(Netflix. 10 episodios: 13 octubre) |
Contiene spoilers
Aunque posiblemente a esta serie se le puedan computar algunos errores, como un cierto desequilibrio en la estructura de la temporada, personalmente me ha fascinado, pues estamos ante una recreación fabulosa de los últimos años 70 del siglo pasado (1977), cuando la criminología estaba en pañales y los crímenes empezaban una escalada demoledora y alcanzaban cuotas cada vez más espeluznantes, por lo que era lícito empezar a estudiar las mentes de los asesinos.
Además, la caracterización de los personajes ha sido todo un acierto: hemos ido incrementando un equipo que no existía de inicio, la Unidad de Análisis de Conducta, empezando por el un tanto asocial y vehemente Holden Ford (extraordinario el para mí desconocido Jonathan Groff), al que vemos en un inicio marcado por la espectacularidad, cuando Holden intenta mediar en un asalto con una rehén y la cosa acaba en lo que será el pistoletazo (nunca mejor dicho) de salida.
Holden, que está centrado en aspectos psicológicos y da clases en el FBI, conoce a un agente más veterano, Bill Tench (también estupendo Holt McCallany), que da charlas abordando temas similares, y allí nace una de las parejas más versátiles y curiosas de la tele, una especie de Quijote y Sancho que cabalgan contra molinos de viento, que no es otra cosa que los prejuicios y la mentalidad de la época, en la que se prefería pensar que con quitarse de en medio al psicópata se acabarían los problemas y la violencia.
Esa pareja fundamenta los primeros episodios, y la química entre ellos es uno de los grandes descubrimientos. Hay una estupenda escena con música de fondo en la que los vemos peregrinando por muchos estados, en coche, en avión, en hoteles de mala muerte. A pesar de las incomodidades, ellos perseveran porque creen en lo que hacen, y eso que son dos tipos dispares y de métodos muy diferentes que se embarcan en una cruzada que en principio los mantiene fuera de los círculos principales. Son recibidos con cierto recelo, y sus charlas conjuntas no calan demasiado entre los policías, aunque algunos de ellos vayan a requerir su ayuda, casi secretamente, como si fuera una salida deshonrosa.
Ese podría haber sido el eje de casi cualquier serie. Había un filón impresionante en esas consultas, en esas ayudas puntuales para resolver asesinatos. Mindhunter podría haber sido un procedimental (con mucho estilo), pero David Fincher (director de cuatro episodios: los dos primeros y los dos últimos) tiene otros planes y arriesga. No nos vamos a detener en resolver sin más crímenes, sino que se nos va a contar algo diferente. Y ahí entra un tercer pilar, la doctora Wendy Carr (ni más ni menos que Anna Torv, Fringe, una de las voces más sensuales de la televisión), a la que consultan sobre si la línea que están siguiendo va a alguna parte.
Una línea arriesgada que les lleva a entrevistarse con famosos psicópatas entre rejas, empezando por Edmund Kemper (espectacular Cameron Britton, que da vida a un asesino muy locuaz y muy educado, y que le hace merecedor de algún premio), para saber qué pasa por esas atormentadas y enfermizas mentes. Durante las entrevistas muchas veces se mueven por impulsos o intuiciones, otras muchas se dan contra mentiras y manipulaciones, pero incluso ahí encuentran material del que tirar. Wendy les dará un importante impulso, instándoles a dedicarle a esa actividad tiempo completo. Y ella misma al final se embarcará en el proyecto, dejando a un lado sus aspiraciones para entrar en la universidad. La escena en la que deja a su amante y los dos pedantes amigos gays suyos con la palabra en la boca al ver que se sentía de más, es suficiente como para dejar claro cuál es su posición.
Más adelante, el personaje de Wendy alterna entre las fricciones con Holden y su pequeña "aventura" con el gato oculto en el lavadero del sótano (inquietante y lóbrego espacio, por otra parte, sobre todo en la escena en la que acude allí simplemente vestida con una larga camisa, con las piernas al aire), al que irá dejando latas de atún, hasta que un día el gato parece haberse ido (¿alguna interpretación al respecto?, ¿hace referencia al estado de la relación con Holden, o al de la propia unidad de análisis de la conducta?).
Estas pequeñas escenas, un tanto paralelas con respecto a la trama principal, es otra seña de identidad de la serie, como las aparentemente casi siempre inocuas que nos irán mostrando, antes de los títulos de crédito (excepto un par), de un tío con bigote que da un mal rollo que te pasas, un trabajador de ADT (empresa de alarmas), que por lo visto es Dennis Rader (Sonny Valicenti), conocido como el asesino BTK ('Bind, Torture and Kill', 'atar, torturar y matar'), un psicópata que no fue capturado hasta el año 2005, algo que habla del modus operandi de esta serie: ¿por qué elegir un criminal que no será capturado por nuestros protagonistas?
Mindhunter también podría haberse quedado con la recreación de las entrevistas a psicópatas. Además de Ed Kemper, aparece en un par de capítulos Jerry Brudos (Happy Anderson también borda al fetichista de zapatos) y en otro Richard Speck (Jack Erdie sigue en la línea de una recreación muy realista y estupenda de estos asesinos, en este caso menos cerebral y más afectado por las drogas y su vehemencia). Se habla incluso de entrevistar a Charles Manson. Pero tampoco nos quedamos ahí.
Porque lo que importa es la evolución de los personajes, en especial de Holden, que será el que más evolucione, pasando de un chico tímido que apenas sabe entrar a Debbie Mitford (Hannah Gross), una universitaria estudiosa la par que receptiva a tomar drogas o ser liberal con el sexo, a ser un engreído al que se le suben a la cabeza los logros obtenidos. En muchos momentos nos queda la duda de si el propio Holden es un psicópata y no solo un sociópata, pues no en vano no solo se muestra entusiasta en interrogatorios, ni parece que le afecte menos de lo que lo hace a su compañero Bill, sino que incluso se advierte en él una considerable cuota de admiración por los asesinos a quienes entrevista.
Así como Bill tiene un mayor equilibrio, quizás porque bastante tiene con conciliar su trabajo con su vida personal (casado con Nancy, tiene con ella un hijo adoptado que muestra indicios de autismo, algo que en aquella época no estaría diagnosticado y que le complica la existencia), Holden, que estará entre los 20 y los 30 años, por momentos parece estar en una tardía adolescencia, enfadándose cuando le llevan la contraria o no alaban sus éxitos. Cuesta digerir algunas extravagancias suyas, como ciertas licencias en interrogatorios, o ciertas actitudes con Debbie, desde perdonar su infidelidad (algo de lo que la pareja no hablará) hasta menospreciarla después de una compra en el supermercado. Si en la investigación de un director de una escuela dudamos de si se ha extralimitado o no, más adelante parece desbocado cuesta abajo.
Es difícil predecir cuál será el camino de la segunda temporada, pero si el riesgo es el mismo, la profundidad y complejidad de los personajes sigue a la misma altura y la factura tan impecable, puede que se sitúe entre una de las series más interesantes no ya de este año, sino de los últimos años, y eso que no estoy especializado en psicología. Una serie en la que descubrimos dónde y cuándo se acuñó el término "serial killer (asesino en serie)" no es cualquier cosa.
Esa pareja fundamenta los primeros episodios, y la química entre ellos es uno de los grandes descubrimientos. Hay una estupenda escena con música de fondo en la que los vemos peregrinando por muchos estados, en coche, en avión, en hoteles de mala muerte. A pesar de las incomodidades, ellos perseveran porque creen en lo que hacen, y eso que son dos tipos dispares y de métodos muy diferentes que se embarcan en una cruzada que en principio los mantiene fuera de los círculos principales. Son recibidos con cierto recelo, y sus charlas conjuntas no calan demasiado entre los policías, aunque algunos de ellos vayan a requerir su ayuda, casi secretamente, como si fuera una salida deshonrosa.
Ese podría haber sido el eje de casi cualquier serie. Había un filón impresionante en esas consultas, en esas ayudas puntuales para resolver asesinatos. Mindhunter podría haber sido un procedimental (con mucho estilo), pero David Fincher (director de cuatro episodios: los dos primeros y los dos últimos) tiene otros planes y arriesga. No nos vamos a detener en resolver sin más crímenes, sino que se nos va a contar algo diferente. Y ahí entra un tercer pilar, la doctora Wendy Carr (ni más ni menos que Anna Torv, Fringe, una de las voces más sensuales de la televisión), a la que consultan sobre si la línea que están siguiendo va a alguna parte.
Una línea arriesgada que les lleva a entrevistarse con famosos psicópatas entre rejas, empezando por Edmund Kemper (espectacular Cameron Britton, que da vida a un asesino muy locuaz y muy educado, y que le hace merecedor de algún premio), para saber qué pasa por esas atormentadas y enfermizas mentes. Durante las entrevistas muchas veces se mueven por impulsos o intuiciones, otras muchas se dan contra mentiras y manipulaciones, pero incluso ahí encuentran material del que tirar. Wendy les dará un importante impulso, instándoles a dedicarle a esa actividad tiempo completo. Y ella misma al final se embarcará en el proyecto, dejando a un lado sus aspiraciones para entrar en la universidad. La escena en la que deja a su amante y los dos pedantes amigos gays suyos con la palabra en la boca al ver que se sentía de más, es suficiente como para dejar claro cuál es su posición.
Más adelante, el personaje de Wendy alterna entre las fricciones con Holden y su pequeña "aventura" con el gato oculto en el lavadero del sótano (inquietante y lóbrego espacio, por otra parte, sobre todo en la escena en la que acude allí simplemente vestida con una larga camisa, con las piernas al aire), al que irá dejando latas de atún, hasta que un día el gato parece haberse ido (¿alguna interpretación al respecto?, ¿hace referencia al estado de la relación con Holden, o al de la propia unidad de análisis de la conducta?).
Estas pequeñas escenas, un tanto paralelas con respecto a la trama principal, es otra seña de identidad de la serie, como las aparentemente casi siempre inocuas que nos irán mostrando, antes de los títulos de crédito (excepto un par), de un tío con bigote que da un mal rollo que te pasas, un trabajador de ADT (empresa de alarmas), que por lo visto es Dennis Rader (Sonny Valicenti), conocido como el asesino BTK ('Bind, Torture and Kill', 'atar, torturar y matar'), un psicópata que no fue capturado hasta el año 2005, algo que habla del modus operandi de esta serie: ¿por qué elegir un criminal que no será capturado por nuestros protagonistas?
Mindhunter también podría haberse quedado con la recreación de las entrevistas a psicópatas. Además de Ed Kemper, aparece en un par de capítulos Jerry Brudos (Happy Anderson también borda al fetichista de zapatos) y en otro Richard Speck (Jack Erdie sigue en la línea de una recreación muy realista y estupenda de estos asesinos, en este caso menos cerebral y más afectado por las drogas y su vehemencia). Se habla incluso de entrevistar a Charles Manson. Pero tampoco nos quedamos ahí.
Porque lo que importa es la evolución de los personajes, en especial de Holden, que será el que más evolucione, pasando de un chico tímido que apenas sabe entrar a Debbie Mitford (Hannah Gross), una universitaria estudiosa la par que receptiva a tomar drogas o ser liberal con el sexo, a ser un engreído al que se le suben a la cabeza los logros obtenidos. En muchos momentos nos queda la duda de si el propio Holden es un psicópata y no solo un sociópata, pues no en vano no solo se muestra entusiasta en interrogatorios, ni parece que le afecte menos de lo que lo hace a su compañero Bill, sino que incluso se advierte en él una considerable cuota de admiración por los asesinos a quienes entrevista.
Así como Bill tiene un mayor equilibrio, quizás porque bastante tiene con conciliar su trabajo con su vida personal (casado con Nancy, tiene con ella un hijo adoptado que muestra indicios de autismo, algo que en aquella época no estaría diagnosticado y que le complica la existencia), Holden, que estará entre los 20 y los 30 años, por momentos parece estar en una tardía adolescencia, enfadándose cuando le llevan la contraria o no alaban sus éxitos. Cuesta digerir algunas extravagancias suyas, como ciertas licencias en interrogatorios, o ciertas actitudes con Debbie, desde perdonar su infidelidad (algo de lo que la pareja no hablará) hasta menospreciarla después de una compra en el supermercado. Si en la investigación de un director de una escuela dudamos de si se ha extralimitado o no, más adelante parece desbocado cuesta abajo.
Es difícil predecir cuál será el camino de la segunda temporada, pero si el riesgo es el mismo, la profundidad y complejidad de los personajes sigue a la misma altura y la factura tan impecable, puede que se sitúe entre una de las series más interesantes no ya de este año, sino de los últimos años, y eso que no estoy especializado en psicología. Una serie en la que descubrimos dónde y cuándo se acuñó el término "serial killer (asesino en serie)" no es cualquier cosa.
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