(History. 10 episodios: 19/02/15 - 23/04/15) |
Lo mejor y lo peor de Vikings ha quedado reflejado en esta tercera temporada. ¿Lo mejor? Unos personajes que están muy rodados y que enseguida atraen el interés y la filiación del espectador; ¿lo peor? La estructura de la serie es muy repetitiva (invierno en el norte, vacaciones de verano con razias por las costas de Gran Bretaña, comportamientos calcados a los vistos anteriormente) y lo inverosímil cada vez empieza a comerle la tostada a las pretensiones históricas. Los 10 episodios en este caso evidencian que con más extensión la cosa sería insufrible; de este modo, siempre nos quedará Laguerta.
Cuidado:
Unos pocos de spoilers...
Empezamos la temporada por donde la dejamos: las huestes de Lagnar Lothbrok asentadas en las tierras del cínico y astuto rey Ecbert (de lo mejor de la temporada esos diálogos con Ragnar: "¿eres buena persona? Sí. ¿Y tú? También lo soy. ¿Y corrupto? Sí. ¿Y tú? También"...), que le pide a los vikingos que a cambio de ayudar a la princesa Kwenthrith para reconquistar Tracia, les dejará asentarse en sus tierras para cultivar. Así que allá van, ayudados por el propio hijo del rey, Aethelwulf, que vale lo mismo que una pasa sultana para su padre y va de acá para allá según necesidades varias (genial, por cierto, el corte de Ragnar cuando le dice que no le cae bien).
Mientras tenemos el principal (y ya visto la temporada pasada) frente, en Dinamarca se quedan las mujeres y los hijos de Ragnar. Allí da paso la controvertida visita de un mendigo Harvard (Kevin Durand, The Strain), que calmará los dolores de Ivar, el hijo sin huesos de Ragnar, y las aflicciones de Aslaug. Siggy, la que más recela de él, en una escena un tanto absurda, salva a los dos hijos mayores de Ragnar cuando caen en el lago helado. Al final cabe la duda de si el mendigo era el propio Odin transformado en hombre. Las profecías del vidente lo dejan abierto. La muerte de Siggy nos deja sin su ambiguo personaje, y un hijo (el de Bjorn y Porunn, que desde su herida en la cara nos sobra)
Y es que la confrontación entre cristianismo y paganismo está muy presente en esta temporada. Sobre todo por las atribulaciones de Athelstan, para variar, aunque ya sin ese punto angustiado de antes. El crecimiento de este personaje le lleva a seducir y preñar a la princesa Judith (muy guapa Jennie Jaques, y muy creíble en la por otra parte poco creíble escena de su mutilación de oreja) a la par que aumentar su influencia en Ragnar, que solo confiará en él y que llevará muy mal su asesinato. Gracias a él, entre otras cosas, se decide a asediar la ciudad de París, en lo que supone un giro bastante necesario porque la trama inglesa estaba bastante trillada, por más maquiavelismo perverso de Ecbert.
Se nos muestra cómo el fanatismo religioso resulta más peligroso que las propias incursiones bárbaras de Ragnar y los suyos, tanto por parte de los cristianos (que no dudan en pedir cabezas o arrasar asentamientos con mujeres y ancianos para preservar la pureza de la religión verdadera) como de los que creen ciegamente en los dioses, léase Floki, ese personaje que otrora pareciera divertido en su locura y comportamiento bufonesco, y que ya cansó con sus dudas hacia Ragnar y ahora sobra directamente porque antepone sus delirantes creencias a cualquier otro aspecto.
El asedio a la ciudad de Frankia supone romper con esas intrigas un tanto cansinas de Inglaterra (esperamos la venganza de Ragnar, no obstante) y el mejor capítulo en cuanto a batalla mostrada por una serie que no sea Game of Thrones: To the gates! resulta espectacular gracias a la estrategia de Floki, que planea unas torres para escalar las murallas parisinas. La dura derrota de los vikingos está a punto de darnos como resultado la muerte de Bjorn y la del propio Ragnar. Es inaudito, de todas formas, que el rey Lothbrok le ceda la capitanía sólo para vengarse de él. Sacrificar así a tantos guerreros por una venganza es casi tan inverosímil como la estrategia de Troya para saquear París. Eso sí, es bastante efectista creerse la muerte de Ragnar, así como su resurrección tras las confesiones de sus más allegados. Hubiera resultado un buen punto y aparte esta muerte, pero al no producirse volvemos a los mismos esquemas.
Y en esa repetición de esquemas empezamos por la nueva traición por celos y búsqueda de más protagonismo del que parecía haber madurado en sabiduría: Rollo se queda en tierras francesas y no duda en aceptar la propuesta del endeble y cobarde rey francés de casarse con su hija, la indómita princesa Gisla (curiosa en ese acento francés en sus frases inglesas la de Morgane Polanski) a cambio de protección contra otras incursiones bárbaras. Otro personaje interesante en la corte parisina es el conde Odo (el talludo Owen Roe, que aspira a la mano de la princesa, y que tiene una faceta sado de lo más peculiar).
Y me dejo para el final lo mejor de esta serie: Katheryn Winnick, tanto porque verla de por sí ya merece la pena, como porque se come la pantalla con ese personaje duro y fuerte, segura de sí misma, valerosa valkiria, capaz de tragarse la rabia ante la traición del conde Kalf (meritorio Ben Robson), que le arrebata su condado, para dejarse llevar por el deseo que él siente por ella y al mismo tiempo jurarle que en algún momento le asesinará.
Sin compararla con Game of Thrones (mucho menos compleja, amenazando con repeticiones que hastían), si nos olvidamos de los puntos débiles antes expuestos y nos quedamos con la espectacularidad del mundo que nos ofrece Vikings, con esa confrontación entre religiones, esa sed de nuevos retos por parte de Ragnar (habrá que ver cómo encajan los suyos ese bautizo y esa conversión al cristianismo, aunque sea vista como estratagema para saquear París), esa visión del sexo de esta época medieval o la aparición de costumbres culturales, estamos ante una serie que proporciona un notable entretenimiento.
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