Sandman. Noches eternas. Neil Gaiman. ECC

(184 páginas. 18,95€. Año de edición: 2014)
Neil Gaiman puso punto final a Sandman en 1996, pero regresó al mundo del protagonista siete años después con Sandman Noches Eternas. Las historias que componen este libro están dedicadas a cada uno de los siete hermanos Eternos y forman un catálogo de maravillas y prodigios.
A modo de bonus track, algo así como una especie de regalo póstumo o, sin ser tan exagerados, un broche de oro a esa obra maestra en diez volúmenes que es Sandman (un estupendo análisis en profundidad sobre la obra lo tenemos en Zona negativa), me he encontrado con este estupendo (adjetivo para no variar, esto parece un vulgar corta y pega) Noches eternas, escrito en 2003, siete años después de poner fin a su obra maestra. 

El mayor miedo cuando afrontas un volumen como este es que te cuelen historias ya leídas (como el tomo de Shakespeare, que en realidad son las dos historias protagonizadas por el célebre autor inglés en distintos números) y con la excusa de la organización temática o de la justificación onomástica que toque hayas caído en la trampa de revisitar algo ya publicado.

No ocurre aquí, ni mucho menos. Ya incluso la introducción del propio autor merece la pena, puesto que explica algún dato de interés, tanto de los dibujantes que colaboran con él como de las propias historias, siete en total, que se corresponden a los siete Eternos. Y otras tres, más breves. Entiendo que es un filón y muy difícil poner punto y final a este universo propio. No tienes la sensación en ningún instante de que Gaiman esté desgastado o repitiéndose o estirando el chicle de mala manera. Por algo el apellido de Neil tiene apariencia de superhéroe...

Lo complicado es buscarle pegas a algún aspecto de este ejemplar (o de Sandman en general). Otro de los aciertos es que cada relato conlleva un dibujante distinto, ideal para la naturaleza polimorfa y heterogénea de lo que se está contando. La relación de historias y sus correspondientes ilustradores son las siguientes (vía Abandonad toda esperanza):


- Capítulo 1: Muerte. "Muerte en Venecia" (dibujo de P. Craig Russell);
- Capítulo 2: Deseo. "Mi experiencia con el deseo" (dibujo de Milo Manara);
- Capítulo 3: Sueño. "El corazón de una estrella" (dibujo de Miguelanxo Prado);
- Capítulo 4: Desesperación. "15 retratos de Desesperación" (dibujo de Barron Storey);
- Capítulo 5: Delirio. "Dentro" (dibujo de Bill Sienkiewicz);
- Capítulo 6: Destrucción. "En la península" (dibujo de Glenn Fabry);
- Capítulo 7: Destino. "Noches eternas" (dibujo de Frank Quitely);

A modo de complemento, el volumen recoge también tres historias más: "Las flores del amor", dibujada por John Bolton; "Cómo se conocieron", dibujada por Michael Zulli; y "La última historia de Sandman", dibujada por Dave McKean.

Vistos de manera somera los preliminares, vayamos con cada historia: 

Muerte en Venecia nos presenta (con un dibujo exquisito, sólo hay que ver la basílica de San Marcos en una de las viñetas) aparentemente dos historias paralelas sin conexión entre sí, ambas situadas en una de las islas de la laguna veneciana: la del conde Alain, tipo Marqués de Sade, que lleva a cabo en su palazzo una serie de divertimentos palaciegos que transcurren siempre en el mismo día ("Mañana llegará la Inquisición (...). Mañana el consejo de los diez ordenará que me encarcelen y encadenen. Pero ese mañana no llegará nunca"), desafiando las leyes temporales encerrado detrás de sus muros; y otra, contada en primera persona, de un norteamericano (creo), Sergei, que vuelve a Venecia de permiso en el ejército, donde pasó parte de su infancia. Un recuerdo inolvidable ocurrió cuando, jugando, llegó al monasterio en ruinas al que estaba prohibido ir, se encontró con Muerte, la cual está esperando a que se abra la puerta. Al quedar fascinado por su belleza, siente como que ha mediatizado su vida entera a expensas de ella, por lo que vuelve años después, se reencuentra con ella y consigue tirar la puerta a patadas, de modo que llegan al 23 de mayo de 1751 y Muerte restablece el orden. "Volveré a verla. Lo sé en mi corazón. Una última vez. Hasta entonces, seguiré mandándole gente", es la poética coda final.

En Mi experiencia con el deseo, una especie de amazona llamada Kara, una mujer pelirroja de pelo ondulado, le cuenta a su hermana, a lo largo del tiempo (aunque eso lo veremos al final), cómo deseaba al hijo del jefe de su tribu. Lo desea tanto que el propio (o la propia) Deseo, un bellísimo ser de ojos dorados, le da una especie de instrucciones (sin darlas, simplemente hablando con ella en otro plano, diciéndole cosas como estas, con esa tipografía suya en mayúsculas y con las 'oes' con un punto dentro del círculo: "el deseo es como fuego en un bosque", o "Debo advertírtelo: conseguir lo que se desea y ser feliz son cosas distintas") que le sirven para seducir a ese hombre que se tiraba a todas las muchachas del pueblo sin importarle ninguna y para salvar a su pueblo cuando sus enemigos le presentan la cabeza de su amado dispuestos a destrozar el poblado y violarla. Gran dibujo, lleno de erotismo y carga sexual.

El corazón de una estrella nos presenta quizá la historia más fascinante, al ser mucho más antigua de las que conocemos (y al estar dibujada por el español Miguelanxo Prado, que hace un estupendo trabajo) de Sueño, y mostrarnos una especie de universo primigenio en el que ni el Sol es la estrella de nuestra Vía Láctea (es un pequeño ser dorado con ganas de ser importante para algún planeta), donde hay una reunión intergaláctica (por así decirlo). Choca ver a Muerte muy distinta, mucho más desabrida y amenazante, que Deseo sea el hermano/a favorito/a por entonces de Sueño (hasta que discuten) y a Delirio aún siendo Deleite (¿qué le pasaría para esa transformación?). Es un acierto absoluto que los planetas o las estrellas sean configuraciones corpóreas o materiales, a modo de ideas de lo que representan, y para que lo entendamos nos ayuda el personaje de Killalla del Fulgor, novia por entonces de Morfeo, aunque esta se enamora de Sto-Oa, el sol del planeta del que proviene ella. Lo mejor llega para el final, cuando nos damos cuenta de que los bocadillos amarillo y azul de la conversación que arranca y termina la historia pertenecen al Sol y a la Tierra (de color azul gracias a Killalla, por cierto) antes de que esta termine de formarse.  

Con 15 retratos de Desesperación cambiamos de chip. Pasamos de una modalidad preferentemente narrativa a otra más descriptiva. A pesar de que el texto es aún más pródigo que en otros relatos, las historias están al servicio de ofrecer un retrato; el concepto es total, pues se trata de integrar imágenes que representan a Desesperación con diversas historias. Es como si estuviéramos en una galería de arte y nos ofrecieran una exposición. "Su beso es el perro negro que te sigue en la oscuridad", podemos leer. Otras palabras que acompañan esas imágenes distorsionadas, abigarradas, muy en la línea expresionista (alguna incluso dadaísta), y que reflejan a esta Eterna, son: "Es un escritor, sin nada más que decir. Es un artista, y unos dedos que nunca atraparán la visión". U otra: "Ser Desesperación. Es un retrato. Solo cierra tus ojos y siente".

Como un vaso comunicante con la forma empleada para Desesperación por esa estética un tanto distorsionada, nos encontramos con Dentro, aunque no tiene nada que ver, puesto que volvemos a la modalidad narrativa, por más que cueste mucho seguir la historia, que en realidad, son cinco historias sucesivas de personajes enajenados y torturados (representados por bocadillos a los que en un momento se les encomienda una misión. ¿Quién se la encomienda? Ni más ni menos que Daniel, el nuevo Morfeo, a quienes acompañan nuestros queridos Matthew y Barnabas. Y si tenemos al perro parlante quiere decir que dicha misión es para rescatar a Delirio, atascada en alguna parte de la locura. Una profusión de colores y formas, al más puro estilo surrealista, nos devuelven a esta Eterna "fugada".

Inmediatamente posterior en la cronología al relato anterior viene Destrucción en la península, en la que Rachel, la arqueóloga protagonista, necesita un cambio porque sus pesadillas van en aumento y le pide un trabajo a Stanley (un Woody Allen versión arqueólogo), que la suma a una excavación en la península de San Rafael, situada en el fin del mundo. Dicha excavación en un montículo tiene la peculiaridad de que contiene objetos del futuro. Rachel decide contratar a Destrucción, que acompaña a Delirio, aún convaleciente. Ambos, por supuesto, tienen que ver con el montículo.

Para el Eterno que resta llega el relato que da nombre al ejemplar, Noches eternas. Otro dibujo intachable para una historia breve, muy sugerente: "Los cuadros en el salón de Destino muestran a sus hermanos y hermanas como a ellos les gustaría ser vistos (aunque el deseo y la realidad están tan próximos en el reino de los Eternos que no podrías meter una cuchilla fina entre ellos)". Filosofía y metafísica se dan de la mano ("Los movimientos de los átomos y las galaxias están en su libro, y no ve gran diferencia entre ellos").

Cierran el libro tres historias breves, las dos primeras más flojas: en Las flores del amor retomamos con Deseo, que echa una mano a un sátiro envejecido en una isla a la que llega una pareja, Phil y Sue, la cual es la "ofrenda" que le otorga Deseo antes de morir; en Cómo se conocieron, Lizzie toma láudano y recuerda un viaje dos meses atrás en tren con su marido y un joven poeta, Algernon (¿mi ignorancia me impide reconocer a un poeta importante?), en el que llega Deseo, que les guía hasta un bosque donde "todos conocen a su verdadero amor"; y por último, La última historia de Sandman, de estética parecida a las portadas, en la que aparece el propio Gaiman, el cual rememora sus propias vivencias en torno a sus personajes: 
"la escritura de Sandman fue en sí misma toda una maraña de coincidencias. Preguntadme de día si creo en Morfeo (...) y os diré lo difícil que es creer en gente que sabes que ha salido de tu mente. Pero preguntádmelo a última hora de la noche (...). No sé qué os responderé. Pero creía en Sandman cuando era niño. Y juré no olvidarlo nunca".

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