(Cinemax. 10 capítulos: 09/08/2014 - 18/10/2014) |
Contiene spoilers
Si ya de por sí me parecía The Knick una serie capaz de situarse entre las más grandes, con unas similitudes increíbles con ER (Urgencias: lo digo por el tema de la práctica médica, y lo comparo con su primera etapa, esos inicios en los que el ritmo era trepidante y las tramas absorbentes) y, por otra parte, con Boardwalk empire por esa capacidad de asimilarse a la época con una fiabilidad y realismo impresionantes; si ya de por sí la música que aparece de vez en cuando le hacía tomar una altura con rango propio y sin parangones posibles; o si el piloto me había parecido un prodigio como carta de presentación, con un primer cuarto de hora audaz y sin tiempo para parpadear, la última escena hace que esta primera temporada te deje sin aliento y pase del notable al sobresaliente. Cómo una imagen distorsionada que al enfocarse te deja sin aliento es algo que no había visto hasta ahora. Demoledora. La última escena ha sido demoledora.
Que estamos ante una edad de oro de las series es indudable y la demostración es que un estreno del mes de agosto de pronto irrumpe entre las novedades más importantes del año. Junto con The Leftovers (otro gran final el suyo), estamos hablando de series que podrían mirar de tú a tú a The Good Wife, a The Walking Dead, a Fargo o a House of Cards (dejo en un escalón por encima Game of Thrones, un respeto).
Estamos hablando de un Clive Owen que debería estar nominado para cualquier premio porque a su atormentado, brillante y drogadicto John W. Thackeray le falta poco para convertirse en un icono a la altura de un Don Draper o de un Francis Underwood; estamos hablando de un André Holland para mejor secundario por su magnífico, orgulloso y pendenciero Algernon Edwards, que ha sido capaz de ganarse el respeto de Thackeray; y de un elenco que raya a gran altura, con personajes tan interesantes como Herman Barrow, Cornelia Robertson, Bertie Chickering, la hermana Harriet, Lucy Elkins o Tom Cleary. Los anuncios promocionales son sintomáticos de la entidad de cada uno de ellos y marcan la personalidad a seguir de sus personajes.
Estamos hablando de un Clive Owen que debería estar nominado para cualquier premio porque a su atormentado, brillante y drogadicto John W. Thackeray le falta poco para convertirse en un icono a la altura de un Don Draper o de un Francis Underwood; estamos hablando de un André Holland para mejor secundario por su magnífico, orgulloso y pendenciero Algernon Edwards, que ha sido capaz de ganarse el respeto de Thackeray; y de un elenco que raya a gran altura, con personajes tan interesantes como Herman Barrow, Cornelia Robertson, Bertie Chickering, la hermana Harriet, Lucy Elkins o Tom Cleary. Los anuncios promocionales son sintomáticos de la entidad de cada uno de ellos y marcan la personalidad a seguir de sus personajes.
The Knick lo tiene todo. El acierto de la ambientación a principios del siglo pasado ofrece hallazgos como el descubrimiento de los rayos X o de los inicios de la cirugía moderna: cirujanos abriendo en canal casi a ciegas o con poco conocimiento de causa y que sin embargo estaban abriendo el camino para el futuro, sentando bases para la medicina actual (aunque los pacientes por momentos parecen cobayas...). Abriendo con tajos casi imprudentes y cocaína como sedante. Casi nada.
Thackeray es estimulante al mismo tiempo que ofrece una caída a los infiernos que no se veía desde Walter White, pero con los agravantes de que sus escenas en el prostíbulo de Chinatown tienen un componente estético apabullante con esos rojos casi oníricos y de que sus escenas pinchándose entre los dedos de los pies es algo así como un puñetazo de los que propina Algernon en alguna de sus peleas. Y qué decir de esas contestaciones como cuando le llaman por teléfono de madrugada y se caga en el que le telefonea nada más descolgar, o sus abrutas contestaciones cuando le proponen colaborar con otros médicos. Sabe que es un genio y no lo disimula. Thackeray es un arrogante, un prepotente, un ególatra, un drogadicto, un cabronazo. Pero mola.
El tema del racismo y la (poca) igualdad entre blancos y negros, tratada desde el momento en que Algernon aparece en el Knick, alcanza su cumbre en el magistral capítulo 7, Get the rope, una maravilla aunque sólo lo sea por hacernos casi partícipes de esos enfoques de cámara con los que somos los espectadores los que nos estamos refugiando de la ira de esa turba analfabeta y manipulada que quiere linchar a cualquier negro que se encuentren para saciar su sed de venganza.
El tema del racismo y la (poca) igualdad entre blancos y negros, tratada desde el momento en que Algernon aparece en el Knick, alcanza su cumbre en el magistral capítulo 7, Get the rope, una maravilla aunque sólo lo sea por hacernos casi partícipes de esos enfoques de cámara con los que somos los espectadores los que nos estamos refugiando de la ira de esa turba analfabeta y manipulada que quiere linchar a cualquier negro que se encuentren para saciar su sed de venganza.
Todos los personajes están cortados por un patrón reconocible, incluso secundarios como el inspector Jacob Speight o el mentor de Thackeray, el doctor Christiansen (aunque sea casi siempre en forma de flashbacks). Vale que alguna trama puede sonar manida, como el romance entre Thackeray y Lucy o entre Algernon y Cordelia, pero solo lo parece, porque entre el doctor y la enfermera asistimos a una doble destrucción: Thackeray arrastra a la que parecía un ángel (no hay quien se libre de la escala matizada de grises) y es capaz de robar o prostituirse para ayudar a su amado; o porque el hombre inferior socialmente se sitúa muy por encima en cuanto al componente moral que la señorita de clase alta, decepcionante en esa resolución por más que antes había demostrado un loable y altruista comportamiento.
Aún cabe hablar del corpulento y cínico Cleary, y ese tándem increíble con la no menos sarcástica hermana Harriet. De la trama del menos relevante Everett, cuya mujer, Eleanor, pierde la cabeza tras perder a su hija (y de nuevo y de paso vemos cómo se excedían algunos médicos con tratamientos novedosos como la extirpación de dientes para erradicar la locura).
Y qué decir del tema de la corrupción, personalizado en el despreciable (y reconocible, y tan de actualidad en nuestro país) Barrow. No sabríamos decir si es peor él o el matón Bunky Collier, y no nos importaría que Bruce Lee Wu le dedicase alguno de sus acróbatas ataques. Y claro, nos queda todo el tema de las enfermedades, de los remedios, de las operaciones... Esas operaciones con la bancada de doctores observando mientras los médicos comentan las jugadas, ese escenario blanco tan plástico y visual con el fondo oscuro... Lo visual, así como lo sonoro, juegan un papel importante, definitorio.
En fin, que es una serie totalmente recomendable y que tiene pinta de que con el tiempo va a estar entre las grandes. Y si no, al tiempo...
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