Limbo. Melania G. Mazzucco. Anagrama

(486 páginas. 22,90€. Año de edición: 2014)


La prosa de Mazzucco es una de esas debilidades personales que te cautivan te cuenten lo que te cuenten, o bien la reconstrucción de un personaje femenino que rompió moldes a principio de siglo XX (Ella, tan amada), o bien una biografía poderosa de inmigrantes italianos en Estados Unidos (Vita), o bien la odisea en 24 horas de una familia normal en la Italia contemporánea (Undía perfecto). Esa conjunción de prosa cuidada y rica con ese pulso ambiciosamente bien desarrollado hacen que leer a esta mujer siempre te deje un poso especial, por más que en un principio por temática este libro podría hallarse en las antípodas de mis preferencias:

Una joven soldado, Manuela Paris, pasa las navidades en su pueblo (Ladíspoli, pueblo costero de Roma) para recuperarse de las graves heridas recibidas durante una misión en Afganistán, y allí conoce a Mattia, un misterioso huésped del Hotel Bellavista, justo enfrente de la casa de su madre y de su hermana Vanessa, con quienes vive. Los temas de Afganistán y del ejército no podrían resultarme menos alejados a mí, en cualquier otro autor no me habría detenido. Pero es Melania Mazzucco, no es lo mismo.

A diferencia de otras novelas suyas, que suelen iniciarse con una escena in medias res a la que luego se regresa tras haber explicado los antecedentes, aquí se nos alternan en 3ª persona capítulos titulados como “LIVE” y en 1ª como “HOMEWORK”; en los primeros asistimos a la perspectiva de la actual Manuela, tras el atentado, en Italia, donde se reencuentra con esa hermana a la que está tan unida (aunque le cuesta mucho demostrarlo, la experiencia militar las ha distanciado), con Cinzia Colella, esa madre que se ha despellejado por sacarles adelante, con ese presente cuesta arriba con el horizonte de una posible baja del ejército, del puntal de su vida, el eje de sus convicciones, el revulsivo que le alejó de esa adolescencia tumultuosa y desorientada; en los segundos, Manuela recuerda sus días en Afganistán, su progresiva e imparable unión con su regimiento, sobre todo con sus epígonos Zandonà, Diego Jodice y Nicola Russo.

No solo la protagonista es un personaje vivo que respira por las páginas como si se tratara de la materialización de la conciencia de un ser humano, sino que se va tejiendo con paciencia una urdimbre en la que las piezas van encajando como si no hubiera más remedio. Los otros personajes (Teodora, la segunda esposa de su padre, su hijo (y hermanastro) Traian, su abuelo Vittorio Paris...) también son redondos, por más que su espacio en la historia no ocupe más de dos o tres páginas. Por eso mismo da igual que la historia central que se nos narra sea prácticamente nada, algo reducido al limbo de una espera o, más bien, de dos, si nos atenemos al capítulo “REWIND”, el penúltimo del libro, en el que se nos explica el punto de vista de Mattia por medio de unas cartas que le escribe a Manuela. 

Quizás es el apartado más polémico, ese misterio narrativo que se desvela al final en términos un poco manidos ("he muerto"; "mi pasado es una carga que me merezco", etc., a pesar de que ese pasado que le aleja de Manuela gira en torno a una delación cívica que no debería considerarse deleznable, sino todo lo contrario). Mattia es el personaje más novelesco, el menos creíble, aunque depara momentos bellísimos, tanto por el enamoramiento entre él y Manuela, como por las frases que le leemos:

“Tú me bastas. Para mí todas las cosas se encuentran donde estás tú”.
“No hay nada que sea blanco siempre. Todo cambia de color (...). El secreto reside en la refracción. Cuando entran en un medio con una densidad distinta, los rayos luminosos -pero también las ondas sonoras y las térmicas- sufren una desviación. Las cosas se sostienen, no existen en el vacío, unas sin otras. Se influencian, se modifican, con el tiempo. Cambian de color, ¿me entiendes?”
“Todas las cosas menguan (...). Pero el dolor no. Es indestructible, como el oro, y el diamante. Mi dolor resiste al tiempo y a todo y, en todo caso, aumenta, y se renueva”
“No puedo salvarte y tú no puedes salvarme. Podemos únicamente recomponernos y, juntos, ser algo”.
Lo que se nos cuenta en este libro, ya digo, no es demasiado reseñable más allá de lo referente a la misión en Afganistán, pero las consecuencias que se pueden extraer sí lo son (¿qué pintamos los occidentales en Afganistán, ayudamos a construir, o simplemente nos ocupamos de un lavado de cara para atenuar nuestra conciencia, es el ejército necesario en la sociedad actual, es el nacionalismo algo de lo que enorgullecerse o avergonzarse...?). Pero ante todo es esa especie de hipnosis o de trance en el que entras en contacto con las palabras de esta italiana tan exhaustiva que es capaz de humanizar una serie de personajes enmarcados en un presente que te pisa los talones. Y que te lanza reflexiones y frases que hacen indispensable su lectura:
“es necesario asumir nuestras responsabilidades. Está en nuestra naturaleza: no se puede adquirir experiencia y llegar a ser adultos sin errores. Pero si uno se equivoca, lo paga. Es eso lo que significa ser hombres. Entonces uno puede corregirse y transformar el error en una oportunidad”
“Pero ya era tarde. Se había roto algo entre ellos. De repente, a Manuela le parecía estar viendo a su novio por primera vez. Una persona débil e indecisa, un molusco que fingía ceder en todo para poder echarle en cara luego sus decisiones, sus errores. Para poder compadecer y absolver.”
“La soledad del corazón hasta los amigos pueden reconfortarla. Pero la soledad de un cuerpo que nadie sabe tocar, escuchar, comprender, es absoluta, y entre tantos cuerpos que hay en el mundo (...) tal vez existe uno sólo que nos completa, y sin el cual la vida carece de sabor”
"Y la escritura, después de todo, hace lo mismo. No consuela, no te salva, no resucita a los muertos, no recupera lo que se ha perdido. Pero registra el paso. Transcribe la ausencia, hilos de luz en la oscuridad"

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