornosas: el propósito final de Zorbrist y de Sienna se reducen a un tópico terrorismo que culmina en la catedral sumergida. En comparación, el final de la novela resulta mucho más original y menos típico, más dado al debate, con esa esterilización masiva que no se ve por ninguna parte en la versión cinematográfica (y que plantea escenarios tan sugerentes que luego no son mencionados en otras obras, siendo muy difícil establecer una cronología con las distintas novelas).
El comandante no aparecerá como un deus ex machina para detener a Brüder, jefe de la Unidad de la OMS encargada de controlar las epidemias, el Consorcio no tiene el giro curioso de ser en realidad una empresa que fabrica mentiras y escenarios falsificados, y a Robert no se le asigna una historia amorosa en el pasado con Elizabeth. Tampoco Felicity Jones aparece calva, ni traiciona a Robert en la escena en la que la ayuda a escapar por el tragaluz. Lo único bueno de la peli es que revaloriza el libro, vaya.
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