(536 páginas. 21,90€. Año de edición: 2014) |
Casi al mismo tiempo del ritmo de la novela ha sido mi lectura, que me ha costado prácticamente dos meses acabarla. Lección una: no leer un libro así si no es en periodo vacacional, requiere de dedicación absoluta y pocas distracciones. Lección dos: Antonio Muñoz Molina exige una atención casi exclusiva y no se puede mendigar ratos si ni siquiera puedes acabar un capítulo. Lección tres: cada vez me cuesta más leer...
Al margen de estas connotaciones personales, esta novela roza el área de ensayo y el libro de memorias. La acción es tan tenue que por momentos se pierde y hacia el final deja de tener importancia (el final es una extensa y apacible coda para reflexionar sobre la vida y sobre Lisboa y sobre Memphis y sobre los hechos narrados en torno al asesinato y al asesino, y también sobre la novela recién terminada). Casi podríamos añadir, pues, una lección cuatro: si esperas un libro en el que pasen cosas, búscate otro. A pesar de que soy un puritano de los géneros, con este autor da igual que se bordeen otras zonas que no son en puridad una novela. Lo que sí es, sin duda, es una estupenda ficción (como el propio autor reivindica en una entrevista en Babelia: "¿Por qué esto es ficción? Porque me atrevo a hablar desde el interior de la conciencia de los personajes (...). Ficción no es solo inventar, ficción es organizar de una cierta manera.") que cuenta con dos partes por momentos separadas, aunque la confluencia es inevitable:
La parte más novelesca (aunque esté basada en hechos reales, y por eso el peso de la investigación y de la documentación es notable) sería la que nos trae, grosso modo y en tercera persona, la estancia de un tal James Earl Ray durante diez días en Lisboa. ¿Quién es este hombre que para mí era un desconocido? Ni más ni menos que el asesino de Martin Luther King el 4 de abril de 1968. ¿Y por qué nuestro autor le sigue los pasos, es que siente algún tipo de admiración por este villano? Creo que sobre todo le atrae la convergencia lisboeta, la casualidad o la deriva de que este hombre acabara llegando a una ciudad capital para Muñoz Molina.
Y es que la parte más personal o biográfica está en primera persona, en un tono casi confesional, muy directo, enormemente valiente, en la que nos cuenta los avatares de la creación de su segunda novela, El invierno en Lisboa, para la que tuvo que viajar tres días de enero y poder darle forma con más credibilidad. La ciudad a la que volverá en lo que sería el tiempo presente de la escritura de este libro (cuyo título proviene de un salmo de la Biblia), ya con su actual mujer, Elvira Lindo, que es un poderoso "tú" avanzada la novela, para celebrar el 26º cumpleaños de su segundo hijo, que vive en 2012 en Lisboa.
La parte referida a James Earl Ray (que se llama también John Larry Raynes, Eric Starvo Galt en homenaje a las novelas de James Bond o John Willard; provoca sorpresa ver lo fácil que era adoptar identidades falsas en el pasado) abunda en todo tipo de detalles. La exhaustividad es tan prolija que dudo que haya algún dato que se le haya pasado por alto al autor. Y creo que el objetivo de esta minuciosidad es acabar dándose cuenta de que a pesar de todos los informes del FBI o de ser una persona observada y descrita por todo tipo de personas bajo todo tipo de múltiples focos, no se puede saber a ciencia cierta quién era este hombre por momentos divertido, ocurrente, solitario, racista, bueno con el rifle, propenso a mentir, robar, ególatra, sociópata y obsesionado con la imagen que dan de sí tras su asesinato.
En un par de ocasiones el autor lamenta no poder saber qué sueña o que existan vacíos en torno a lo que pensaba en determinados momentos. Cientos de páginas analizando los pormenores del antes y del después del asesinato, montones de estudios dirimiendo la personalidad de este ladrón de poca monta que asesina a una de las personalidades más apasionantes de la segunda mitad del siglo XX, para no concluir en nada objetivamente claro: ¿por qué lo mató?, ¿trabajaba para alguien (de ahí el dinero que tiene y que se le va agotando en Lisboa), ¿qué sentía al respecto de ese homicidio?
Hacia el final, a través de este narrador omnisciente que antes ha recorrido otros personajes portugueses (una prostituta a la que frecuenta un par de días, un funcionario que no le facilita el visado hacia las colonias portuguesas africanas), incluso llega a parar hasta el propio Luther King, en un vibrante y estremecedor penúltimo episodio que demuestra la grandeza de Muñoz Molina, capaz de extraer sentimientos y pensamientos por medio de esa capacidad casi demiúrgica de introspección, así como de retratar una época fascinante en cuanto a la lucha por los derechos sociales. Tanto Lisboa como Memphis (ciudad donde se produjo el asesinato) se pueden sentir.
Y sin embargo, lo mejor de la novela es cómo se intercalan las vivencias personales del propio autor, las preocupaciones a la hora de escribir, las interferencias recibidas primero en los años 80 por su rutinario trabajo de funcionario en Granada y por sus obligaciones domésticas con su mujer y sus dos hijos. Es una parte abrumadora y descarnada, una especie de disección sin ambages ni concesiones a sí mismo, nada condescendiente sino todo lo contrario.
Expresa lo incómodo que se sentía en una piel que no le representaba, y lo mucho que le costó hacerle un hueco al Antonio Muñoz Molina escritor que hoy todos conocemos. Leemos cómo frecuentaba el alcohol, los desplantes a su esposa, sentimientos poco paternales por momentos (viaja a Lisboa con su hijo recién nacido prácticamente), incluso infidelidades. Aunque el propio autor le quite hierro al asunto diciendo que los españoles somos demasiado pudibundos, yo creo que hace falta una enorme integridad para afrontarse a sí mismo de esa manera.
Añadamos las referencias a personajes como Onetti, Bioy Casares o Juan Luis Panero, las reflexiones siempre lúcidas de este autor que representa una conciencia íntegra y honrada (al contrario de lo que ocurre con algún que otro escritor, Muñoz Molina da la impresión de ser un buen tipo, buena gente) y, por supuesto, un estilo literario fuera de toda duda. Tengo claro que alguna duda suscitada durante mi lectura se debe a mi torpeza, como una cierta confusión con el tal Raoul (que al principio creía que era otro sobrenombre del asesino y no el posible cómplice), o entre la amante de Luther King y Abernathy. Y tengo claro que fragmentos como estos son una maravilla:
Expresa lo incómodo que se sentía en una piel que no le representaba, y lo mucho que le costó hacerle un hueco al Antonio Muñoz Molina escritor que hoy todos conocemos. Leemos cómo frecuentaba el alcohol, los desplantes a su esposa, sentimientos poco paternales por momentos (viaja a Lisboa con su hijo recién nacido prácticamente), incluso infidelidades. Aunque el propio autor le quite hierro al asunto diciendo que los españoles somos demasiado pudibundos, yo creo que hace falta una enorme integridad para afrontarse a sí mismo de esa manera.
Añadamos las referencias a personajes como Onetti, Bioy Casares o Juan Luis Panero, las reflexiones siempre lúcidas de este autor que representa una conciencia íntegra y honrada (al contrario de lo que ocurre con algún que otro escritor, Muñoz Molina da la impresión de ser un buen tipo, buena gente) y, por supuesto, un estilo literario fuera de toda duda. Tengo claro que alguna duda suscitada durante mi lectura se debe a mi torpeza, como una cierta confusión con el tal Raoul (que al principio creía que era otro sobrenombre del asesino y no el posible cómplice), o entre la amante de Luther King y Abernathy. Y tengo claro que fragmentos como estos son una maravilla:
En los ojos está la identidad de una cara (p.41)
Debajo de una superficie tranquila mi vida era una yuxtaposición sin orden de vidas fragmentarias, un sinvivir de deseos frustrados, de piezas dispersas que no cuadraban (p.45)
El tiempo tenía en Lisboa una duración apaciguada, no hiriente, una serenidad parecida a la de la luz (p.159)
Una novela es un estado de espíritu, un interior cálido en el que uno se refugia mientras la escribe (...). Una novela se escribe para confesarse y para esconderse (p.257).
Yo no podía imaginar que la intensidad de lo que parece siempre fugitivo en la literatura y en el cine puede preservarse intacta a lo largo de muchos años, incluso volverse más honda (...). Te miro luego pintarte los labios (...), y eres más deseable que cuando te conocí (p.290).
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