(304 páginas. 7,55€. Año de edición: 2006) |
Se puede afirmar que Nada, Premio Nadal de 1945, la novela emblemática de Carmen Laforet y de los años 40 dentro de un panorama literario español anclado en los efectos de la devastadora guerra civil y solamente animada por La familia de Pascual Duarte de Cela, no ha perdido vigencia a pesar de que los condicionantes contextuales son cada vez más lejanos, con referencias a una guerra que parece no haber existido o unas condiciones de vida míseras, donde comer era un lujo que no todos se podían permitir o donde no estaba bien visto que la mujer andase sola por la calle o estudiase otra cosa que no fuera dedicarse a la familia.
Caso peculiar el de Laforet, que con esta novela removió los cimientos de la novela en la posguerra no solo por una trama existencialista alejada de la corriente literaria predominante, en la que se sorteaba como se podía la realidad más acuciante, sino también porque la ganadora del Premio Nadal era una jovencita de 23 años que no volvería a dar con la tecla de un éxito tan rotundo como el que consiguió con esta obra, aplastada por la fama y, seguramente, por un carácter un tanto similar al de Andrea, la narradora de esta sórdida historia que parece capaz de levantar una polvareda al acercarnos a los muebles arracimados de la vieja casa de Aribau: hipersensible, tendente a la histeria y a exagerar y quedarse con lo negativo de cuanto se le presenta.
Realmente, la acción es bastante escasa, importa más seguir el curso de los pensamientos y de los sentimientos de esta muchacha que se viene a Barcelona desde su pueblo para cursar estudios de Filosofía y Letras en la universidad y que son narrados en 1ª persona. Las ilusiones iniciales chocan muy pronto con la realidad: la libertad que pretendía Andrea es muy difícil de conseguir con la peculiar familia materna que puebla esa casa: empezando por la autoritaria, típicamente beata y contradictoria Angustias, que pretende ejercer una labor de vigilancia de la honra de la muchacha, que a saber cómo ha sido educada en el pueblo, sin la mano dura necesaria (en un momento le confiesa que es una pena que no haya llegado antes porque la hubiera azotado) y terminando por la criada Antonia, acompañada del saco de huesos llamado Trueno, una mujer con dentadura verdosa y realzada con todo tipo de calificativos expresionistas y deformantes.
Estructurada en tres partes, la primera se centra en las relaciones familiares. Aparte de los ya nombrados, viven también allí la abuela, un ser casi fantasmal y bondadoso que sin embargo no ha sido capaz de enderezar el rumbo de sus dos hijos varones, Román y Juan. Este último, un hombre crispado, un artista sin talento, un hombre fracasado y mentalmente inestable, casado con la pelirroja Gloria, una chica guapa de unos treinta años un tanto ingenua y superficial que tiene que salir por las noches a jugar a las cartas para poder traer algo de dinero a la casa; Gloria está obsesionada con Román, quien la trata fatal (para ocultar un más que evidente deseo que siente por ella). Román es el más interesante de todos, o el que concita más interés a Andrea (y al resto), atraída por el talento musical de su tío, por lo que sube en ocasiones a su cuarto, apartado del resto al estar instalado en la buhardilla, por encima, tratando de dominar y de manejar a los demás debido a ese carácter manipulador y maquiavélico.
En la segunda dejamos un poco aparte la calle Aribau para centrarnos en las relaciones de Andrea con su amiga Ena, a quien conoce en la universidad. La rubia y delicada y bien situada Ena, que se enamora de Jaime, otro muchacho bien de la alta clase barcelonesa. No todo resulta de color de rosa, porque Ena tiene su carácter y sobre todo a raíz del interés que muestra Ena por Román, que acaba alejándola de su amiga y se acerca a un grupito de lo que hoy serían niños pijos, unos pedantes pseudoliterarios entre los que está Pons, que le deparará su segundo fracaso amoroso (tras el beso con Gerardo, un chico de la universidad que acompaña a Andrea un día), evidenciando que su estatus social le imposibilita hacerse ilusiones con salir de la miseria de la calle Aribau. La tercera parte viene a traer un poco la resolución de la oscuridad en lo referente a Ena y respecto a la posición de la propia Andrea.
Con respecto a mi primera lectura, está claro que ha perdido algo, pero no por el paso del tiempo, sino por el paso de las lecturas. Se nota una filiación romántica a esta obra, que si bien plasma muy bien el ambiente casposo y degradado de la época, también debe mucho a la pasión novelesca de la autora, que entremezcla imágenes muy poéticas e interesantes con algunas que quedan bastante cursis (por ejemplo, la conversación de Andrea con la madre de Ena es bastante sonrojante). En general, como digo, persiste el paso del tiempo y se deja leer con mucha facilidad e interés. Veremos si eso es así para mis alumnos de 2º de bachillerato. La guía de lectura:
Comentarios