(AMC. 6 episodios: 23/08/15 - 04/10/15) |
Contiene spoilers
Mientras que en The Walking Dead, la serie madre, nos levantábamos del coma pasado un tiempo desde el brote de muertos que se levantan de sus tumbas, en su spin-off, en cambio, vivimos paso a paso cómo fue el estallido, en este caso en Los Angeles, aunque cualquier ciudad habría valido igual. Escogemos una familia cualquiera (disfuncional en este caso) y la sacamos de sus rutinas y sus problemas habituales para meterles en un universo de pesadilla. Por favor, que alguien me despierte...
Todo lo bueno que apuntaba el piloto (y, claro está, la serie de la que procede) queda retratado a la perfección. Sin ir más lejos, solo hay que ver esos planos cenitales del último episodio, mostrándonos una ciudad de hoy en día devastada casi por completo. Da vértigo pensar lo rápido que se puede ir al traste todo, en cuestión de días.
Vale que es difícil pensar que una enfermedad, o un virus, o un arma biológica fallida, o una mutación, o lo que sea (no se nos explica el origen) sea así de bestial, pero lo que no resulta tan difícil es encontrar ejemplos de maneras de afrontar equivocadamente una situación de urgencia. Claro que es muy fácil hablar de lo que habría que hacer (muchos espectadores de TWD reclamaban que los protagonistas se armaran hasta los dientes), y no tanto ponerlo en práctica. Nuestros personajes desde muy pronto descubren que cualquier muerte resucita a la gente, no sólo vía bocado, y también que sólo destruyendo el cerebro se termina con la transformación. Es decir, antes que regurgitar y arrastrarse en busca de carne fresca, te pido que acabes conmigo como yo haría contigo en caso contrario.
Lo mejor de FTWD, junto con ese terror que se suscita en los dos primeros episodios, en los que no se conoce la amenaza real de esas personas (aún no despojos, la carne no se ha podrido) que gruñen como animales y se acercan lentamente con la mirada casi transparente y la fijación de una alimaña, es la estética realista que se plantea. Nada de héroes que suicidamente se dedican a salvar a los sanos, ni de maniobras absurdas de películas de acción. No. Huir, correr, esconderse, temer. Salvo cuando Travis y Madie se acercan de noche a la iglesia abandonada donde se inicia todo, cualquiera hubiera hecho lo que ellos hacen. La parte en la que los militares parecen tomar el control no puede ser más esclarecedora de cómo nos aferramos a cualquier conato de retomar la normalidad.
Gracias a ese realismo, te planteas cómo obrarías tú en una situación similar (sudores fríos). Pronto ves que la supervivencia tiene un poco de sentido común, de suerte (mi mayor terror con esta serie es que un Caminante te endiñe un muerdo debajo de una cama al tobillo o saliendo de detrás de una puerta), y de rodearte de las personas que tengan mejor capacidad de adaptación. Es complicado hacerse a la idea de que el mundo tal y como lo conoces vaya a irse al garete: que tu internet, tu móvil, tu electricidad, tu agua corriente, tus servicios básicos o tu transporte público (estén más o menos privatizados si los pilla el PP), tu cuenta corriente o cualquiera de las pequeñas cosas que conforman tu realidad, vayan a dejar de existir y, en su lugar, al otro lado de la puerta (de un estadio, por ejemplo) se agolpe una horda de monstruos con mucha hambre de carne humana.
Retratos realistas y sencillos en general: el humanista Travis, que es el que más se resiste a perder su condición de ciudadano contemporáneo, pese a impartir en sus clases de literatura inglesa cómo Jack London cifraba la supervivencia; la pragmática y contundente Madison, capaz de adaptarse al cambio con rapidez, como le ocurre a Daniel Salazar, al que integrar las filas de los torturadores le sirve para saber antes que nadie que el mundo se ha acabado; Liza, con la que tenemos la moraleja de que la abnegación por el prójimo no se obtiene mucha recompensa; Nick, que tendrá que superar su drogadicción en las condiciones más inimaginables; Ofelia, un poco más emborronado su carácter, aunque parece bastante manipuladora y vehemente; y los más adolescentes Chris y Alicia (gran descubrimiento el de Alycia Debnam-Carey, qué guapa y fotogénica), a los que les va a costar asumir que ese mundo en el que se lo daban todo hecho ya no existe; por último, la incorporación de otro personaje al que deberían aferrarse nuestros protagonistas en sus peripecias por la segunda temporada, Victor Strand (Colman Domingo, cuya voz es de las que justifican ver la serie en VO), al que conoce Nick en las instalaciones de los militares y que parece saber bastante bien qué hacer y no porque sea (o parezca ser) un multimillonario, sino por sus recursos (se me ocurre, de hecho, la teoría de que pudiera tener algo que ver con la propagación de esta enfermedad en algo así como algún experimento genético o farmacéutico).
Como dije en el estreno, no se trata de una serie de acción y sobresaltos constantes, sino que el desarrollo es pausado y lo que importa es explicar que la sociedad actual no está preparada para un suceso así. El trasfondo casi filosófico no deja de estar presente, y es lo que enriquece la propuesta de Kirkman y compañía. Quizás lo más interesante de esta serie ya está contado, ese desmoronamiento de la ciudad tan vertiginoso al no asumir que los caminantes ya no son humanos, sumado a la tendencia al caos cuando las autoridades están desbordadas (como se ve en los episodios 2 y 3, con la gente metida en trifulcas entremezclándose con los que han iniciado su transformación). Pronto pasará como con TWD, y ya lo primordial no será este miedo inicial, sino meternos en las peripecias de este grupo que irá contando bajas y sumando miembros que los reemplacen.
Parece que el objetivo del grupo es encontrar ese barco, en el que debería encontrarse Abigail (¿la esposa de Strand?). Estaría curioso ver ese proyecto para la supervivencia, alejados en el proceloso océano, como se nos muestra en las últimas imágenes de la temporada, en un barrido que parece llevar a alguna parte, pero sólo nos lleva a los créditos.
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