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Doce cartas, doce meses, que dilatan heridas que aun no habían sido cicatrizadas, un solo destinatario de tiempo y amor. Una relación acabada pero sin un fin. Una relación acabada pero un fin. Aquel músico que ama recordando y aquella escritora que piensa amando. El silencio de años y la ausencia de contacto desaparecen por causa de aquel amigo o enemigo que vulgarmente solemos llamar destino.
Quien más quien menos ha sentido la inquietud de escribir un libro, ha esbozado en alguna línea cómo serían sus personajes o ha iniciado alguna historia. Otra cosa es haber plasmado esa historia hasta redondearla, culminándola. No muchos llegan al punto final y abandonan antes o se rinden. No es el caso de esta autora, Irene Guerrero, para quien rendirse no entra dentro de su vocabulario, algo que, en este caso, contribuye a que pueda decir algo que muchos no: no solo la he terminado, sino que encima he conseguido publicar mi libro.
El título previene sobre lo que se va a leer: una historia de amor con música y, cómo no, también con palabras. Los dos protagonistas -no nombrado ninguno, se juega con la inconcreción en todo momento- se reparten la música (que es a lo que él se dedica) y las palabras (ella, profesora de universidad, publica artículos en una revista y además alguna novela).
A esta historia de amor no le faltan alicientes, como un interesante perspectivismo o contrapunto entre la visión de uno y de la otra, aspecto que otorga al libro una dimensión extra: ¿cuál de las dos versiones se acerca más a la realidad?, ¿puede haber más de una verdad? Si a eso añadimos que se explota el recurso de la elipsis, la trama encima gana en profundidad. Sabemos muchos detalles, conocemos muchas intimidades, de ella, de él y de ambos, pero aspectos fundamentales se omiten:
¿Cómo es que no están juntos, si es obvio que se quieren tanto?; ¿por qué rompieron, si no hubo nadie de por medio? Las preguntas sin respuesta ejercen a veces de motor paralelo y te das cuenta de que muchas veces no hay contestaciones satisfactorias. Las cosas suceden porque sí sin más, por mucho que luego, a posteriori, nos empeñemos en buscar explicaciones que le den sentido a nuestras experiencias no siempre positivas.
Podríamos dividir el libro en dos partes. La primera, en la que el foco reside en él, está escrita en forma de diario, a modo de desahogo personal. Empieza el 24 de junio y acaba un año después, el 24 de mayo (¿por qué precisamente cada 24?). El núcleo fundamental de lo narrado aparece en los primeros meses y luego, poco a poco, el número de páginas por mes adelgaza (descompensación que funciona un poco como en El Lazarillo de Tormes, en la que el grueso de lo que aprende Lázaro llega a manos de sus primeros amos).
Lo curioso es que se nos habla un poco de todo, pero al final la sensación es que te queda un poco de nada: le cuenta a ella que han firmado un contrato con una discográfica, habla de reformas que dejan la casa igual a cuando estaban juntos, de los regalos que le hace ahora pero que no le entrega y del mensaje que le deja por su cumpleaños, pero no sabemos quién es él o cómo es él más allá de su amor por ella. Lo que nos relata se centra sobre todo en el pasado, en esos cinco años de relación y en cómo empezaron. El universo se estrecha de tal modo que parece que sólo existen dos personajes. Apenas se nombra a la hermana de él, a sus amigos Rubén y Jorge y a un entorno en abstracto que no parecía muy conforme con esta relación.
Lo importante, el mensaje central, es transmitir cómo se enamoró de ella, por qué la quiere tanto y lo mucho que la echa de menos. La universidad y el piso frente a la playa (¿qué playa?, la ciudad en la que residen, ¿es Madrid?) son los escenarios principales. Lo que importa, no obstante, es el paisaje de esa chica que no puede olvidar. Aunque se dirige constantemente a ella, parece probable, no obstante, que no lo vaya a leer.
En la segunda parte, toma la voz ella. Esta vez los capítulos (seis en total) son más extensos y la sensación es que le está escribiendo directamente a él, aunque con un estilo más elaborado (como corresponde a una escritora con éxito). Han pasado cinco años desde que rompieron y ahora han aparecido las cartas publicadas en una revista de cotilleos, y ni siquiera sus amigos se explican por qué. Lo que parecía ya superado, de pronto no lo está, y se remueven demasiados sentimientos, aunque ya habían aparecido señales de que esto era así y explican algunas decisiones cuestionables, como cuando le compra la casa frente a la playa (sin que él lo sepa), sobre todo si se empeña en decir que ya no le quiere.
Con ella damos paso a una nueva modalidad discursiva: el diálogo, casi siempre con sus amigas Laura, Ana y Paula, que establecen un comité de crisis para ver cómo su amiga está lidiando con estas inesperadas cartas. No son los únicos personajes que aparecen. Incluso los amigos de él tienen más relevancia.
A medio camino entre el pasado como en las cartas de él (que es cuando se contrastan las versiones) y en el presente, en el que ella está centrada en su trabajo y pensando en tomarse un año sabático en la universidad para dedicarse a la editorial e irse a la casa de la playa, ver los sentimientos de él (aunque en retrospectiva) le resulta más incomprensible para encarar su futuro. Esta segunda parte es una especie de efecto mariposa.
Es un libro perfecto para leer en clase, el típico que sobre todo le encantaría a las chicas. Corto y adictivo, es el típico que te engancha hasta que terminas y con el que se puede discutir acerca de su final. Seguramente se merece una edición mejor (por ejemplo con un simple justificado de página) y una revisión de aspectos de puntuación, pero no dejan de ser menudencias que no entorpecen la lectura.
Además de las preguntas ya planteadas antes, queda la más importante: ¿para cuándo un segundo libro, Irene?
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