(350 páginas. 9,45€. Año de edición: 2010) |
Un hombre
con un extraño don.Los dibujos de una chica
que desaparece sin desaparecer.Un mensaje por descifrar.Alguien debe desvelar el secreto.
La información está a su alcance:
un cómic del que solo hay un ejemplar,
algunas páginas web, recortes de periódico,
varios libros de aventuras...
Esta novela quizá resulta demasiado pretenciosa o ambiciosa, no sólo en cuanto a extensión, sino también en cuanto a la variedad de materiales (dibujos, cómic, una especie de fluir de la conciencia, una página web -El silencio se mueve...) que conforman la obra. Esta mezcla, por lo visto, tiene el nombre de "transmedia" (un nombre rimbombante que viene a significar lo mismo que miscelánea, algo que ya se había visto en el siglo XIV con El Libro de Buen Amor, pero oye, qué bonito es bautizar con términos "nuevos"). Más allá de que el esfuerzo narrativo es importante y bastante poco frecuente en la literatura juvenil, el estilo de Fernando Marías es muy cuidado, con lo que otras posibles consideraciones no deberían lastrar la recomendación de esta obra.
El estilo poético del autor normalmente realza el contenido, pero es cierto que a veces roza la ridiculez si tu mirada se toma un distanciamiento con lo leído. El narrador en primera persona, Juan Pertierra, a veces resulta un tanto cargante o pedante, sobre todo en lo que respecta al tema principal de la obra: el silencio.
El silencio también respira, aunque carece de pulmones (...) El silencio del silencio en silencio (...) el silencio también habla (...) en el silencio solo escucho silencio.Un ciego mirando al silencio.Un cuadro es el corazón del pintor hecho trozos rotos de color. Un cuadro es silencio.
Juan Pertierra nos cuenta que ha perdido la capacidad que aprendió de su padre adoptivo, Joaquín Pertierra, para manejar o interpretar el silencio. Con la declaración de su fracaso al perder ese don por mentir, se abre el libro (estructurado en capítulos con títulos muy sugerentes o explicativos: Sublevación del silencio, El monigote del tenedor creciente, El retorno del décimo zombi, El enigma de Roberto Samarkanda...), que pronto da paso al núcleo principal de la obra:
La peruana Liza Martínez, atraída por la fama respecto al silencio, y favorecida por la vecindad con Juan (que vive en el piso de abajo), quiere contratar sus servicios, ya que está preocupada por las "desapariciones" de su hija Lisa, de 15 años. Durante los silencios de la chica, esta dibuja una casa y un hombre con un tenedor o tridente en la mano. Las casualidades aumentan porque Juan reconoce en los dibujos de la chica la Casa Vieja de Piedra, donde ha vivido su niñez. Será la primera de una serie sorprendente de casualidades.
La trama del presente -el misterio de Lisa, las mentiras de su madre Liza respecto al padre de la chica y la especie de bloqueo mental y sentimental de Juan- confluye con la del pasado, con la de Joaquín, que nos es relatada fundamentalmente por medio de un cómic que legó a su hijo, en el que habla de su esposa, Teresa, de sus amigos de infancia y juventud Toño y Julio, de cómo vivieron el estallido de la guerra civil...
Aunque a veces de manera un poco forzada, van encajando ambas historias poco a poco, a pesar de que el autor acumula demasiados acontecimientos (el géiser, la asociación de los que quieren encontrar los cadáveres de sus familiares durante la guerra y años posteriores, el último cuadro de Teresa, los zombis del guion que escriben Juan y su amigo Carmelo de pequeños, la colección de libros que su padre publica, los propios dibujos de Lisa, el padre militar apareciendo en helicóptero, el sentimiento de culpa, las cuevas o hendiduras, el silencio...), un poco a lo Damon Lindeloff, maestro a la hora de presentar originales sucesos, pero no tanto (y estoy siendo generoso) a la hora de resolverlos.
Quizá el revoltijo sea excesivo, aunque es cierto que Marías no pierde el norte en ningún momento, si se elude pensar en el libro de una manera distanciada como dije antes, porque si no, se te desmorona por completo, y no puedes creerte el hilo de voz o ese protagonismo del silencio.
El narrador exaspera con su falta de resolución y dinamismo (¿coger, o no coger el caso de la doble Ele?; ¿decirle a Liza que le gusta, o no?; ¿vender la casa, o no? Ni Macbeth se mostraba tan irresoluto...) y es casi un sujeto pasivo que recibe las acciones que le rodean; tanto Lisa como Liza al final quedan un poco desdibujadas o fuera del foco que se va a centrar en todo el misterio que se refiere al pasado y la imprecisión espacial es otro elemento que se me antoja curioso, como la portada y toda esa parafernalia "transmedia".
Sin embargo, quizá la mayor pega es que no deja de tratarse de un libro juvenil, pero para serlo es demasiado heterogéneo para no resultar excesivo a los alumnos, por lo que no podría ser leído por un 3º ó 4º de la ESO con buen nivel lector.
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