La colina de Watership. Richard Adams. Seix Barral

(448 páginas. 20,50€. Año de edición: 2009)
Un regalo siempre es un regalo, y desde ahí las páginas que se leen tienen que encontrar el camino para el agradecimiento, y más si proviene de un alumno tuyo. Teniendo esto presente, es cierto que al principio la extrañeza invade la lectura, sobre todo si nadie te ha prevenido de que los personajes de este libro, una fábula moderna bastante desarrollada, son conejos. Los principales protagonistas son Avellano, un conejo que pese a que no destaca por su físico, se gana a todos por su inteligencia; Quinto, hermano de Avellano, un conejo pequeñito que tiene el don de la adivinación que previene de la destrucción inminente de la madriguera liderada por el Threarah; y ThlayliPelucón, el conejo más grande y fuerte del grupo que se salvan de la muerte gracias al aviso de Quinto y el liderazgo de Avellano.

Luego he leído que este libro es un clásico casi desde la fecha de su publicación, 1972, y que se puede considerar como un libro de literatura juvenil (no lo veo, por cierto, al menos no como lectura para clase). Incluso que Sawyer, el de Lost, lo leyó en la isla. Es indudable que se relaciona con las fábulas clásicas, y que le debe mucho a Rebelión en la granja, que tiene un componente alegórico evidente y que se pueden extraer enseñanzas muy útiles (por ejemplo preguntarse qué clase de conejo eres, como se puede leer en la reseña de El lector impaciente). Por ahí no me ha interesado el libro, ese tipo de lecturas no me atraen demasiado, aunque no quita para apreciar frases como esta:
No hay nada que nos haga sentir más insignificantes que llegar a un paraje extraño y maravilloso donde nuestra existencia no importa nada.
Sí en cambio me ha llamado la atención que está excelentemente bien narrada esta novela épica. El ritmo concuerda a la perfección con una estructura sencilla pero eficaz (cincuenta capítulos de breve extensión dividida en cuatro partes: El viaje, la parte iniciática, tipo Odisea; En la colina de Watership, a modo de transición; Éfrafa, en la que los peligros se asocian al temible Vulneraria, que dirige una madriguera con mano de hierro, dictador con ecos del Napoleón de Orwell; y Avellano-Rah, que vendría a ser el colofón, el desenlace), el léxico es extraordinariamente prolijo (la cantidad de plantas, insectos, especies hablan bien del dominio rural por parte del autor) y la imaginería en torno a los conejos consigue crear un universo verosímil (con su dios de los conejos Frith, la hraka como manera de hablar de los excrementos, el silflay para referirse a comer en la superficie, elil como depredadores, fu inflé como hora "después de salir la luna", hrududu como vehículos con motor, hrair para indicar un número mayor a cuatro, las owsla, grupo de conejos fuertes de dos años o más que rodean al Conejo Jefe...).

Los personajes están muy bien conseguidos y definidos, pese a que es una obra con bastantes. Aparte de los ya mencionados y que congregan la empatía del lector (Avellano como heredero directo del  mítico El-ahrairah, siempre precavido, prudente y dialogante; Quinto, más místico, retraído y profético; Pelucón, más bruto pero abnegado), destacan Zarzamora, uno de los conejos más inteligentes y que ingenia escapatorias inusitadas (como con el bote de los humanos); Diente de León, el mejor narrador de historias; Puchero, otro conejo pequeñito...; Verónica, Bellota, Plateado o el capitán Acebo (este reincorporado más adelante) serían otros de los que acompañan a Avellano, que conseguirá también la ayuda de la gaviota Kehaar.

La acción apenas decae, salvo cuando llegan las narraciones de El-ahrairah y su inseparable Rabscuttle, héroes de la mitología conejil (remansos a veces un tanto innecesarios) y por tanto, si ya estás prevenido de qué tipo de obra se trata, puede resultar una lectura muy interesante, capaz de albergar diferentes interpretaciones. Por algo se considera un clásico moderno.

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