(111 páginas. 9,85€. Año de edición: 2016) |
Cada vez cuesta más encontrar obras literarias que sean referente de algún tipo para nuestros alumnos, cada vez más desenganchados a todo aquello que no forme parte del contexto audiovisual que les rodea, a poder ser el que le muestran sus pequeñas (o no tan pequeñas) pantallas del móvil. Todo aquello que se aleje de su reducido siglo XXI supone algo así como una visita a catacumbas paleolíticas, y por supuesto, salvo contadas y honradas excepciones, se aleja mucho de su también reducido círculo de preferencias y motivaciones. El ejercicio de contextualización es cada vez más arduo e insatisfactorio, y los resultados muy poco esperanzadores.
Si hay alguna figura capaz de romper con esa barrera, ese no es otro que Sherlock Holmes (deducción, por otra parte, elemental), aunque solo sea por las recientes versiones cinematográficas (que a mí me repelen un poco por esa tendencia al vértigo y al manierismo visual) y seriéfilas (que prefiero, y solo hay que aducir dos nombres: Benedict Cumberbatch y Martin Freeman).
El punto motivacional está ganado desde el reconocimiento inmediato de una de las recreaciones literarias más famosas y carismáticas, y luego hay que añadir que leer a Arthur Conan Doyle es adentrarte en las pesquisas detectivescas, que siempre resultan atractivas y adictivas. Lástima que no haya que descubrir a ningún asesino o que los casos presentados en este ejemplar sean tan menores. Aunque, por otra parte, eso puede ser una contrapartida favorable si hablamos de que es una lectura ideal para cursos bajos, hasta 2º de la ESO.
El tercer motivo para recomendar esta lectura en el aula es la labor de Vicens Vives y, en concreto, de Cucaña: su edición viene acompañada de ilustraciones (vale que las de Tha no sean las más logradas, pero siempre un dibujo ayuda mucho a nuestros jóvenes lectores), numerosas notas a pie de página, tanto para aclaraciones de léxico como para aclaraciones más genéricas, y un suficiente e interesante número de actividades (de comprensión lectora, sobre personajes y temas, estructura y estilo), además de una pequeña nota biográfica del autor.
En El hombre del labio torcido Watson se encuentra por casualidad con Sherlock, inmerso en una de sus habituales pesquisas, las cuales le empujan a disfrazarse. El caso parece sencillo, pero al mismo tiempo irresoluble: un hombre de 37 años, Neville Saint Clair, que desaparece delante de su señora esposa, en un encuentro casual (y a cierta distancia) en Londres, cuando él, desde la habitación de un antro dirigido por un marino malayo enemistado con Homes. Al subir acompañada de policías, no parece quedar rastro de él, salvo la ropa de Saint Clair.
El principal sospechoso es un mendigo llamado Hugh Boone, caracterizado por una cicatriz que le levanta el labio superior y una prominente cojera. Como se encontró en la orilla del río la chaqueta de Neville, que no ha arrastrado la corriente por acarrear en sus bolsillos cuatrocientos veintiún peniques y doscientos setenta medio peniques, todo parece indicar que no está vivo, aunque la carta recibida da esperanzas para lo contrario.
La resolución de este caso es más espectacular que la de El carbunclo azul, en el que lo que está desaparecido es un diamante azul de incalculable valor, joya que aparece en el interior de un ganso de corral, encontrado por el portero Peterson, que el día de Navidad se encontró al intentar mediar en un altercado entre un hombre y un grupo de maleantes. Aquí vamos a ser testigos de las pesquisas que son tan características de este personaje, y que salvarán a John Horner, un fontanero acusado de robar a la condesa de Morcar en el hotel Cosmopolitan, en el que también estará implicado James Ryder, el encargado del hotel.
Alejado, pues, de las pretensiones de otros casos más sonados, difíciles e importantes, puede ser un buen prólogo para iniciarse en los casos que el doctor Watson escribe acerca de unos detectives más célebres de la historia. Y una lectura óptima para cursos bajos, como digo.
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