Los pacientes del doctor García. Almudena Grandes. Tusquets

(768 páginas. 22,90€. Año de edición: 2017)
El cuarto episodio de "Una guerra interminable", subtitulado "El fin de la esperanza y la red de evasión de criminales de guerra y jerarcas nazis dirigida por Clara Stauffer" (respiración), aunque en el subtítulo queda enmarcado entre 1945 y 1955, extiende sus alas más allá, desde un poco antes de 1936 hasta 1977, y creo que supone el mayor esfuerzo narrativo de Almudena Grandes. 

No he leído muchas declaraciones suyas, pero no hace falta ser muy lumbreras para atisbar un homenaje evidente a Benito Pérez Galdós, mencionado en la cita de Luis Cernuda, "Díptico español", y también en el interior de la obra, en concreto cuando se leen fragmentos de Trafalgar. Los Episodios Nacionales son el referente más inmediato de este titánico proyecto, en el que uno de los aspectos más admirables es la planificación previa.

Le va como anillo al dedo esa inmersión en el pasado más reciente de nuestro país. La autora consigue esquivar una cierta repetitiva tendencia al romanticismo de sus historias de amor (ejemplificadas en apasionadas e idealizadas descripciones: "para llegar a verla (...) era imprescindible superar la tiranía de sus ojos, aquellas inmensas linternas acuáticas que cautivaban por igual el resto de sus rasgos y la voluntad de quien los miraba") y consigue despertar el interés de los lectores con tramas ágiles, entretenidas e incluso didácticas, pues muchas cosas que se nos cuentan habían pasado desapercibidas para muchas personas.

No encontramos innovaciones literarias que no haya utilizado ya. La alternancia entre la 1ª persona (únicamente la voz de Guillermo García Medina, posteriormente Rafael Cuesta Sánchez, merece el foco de atención interno) y la 3ª persona habían aparecido como mínimo en Las tres bodas de Manolita. Los incisos casi en modalidad expositiva, en presente de indicativo, explicando la trayectoria de personajes históricos que se entremezclan con los ficticios, podrían funcionar casi a modo de NO-DO: 

En la primera parte del libro, Hospital de sangre, conocemos a Johannes Bernhardt (alemán que se enriquece intermediando entre Franco y Hitler), a Norman Bethune (canadiense que arriesgó su vida durante la Guerra Civil ayudando al bando legítimo con sus avances médicos en transfusiones sanguíneas) y a Clara Stauffer (personaje clave en la novela, cuyo desarrollo irá más allá).

En la segunda, Procesos infecciosos, Josef Hans Lazar (agregado de prensa de la embajada del Tercer Reich) alterna con los desgarradores asesinatos en masa en el campo de concentración de Klooga, al norte de Estonia y con la lista de 104 nombres de nazis reclamados tras la finalización de la II Guerra Mundial.

En la tercera, Tumores infiltrados, conocemos el contenido del número 50 de la revista Les Temps Modernes, fundada por Sartre, Simone de Beauvoir y Merleu-Ponty, en el que se habla de una esperanza que está llegando a su fin a punto de empezar 1950, la de la República española, escrito por Marcelo Saporta (hermano de Raimundo Saporta, directivo del Real Madrid); también se nos cuenta una reunión en 1947 en la Casa Rosada, en la que Perón se reúne con seis visitantes, todos ellos acusados de colaboracionismo y/o crímenes contra la Humanidad, como Horst Alberto Carlos Fuldner, miembro de las SS, o el periodista español Víctor de la Serna para perfilar las estrategias de las coberturas a los prófugos nazis; y, por último, la entrevista de Sefton Delmer, un periodista británico vinculado con los nazis, con Clara Stauffer, quien declarará abiertamente que dirige "una red de evasión de criminales de guerra y jerarcas nazis".

En la cuarta, Puntos de sutura, en 1951 Otto Skorzeny, considerado el hombre más peligroso de Europa, uno de los miembros afiliados a la red de Stauffer, aterriza en Madrid; otro que llega es el presidente de los EEUU, Dwight D. Eisenhower, para cerrar el acuerdo con Franco, en el que a cambio de apenas contrapartidas, se le ceden bases y privilegios a los norteamericanos; y se nos lleva hasta 1976 para referir el golpe de estado del teniente general Jorge Rafael Videla en Buenos Aires, el golpe de gracia a otro de los personajes de ficción de mayor importancia, Manolo Arroyo Benítez.

Existe además un capítulo cero que parte de 1947, con el reencuentro entre el que ya es Rafael Cuesta y no Guillermo García, y Amparo Priego Martínez, vecina suya de antes de la guerra y ex amante, además de madre de un hijo que desde la victoria fascista de Franco no puede volver a ver. Y una quinta parte a modo de epílogo, Las cicatrices duelen con los cambios de tiempo, que nos lleva al 12 de enero de 1977, en la que los dos viejos amigos Guillermo y Manolo, se ponen al día después de estar casi 30 años sin verse.

Incluso la nota final de la autora, en la que aclara el desarrollo de la novela, posee un estimable interés narrativo. Cuanto menos, aclara muchos aspectos que el lector se plantea en algún momento, como la ingente cantidad de documentación que hay detrás del libro. Incluso si su estilo literario no te atrae o estás en sus antípodas ideológicas (me imagino que muchos lectores peperos no tendrá), hay que reconocerle un mérito enorme ante un no menos enorme esfuerzo como escritora. Me parece que darle forma a este libro tan bien escrito no es sencillo y supone una madurez indudable.

Los perfiles psicológicos de los dos protagonistas están llenos de recovecos y pliegues. El antiguo cirujano en el San Carlos y tras la guerra, mediante la intervención del espía republicano Manolo, trabajador en una empresa de transportes (La Meridiana), aunque nunca milita en el  comunismo, no deja de arriesgar su pellejo por ellos, aunque solo sea por escapar de alguna manera de un horizonte gris y apagado, el de la posguerra española después de la derrota, en el que sobrevivir parece una traición a los propios ideales. Tampoco hubiera podido hacer otra cosa, dadas sus inclinaciones a obrar correctamente. 

Por otra parte, Manolo (también conocido como Rafael Cuesta durante la contienda, Felipe Ballesteros Sánchez, Peter Louzán Valero, Adrián Gallardo Ortega y José Pacheco Hernández), un hombre con muy buena y muy mala suerte (la repetición marca de la casa Grandes), alterna sus labores diplomáticas (pese a  haber nacido en un pueblecito leonés), siendo una de las pocas personas en quien confía Juan Negrín, presidente de la República, con las del espionaje, las cuales le llevarán a que Guillermo le salve la vida con una de las transfusiones. Aunque sus caminos estén separados durante muchos años, la amistad entre ambos será una constante, cristalizada en disputadas partidas de ajedrez.

Más ambigua resulta Amparo, una falangista que se esconde en la casa de Guillermo a la muerte de su abuelo, con quien tiene un hijo llamado Guillermo al que llamará Juan Antonio. Se entienden muy bien sexualmente, pese a estar en posiciones ideológicas opuestas, y aunque el comportamiento de ella tras el fin de la guerra es cuanto menos discutible, se puede aducir que la supervivencia es uno de sus motores. Si bien ella va perdiendo relevancia a lo largo del libro, la relación entre los dos Guillermos, al principio inexistente, será uno de los momentos más emotivos del libro.

La trama novelesca con la red de criminales nazis no flaquea en ningún momento. Alcanza uno de sus momentos culminantes cuando el verdadero Adrián Gallardo, un ex boxeador con poco seso, regresa de la División Azul (ha formado parte, de hecho, de la matanza en Klooga) y de sus años en Berlín, enamorado de Agneta Müller, pese a que ella prefiere a su amigo Jan, y reclama su sitio en Madrid, con lo que Rafael se verá obligado a proteger la falsa identidad de su amigo, en ese momento en Buenos Aires. Tal vez la trama paralela de Adrián, hasta confluir en la de Guillermo y Manolo, flaquea en comparación a estos.

No solo los principales están bien caracterizados. Aparte de los ya referidos, quedan bien perfilados otros más secundarios, como Fortunato Quintanilla (jefe de la planta de Cirugía del San Carlos: la parte inicial, la que refiere los avatares madrileños de la guerra, es la que más me gusta), Pepe Moya (amigo de Guillermo tras ser salvado por él, quizás es el único que queda más olvidado y hubiera gustado saber más de él), Experta Fernández (la criada de Amparo), Meg Williams (la mexicana loca amiga y amante de Manolo), Antonio Ochoa (el militar con una enfermedad nerviosa latente que entrena a Adrián durante la guerra), Alfonso Navarro (contendiente en la lucha más importante de Adrián, adulterada por los militares, que se  convertirá en su obsesión), Sal Burnstein (congresista demócrata que pondrá en marcha uno de los últimos coletazos republicanos para echar a Franco), Rita Velázquez (comunista que se casará con Rafael), Simona Gaitán (la que será esposa de Manolo, una bonaerense con un anterior matrimonio de pesadilla)...

Como siempre, Madrid queda muy bien retratado en cualquier época (que sea Galileo 14 uno de los principales focos de la red clandestina, al lado de mi casa paterna, no deja de sorprenderme) y otras localizaciones (Berlín, Buenos Aires) no desmerecen; me gusta otra de las técnicas empleadas por Galdós, la recurrencia de los personajes de otras novelas: Manolita es la mejor amiga de Rita y también aparece Inés, cocinera en Toulouse. Y creo que el esfuerzo para no resultar tendenciosa es loable, dado que se trata de una autora con una clara postura política, y narrar una historia que no deja de ser sobre derrotados, fracasados y perdedores debe de ser complicado, y más cuando Rafael ayudará de manera indirecta a sacar obras de arte nazis.

Si no la mejor novela de Almudena Grandes, Los pacientes del doctor García, más allá de un título que no se quede en la retina de la memoria, es una demostración de poderío de una escritora que antes de llegar a los 60 se encuentra en una plenitud narrativa. Temas como destapar las actividades criminales de los gobiernos dictatoriales español y argentino, por otra parte, se antojan como necesarios para esa casi peyorativa memoria histórica. Un título imprescindible, vaya.

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