The Crown. Temporada 2

(Netflix. 10 episodios: 08/12/2017)
Contiene spoilers

Si en la primera temporada de la muy recomendable The Crown el plato fuerte consistía en la interpretación de John Lithgow como Churchill, parecía que iba a ser complicado llegar a las altas cotas de los diez primeros episodios. Craso error. El mérito de esta segunda temporada es que supera esa figura central y se elevan otras tres: Philip, Margaret y, claro está, larga vida a la reina Elizabeth.

Estamos situados entre la crisis del Canal de Suez (1956), que supone el adiós del Primer Ministro Anthony Eden (cuya despedida no podía ser más patética, sobre todo por las palabras que le dedica la Reina, dejándole como el betún con la comparación hacia su predecesor), hasta el escándalo del hombre invisible, que precipita el adiós de Harold MacMilland (Anton Lesser cambia su personaje de Qyburn por otro más marcado por la infamia que soporta por parte de su mujer), a quien también le dedicará otras contundentes palabras, donde la principal es 'cobardía'.

Los tres primeros capítulos vendrían a ser la introducción de esta segunda temporada. Empezamos con una bronca entre Elizabeth y Philip a bordo de un barco anclado en Lisboa, y proseguimos con un flashback que nos lleva unos meses antes y nos explica cómo se ha pasado de una relación bastante consolidada a rumores de actividades ilícitas del duque por parte de la prensa.

Uno de los méritos de esta serie es cómo nos cuentan (los cuernos) sin contarlo del todo. La sugerencia es más que suficiente para dar por sentadas las infidelidades del duque, un hombre machista, apasionado, enérgico, por momentos infantil (le pedirá a su esposa que Michael se afeite el bigote) y quejica. Al menos eso último le recrimina su esposa, harta ya de los lloriqueos por el papel secundario y subordinado que le ha tocado interpretar. La gira por la Commonwealth que le habían buscado para revitalizar su protagonismo no obtiene los frutos esperados, sobre todo porque la camadería con su secretario Mike Parker (Daniel Ings) incurre en infidelidades y escándalos varios que no pueden seguir adelante. El concurso de barbas a bordo del barco que recorre distintos puntos del planeta se verá por eso interrumpido, sobre todo cuando la esposa de Mike, Eileen (Chloe Pirrie) no vacile en pedir el divorcio, pese a todas las presiones recibidas (esa sociedad entre los 50 y 60 no veía bien la terminación de un matrimonio, y menos por parte de la mujer).

No será el único momento en que se valgan de esta técnica, y también intercalarán algunas escenas del pasado de Philip para componer un retrato exhaustivo de este polémico personaje, como ocurre sobre todo en el penúltimo episodio, Paterfamilias (dirigido por Stephen Daldry: Las horas, El lector, Billy Elliot...), que contrapone las infancias del pequeño Charles (estupendamente interpretado por Julian Baring: ¿le habrán elegido por sus orejas?), al que manda su padre al mismo internado escocés en el que estuvo él, y donde tuvo que digerir la muerte de su hermana favorita en un accidente aéreo. Pese a las dificultades sufridas de adolescente (gran trabajo el de Finn Elliot, tanto en la escuela como en ese escalofriante desfile nazi en el que incluso los asomados a las ventanas alzan el brazo con pleitesía y adocenamiento), el hombre que también fue niño desdeña las dificultades y, sobre todo, ignora que el carácter de su hijo es mucho más endeble. Su egoísmo es la última palada a las simpatías que en otros muchos momentos nos despierta, sobre todo cuando le abronca en el avión y cuando se mantiene en sus treces de mantenerle en ese infierno de escuela escocesa. Es genial cómo Matt Smith nos lleva de una postura a otra con tanta facilidad.

¿Y qué hace mientras su madre? Mirar para otro lado, intentar hacerle cambiar de opinión, pero sobre todo la técnica del avestruz: aguardar con la cabeza escondida, intentar hacerse invisible, incluso con su propio hijo. Su forma de ser y de comportarse es un gran contraste en comparación a su hermana y a un personaje episódico de gran fortaleza, el de Jackie Kennedy (no me convenció del todo Jodi Balfour, pero hizo más evidente el esfuerzo de la caracterización de nuestros protagonistas ingleses). El retrato comparativo se completa con John F. Kennedy (ni más ni menos que Michael C. Hall, Dexter, y a pesar de las bastantes diferencias físicas, es increíble cómo hasta cambia la voz para parecerse a JFK), a quien muestran de una manera más polémica (manipulador, megalómano, mujeriego, infiel e incluso drogadicto).

Ni siquiera ese episodio en el que la Reina se compara con la rutilante estrella de Jackie (y que propicia un movimiento audaz en Ghana para alejar a sus dirigentes de los cantos de sirena comunistas) lo consideraría el mejor. Los dos dedicados a Margaret casi podrían considerarse autónomos, de una gran belleza y delicadeza. La historia de amor con el fotógrafo Tony Armstrong-Jones (Matthew Goode cambia de registro para desarrollar a un hombre de ideas avanzadas, estigmatizado por el nulo caso que le presta su madre, para convertirse en la kriptonita de esa mujer moderna y contradictoria que es la princesa) tiene de todo, desde unas fotografías sensuales a una boda por todo lo alto. Vanessa Kirby se sale, dejando en cada escena un aroma elegante y una sensación de imprevisibilidad: puede llorar, reír, insultar o encogerse y cualquier opción parece posible. Una lección interpretativa en toda regla.

Claro que el trabajo de Claire Foy va varios pasos por delante. Si en la primera temporada me parecieron exagerados los elogios y los premios, ahora está gigantesca. Es muy difícil dar vida a una mujer como la Reina, tan apegada a su papel secundario aprendido por su padre, a la vez que tan convencida de su responsabilidad. Le mueven movimientos antagónicos: el deber para la corona y el amor hacia su marido, que no se mitiga ni cuando le tiene que "comprar" un título de príncipe para contentarlo. Es todo tan sutil, que se magnifica su papel hasta encumbrarla. El mayor mérito de Foy es hacer de la reina una figura humana, no tan alejada del común de los mortales, distante y altiva o viviendo en su burbuja. El episodio Marionettes es, en este sentido, la joya de esta temporada, otro episodio que es casi una película autónoma, con un desarrollo cronológico que juega con las expectativas del espectador, que inicia odiando al tal lord Altrincham (John Heffernan) y jaleando el puñetazo de un abuelete, para acabar dándole la razón en sus críticas hacia la reina, anclada en el pasado. No falta sentido del humor en este capítulo.

Y aún me faltaría otra obra maestra: Vergangenhit, que además nos llevará a una escena de Churchill y George VI. En este episodio se nos vuelve a aparecer el duque de Windsor (Alex Jennings está colosal), quien pretende regresar a Londres o, al menos, tener un papel no tan marginal, un papel que le lleva a hacer de bufón en no pocas ocasiones, al lado de su impasible esposa Wallis. Ese flashback contiene algo que impedirá las pretensiones de David, a pesar de las intenciones cristianas de perdonar por parte de su sobrina.

No he nombrado a la Reina Madre, al jubilado Tommy Lascelles, a lord Mountbatten...; no he dicho nada de la calidad y la factura de la producción, de la música, de esos fastuosos escenarios (por ejemplo Balmoral, un refugio cada vez más socorrido por la Reina); y me quedo muy lejos de profundizar en las ambigüedades o las sutilezas que se superponen en muchos personajes. Por eso no incidiré tampoco en la pena de que a partir de la próxima temporada el elenco cambiará para darnos una década posterior, aunque será difícil hacernos olvidar de Claire Foy, Vanessa Kirby y Matt Smith.


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