Westworld. Temporada 1



(HBO. 10 episodios: 02/10/16 - 04/10/16)
HBO creó Westworld fundamentalmente para ser la sustituta de Game of Thrones ahora que se inicia la cuenta atrás para su apoteósico cierre. Palabras mayores, pues. Tarea titánica, pensarían algunos. De modo que el hecho de no fracasar estrepitosamente ya era todo un logro. Un reparto espléndido y una historia futurista a la par que extraordinariamente compleja han sido sus principales soportes, por no hablar de una factura prodigiosa, unos estupendos efectos especiales, una intro cautivadoramente plástica y sugerente, una banda sonora con Ramin Djawadi (GoT) al frente, y de director al hermano de Christopher Nolan, cocreador de títulos como El Caballero Oscuro o Interstellar.

No me ha parecido la mejor serie del año pero sí la más ambiciosa e interesante. Las reflexiones filosóficas a lo Blade Runner (a la cual tanto le debe) derivadas de este parque temático futurista en el que los androides son una réplica casi perfecta de los seres humanos (por no hablar de una copia mejorada de nosotros: las personas que entran al parque lo hacen para satisfacer sus deseos primarios, y más que seguir una historia, buscan sexo y asesinar impunemente) son uno de sus puntos fuertes. Que yo no haya entrado del todo en ese entusiasmo generalizado para muchos lo achaco a mi debe más que al de la propuesta de Nolan, puesto que he dado bandazos de confusión en muchos momentos.

Creo que el éxito de la primera temporada se debe a un fenómeno que nació con Lost: es tan intrincada la trama, que es dada a darle al coco para buscar explicaciones y pergeñar teorías que aclaren lo que está tan enredado. Los capítulos no acaban con los títulos de crédito, sino con los múltiples foros o tuits o blogs o apps con los que los seguidores pueden dar rienda suelta a su imaginación. La serie se retroalimenta de esta interactividad y por ello se ha convertido en viral en tan poco tiempo.

Es motivo más que suficiente (además del hecho de adentrarse en el terreno de la ciencia ficción) para perdonarle sus puntos débiles: excesiva aridez (a veces termina un capítulo y te sientes un tanto incapacitado por no entender algo; parece que hay que entender de psicología y conocer la teoría bicameral del cerebro), el riesgo de andar rozando el bucle repetitivo, demasiados frentes abiertos que resultan difíciles de abarcar, la recurrencia hacia ciertos tópicos ya vistos... Minucias en comparación con los aciertos. Te hacen pensar y eso está muy bien. ¿Cómo no va a merecer la pena, por ejemplo, esta premisa que plantea el propio Nolan?:
 "Si pudieras sumergirte por completo en una fantasía, una en la que pudieras hacer lo que quisieras, ¿descubrirías cosas sobre ti mismo que no querías saber?".
Ojo: esta entrada contiene spoilers

Podemos hacer un repaso somero al reparto estelar. Empezando por Anthony Hopkins, que da vida al doctor Robert Ford, uno de los dos creadores de este parque llamado Westworld; siguiendo por Ed Harris, el Hombre de Negro tan despiadado que recorre el parque en busca de resolver el puzle y que contiene una de las anagnórisis más destacadas en pantalla; James Marsden haciendo de Teddy, androide vaquero con el récord absoluto de veces y maneras de morir; y, por último, me detengo en las dos reinas absolutas del metraje: 

Evan Rachel Wood y su Dolores tan llena de matices y Thandie Newton como Maeve, una prostituta que no tarda en aferrarse al recuerdo casi perdido de una hija que le fue arrebatada. Que estas dos poderosas mujeres hayan hecho parecer al gran Hopkins una máscara diseñada para solucionar sus escenas con metodismo tiene mucho más mérito del que podría parecer por tener el papel de androides, que dan, en efecto, mucho juego, con esos cambios de emociones y esos procesos de análisis del sistema en los que cambian a modo robótico.

La doble dinámica del "dentro" y "fuera" es uno de los aciertos principales. Por una parte, tenemos lo que sucede en el parque, la de la estética de Western, la prediseñada por guionistas y para la que los androides están diseñados, marcados por ese piano que cada día inicia el bucle eterno para los robots, y delimitado por la regla de no dañar a ningún ser vivo (de ahí esa especie de metáfora con la mosca del inicio, a la que no prestan atención los llamados anfitriones, hasta que Dolores inicia su propia rebelión).

Por otra parte, fuera tenemos a todo el equipo técnico que hace posible que el parque temático funcione (programadores, técnicos, supervisores de seguridad...), encabezado por otro de los puntales de la serie: Bernard (para mí desconocido Jeffrey Wright, pero toda una lección interpretativa la suya, solo por debajo de Newton y Rachel Wood), la mano derecha de Ford, y que protagoniza otra sorpresita hacia el final ("Door, what door?"). Su ayudante (la de Bernard, digo) es Elsie,  y Shannon Woodward también está muy bien en su papel, y más cuando yo la conocía de una comedia (Raising Hope).


Otro personaje destacado, y que da pie a una de las teorías más enjundiosas de los fans, que ha resultado ser acertada, es William (Jimmi Simpson), el alma pura que llega al Parque de la mano de su cuñado Logan (Ben Barnes), y es el ejemplo perfecto para poner a prueba la tesis del director antes mencionada. Esa teoría tiene que ver con las líneas temporales. Porque (y es un poco tramposo, pero bueno) tenemos por delante al menos dos tiempos diferentes, siendo la del Hombre de Negro el presente, y la de William el pasado, algo que descubrimos al final, por medio de ese pueblo con iglesia enterrada en la arena a modo de punto de enganche.

De los humanos, cabría mencionar también a uno de los trabajadores de la empresa, encargado de "reparar" los androides que han sufrido daños: Felix (Leonardo Nam) es de los poquitos que se salvan de la quema, porque el resto solo demuestra mezquindad y ambición desmedida, como su compañero Sylvester (qué bien hace de repulsivo Ptolemy Slocum), Charlotte (Tessa Thompson), una miembro de la Junta directiva que busca reemplazar a Ford, y que se apoyará en Theresa (Sidse Babett Knudsen), encargada de la seguridad y enrollada con Bernard.

De entre los anfitriones, tenemos a la perturbadora prostituta Clementine (Angela Sarafyan de por sí no parece huamana, es de lo más rara...), los forajidos Armistice (Ingrid Bolso Berdal y su espectacular tatuaje de serpiente) y Héctor (Rodrigo Santoro), Angela (Talulah Riley), que parecía ser Wyatt, el socarrón Lawrence (Clifton Collins Jr.) o el padre de Dolores (Louis Herthum aparece poco, pero se marca una interpretación de chapó cuando encuentra una foto del siglo XXI y entra en colapso).

El último episodio pone un magnífico broche final, explica muchos de los misterios planteados (¿quién es realmente Arnold?, ¿quién es Wyatt?, ¿quién programó realmente la actualización de software que hace que los androides tengan ensueños?, ¿cuál es el centro del laberinto?...) y abre enormes posibilidades para la continuación (¿tendremos un nuevo parque temático basado en los samurais japoneses?), como enormes son las posibilidades con esa difícil distinción entre seres humanos y androides, por no hablar de la más que justificada rebelión de las máquinas. 

Aunque no sepas mucho de Jung o te perdieras la clase sobre la doble cámara que opera en nuestros cerebros, esta serie (así como muchos artículos que hablan de ella) no hay que perdérsela, y más cuando es de presuponer que todos sus muchos logros pueden ser simplemente el punto de partida de una serie mucho más redonda aún. Una digna sucesora de.


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