(496 páginas. 19,50€. Año de edición: 2015) |
Más allá de consideraciones pseudofilosóficas de si un libro, este en particular, se merece el éxito de ventas, o por qué La chica del tren sí y en cambio otras novelas no, vamos a detenernos en el hecho principal: se trata de una lectura fácil que engancha y después del fiasco con Aquí estoy, necesitaba algo que no me costara. Estamos ante un libro que se lee solo, que te pide pasar una página tras otra, no quedarte en el último capítulo leído, sino avanzar un poco más.
Así pues, lo mejor en este caso es olvidar que lleva 6 millones vendidos y centrarte en Rachel, un desastre de mujer por culpa de su alcoholismo. Divorciada hace no mucho, ha perdido su trabajo y depende prácticamente de la caridad de su compañera de piso (y de estudios hace tiempo) Cathy.
Uno de los pocos entretenimientos de Rachel es contemplar las casas al otro lado de la vía mientras va en el tren que la lleva a la ciudad (finge que va a trabajar). Se centra en concreto en una, en la que vive una idílica pareja, Jess y Jason, enamoradísimos el uno del otro. Al menos eso es lo que se imagina desde lejos, percepción que cambia cuando ve a Jess besándose con otro hombre, una escena que la inquieta y que luego, tras la desaparición de una mujer, parece coincidir con la imagen de esa rubia preciosa a la que había bautizado como Jess. Y es que Jess en realidad se llama Megan Hipwell y lo inquietante es que la vio el día que desapareció, aunque no lo recuerda.
Una de las mayores pegas es creer en esas lagunas mentales provocadas por el alcohol. Sí, son reales, no niego que eso pueda ocurrir, pero es un procedimiento tan utilizado que debería producir reparos en cada escritor a la hora de recurrir a él. Claro que sin estos olvidos, no tendríamos novela, puesto que nos da mucho juego, como por ejemplo al descubrir que Rachel está más implicada de lo que parece en la desaparición de Megan, y no porque, en una de sus numerosas decisiones equivocadas, se involucre más de la cuenta con Scott, el marido un tanto volátil de Megan.
Se me ha olvidado decir que uno de los motivos de la fijación por Scott y Megan es que su casa está justo al lado de la que fue la suya con Tom, su ex marido, que la dejó por Anna, con quien acaba de tener un bebé, Evie. Eso sí, la culpa de que esto pasase, por supuesto, fue de Rachel, cuya depresión y su consiguiente apego por la botella, le obligaron a dejarla. Más adelante sabremos con más exactitud por qué esta mujer está atascada con Tom y no puede pasar página.
Narrado en primera persona casi a modo de diario, la principal voz narrativa es la de Rachel, que una y otra vez se empeña en elegir el camino más problemático. Si bien poco a poco vamos a indagar en los motivos de su alcoholismo, casi en todo momento como lector estás casi gritándole que no haga lo que a continuación va a hacer. El mayor mérito de la autora es darle credibilidad a esta mujer por medio de ese apego a la copa de más. Esta antiheroína es lo más destacado.
Además de Rachel, leemos el punto de vista de la propia Megan. Lo que leemos y sabemos de ella es de varios meses antes al presente de la obra y suele ser mucho más breve que la narración de Rachel. Nos sirve para ver que se trata de una mujer inconformista, caprichosa e infiel. Mantiene una aventura con otro hombre y al mismo tiempo intenta seducir a su psicólogo, Kamal Abdic, que será uno de los principales sospechosos del caso que los policías Riley y Gaskill, dos personajes que de secundarios parecen figurantes, apenas consiguen hacer avanzar.
Y, por último, y en orden de importancia, también sabemos del punto de vista de Anna, aunque yo creo que es sobre todo para darle un pequeño apoyo a la narración de los acontecimientos finales. Solo las constantes intrusiones de Rachel enturbian su modélica existencia, además de la presencia de tanto periodista interesado en el caso de la desaparición de su vecina, que además fue niñera de Evie unas semanas.
No hay muchos más ingredientes. La receta es bastante simple, pero efectiva en todo momento. Es la típica lectura veraniega, que no te requiere de complejidades intelectuales ni narrativas, un poco en la línea de narraciones clásicas a lo Agatha Christie. Tan metido te tiene, que cuando llega la hora de destapar todas las cartas, eres más comprensivo con tópicos vertidos en forma de un mentiroso y manipulador.
No se le puede pedir a esta obra mayor profundidad, puesto que no la tiene. No le hace falta. Sabe lo que quiere contar y lo hace con algo más que oficio, narrando con la suficiente pericia con la que lo hacían los autores de folletines. Lectura ideal si vienes de un libro farragoso o pretencioso o ambos, como en mi caso.
Comentarios
Saludos
A veces viene muy bien una lectura así.
Un saludo