(AMC. Estreno: 09/02/2015) |
¿Quién me iba a decir que iba a echar de menos planos de tíos atados esperando a ser ajusticiados bajo un sol castigador y un desierto yermo y decadente? ¿Y quién nos iba a decir que tan sólo con un piloto un spin-off tuviera tan buena pinta? ¿Que digo sólo con el piloto? Sólo con la primera escena, esa especie de prólogo sin una sola palabra en byn, con un Saul Goodman (ahora Gene) disfrazado con un buen mostacho trabajando en una cafetería dentro de un centro comercial. ¿Antes, o después del paso del huracán Heisenberg? La calidad de la producción es bestial, pero el blanco y negro no permite distinguir si estamos viendo a un hombre más joven o más viejo. Hasta que al final vemos que estamos ante la nueva identidad de este abogado, que espera en su casa la llegada de un frente frío en Omaha (Nebraska) con un copazo en la mano y se pone a ver los anuncios comerciales de su anterior etapa en una cinta VHS.
¿Qué es lo que hacía que Breaking Bad fuera esa serie casi unánimemente reconocida como una de las grandes? ¿Tan sólo las peripecias de un anodino profesor de secundaria que, tras el anuncio de la llegada de un cáncer, se junta con un chico (hey, yo) de poca monta para forjar un imperio de la metanfetamina? No, claro que no. Era también una factura impecable y una estructura prodigiosa. Y aquí, antes de la entradilla (que parece que será cambiante, o al menos en el episodio 2 ha sido distinta al del 1), volvemos a encontrarnos con estas señas de identidad. Estamos en un presente casi futuro para a continuación trasladarnos a unos años (he leído que seis antes de los hechos narrados en la serie madre) antes del universo que habíamos conocido a través de Walter White.
Hay muchas semejanzas entre él y Jimmy McGill, un abogado de tres al cuarto que sobrevive con el turno de oficio (memorable el caso con de los tres imbéciles que cortaron la cabeza de un tío y metieron su pene en la boca, eso es una carta de presentación y lo demás tonterías), mientras las deudas lo acorralan y su entorno miserable le recuerda que no hay correlación entre su pico de oro y los resultados que está obteniendo: un despacho en la trastienda de una tienda de manicura de chinas, donde incluso duerme, y un coche que es pura chatarra.
La única fuente de ingresos factible a la vista tiene que ver con el tal Chuck, el elemento que queda por descubrir en cuanto a su relación con Jim (por su apellido parece que es el hermano). También abogado, desaparecido para la firma en la que trabajaba y que le trata de hacer llegar un cheque que Jimmy no acepta, viviendo sin luz, en unas condiciones muy peculiares y con una paranoia evidente. Chuck es el nexo de unión entre Jim y la honestidad, al margen de que este Chuck tenga problemas con el electromagnetismo y la cercanía de los teléfonos móviles (también añorábamos esos Motorola con tapa).
Contamos con la ventaja de saber que se convertirá en un abogado que preconiza lo contrario de lo que de momento es Jimmy, un hombre sin demasiada suerte pero que tiene bastante integridad, como demuestra con los hermanos Cal y Lars (la galería de personajes siempre rica en este universo particular de Vince Gilligan), esos monopatinadores con ansias de estafar que se van a topar ni más ni menos con... ¡Tuco Salamanca!, que hace su estelar aparición a golpe de cañón de pistola justo al final de ese capítulo inicial.
No sólo es Tuco. Antes habíamos tenido una ráfaga con Mike, a quien imaginábamos como un poli duro y que sin embargo se encuentra atorado en una cabina de aparcamiento peleándose por los adhesivos que han de tener los que quieran que atravesar la barrera, para desgracia de Jimmy, que tiene varios encontronazos con él por esta causa. Y no sólo son los personajes. Es volver al polvo del desierto; es volver a oír mezclándose el inglés con el español (genial la Abuelita del inestable Tuco). Es también la fotografía, el juego con la temporalidad narrativa, la morosidad en esas escenas que sin decir nada te lo transmiten todo, por no hablar del gran trabajo de Bob Odenkirk (no me hace falta ver más episodios para reclamar su próxima candidatura a cualquier premio que se precie), que nos hace transmite las dudas e inseguridades de un abogado a quien no le van bien las cosas, con un punto de fantoche dentro de él, pero con muchas ganas de labrarse un nombre y una posición.
En fin. Ha sido un placer volver a encontrarnos con esa ambivalente pugna entre el bien y el mal (ahora por medio de Jimmy), con esa intersección exacta en la que la suerte decide a veces el destino: la mención, en la memorable escena del desierto con Tuco y sus esbirros, del millón y medio de dólares en manos de Betsy y Craig Kettleman, da pie a que Nacho Varga (Michael Mando, Orphan Black, parece que será uno de los personajes regulares junto con Kim Wexler -Rhea Seehorn- o Howard Hamlin -Patrick Fabian) vaya tras su pista, por no hablar de la confusión del automóvil de Betsy con el de la Abuelita, que desembocará en la aparición de estos criminales que parece que están iniciándose en el mundo de las drogas.
Tenemos una estupenda mezcla entre serie con identidad propia (más humor, aunque sea un humor negro) y abundantes referencias a BB, que nos había dejado un vacío que hasta que no hemos visto este piloto (y su segundo y brevísimo -o esa es la sensación que me ha quedado cuando ha terminado- episodio) no sabíamos cuán profundo era. Sólo hay que ver la audiencia que ha cosechado o los múltiples análisis del capítulo (como casi siempre, el mejor, el del Cadillac negro). Esta serie tiene una pinta inmejorable.
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