(448 páginas. 16,95€. Año de edición: 2012) |
A Emily no le gusta cantar. Desafina. Y además, con tanta gente mirándola... ¿Por qué se habrá empeñado su padre en que haga algo así? Y luego está ese chico sentado al final de la fila. Tan guapo. Oculta algo. Y la mira todo el tiempo. Solo a ella. Y ella se ha puesto a cantar. Solo para él.
Emily Bell y Sam Border son los protagonistas de esta historia narrada en tercera persona. Un narrador omnisciente (o narradora) que nos lleva no solo a esta pareja adolescente que se enamora casi de inmediato aunque los avatares dificultan (y de qué forma) este amor. Transitamos, eso sí, por Riddle, el hermano pequeño de Sam, a quien protege a toda costa entre otras cosas porque se trata de un niño que parece Asperger pero que simplemente se resiente de un asma nunca bien tratado, ya que el padre de los chicos, Clarence, es un tipo muy peculiar (por no decir que es un hijo de p...); pero también por Bobby, el chico que se cuela por Emily, o por Debbie Bell, la madre de Emily, que se "enamora" de Riddle, o por Tim Bell, o por Jared (aunque el hermano pequeño de Emily apenas tiene incidencia en la historia) o por cualquier personaje secundario que se interpone en el camino de nuestros protagonistas, ya que se nos aportan datos suyos, aunque sean tres líneas chorras.
Se trata de una novela diferente, alejada de la línea fantástica de novelas exitosas como Crepúsculo o Los juegos del hambre, que por momentos tenía semejanzas con Paul Auster (no en vano el azar es el motor de casi todas las acciones), con una edición muy cuidada por parte de SM, con una historia de amor que pierde fuelle para ganar en intensidad el drama de los hermanos. El punto fuerte está en el trazo poderoso de la psicología de los protagonistas, sobre todo de Sam, Riddle y su padre, un esquizofrénico egoísta y rastrero que lleva a sus hijos como si de ganado se tratase (si bien es cierto que los chicos son demasiado especiales: Sam, un chico de 17 años alto que parece un modelo, es inteligentísimo pese a no haber acudido a la escuela y es un genio de la guitarra, que toca de manera autodidacta; y Riddle, que apenas se comunica con nadie y que se tranquiliza dibujando mecanismos de cosas en guías telefónicas, con dibujos, claro está, geniales).
Podemos observar dos partes bien diferenciadas: en la primera, Emily conoce a Sam en la iglesia. El padre de Emily la ha obligado a cantar a pesar de sus pocas dotes para ello. El "I'll be there" de los Jackson 5 lo destroza, pero para salir adelante se centra en la última fila, donde un chico recién llegado al pueblo ha llegado allí por casualidad. El flechazo es casi instantáneo (eso sí: se describe muy bien el proceso del enamoramiento), aunque el reencuentro tarda en producirse, tras otra casualidad, ya que Sam no es un chico común y vive de manera casi nómada. Conocemos las duras circunstancias de Sam y de su hermano (que ni él mismo conoce, se nos sitúa por encima de su propia percepción, algo que a veces te aleja un poco de lo que se cuenta) y aunque el chico se resiste por sus circunstancias, se deja arrollar por el entusiasmo de Emily. Es la parte más convencional, más de amores de instituto, la más parecida a una comedia adolescente, con puntos clave como el paso de los chicos por una peluquería, lo que dejará estampado el retrato de Sam por toda la ciudad.
Entra entonces en juego el padre, que ve peligrar su posición al margen de la ley y desbarata los planes de Sam y se los lleva de nuevo en dirección a Utah. Pasamos a la segunda parte, donde el componente del azar toma relevancia. Por una parte, tenemos a Emily, que no entiende cómo Sam no ha avisado o no se pone en contacto con ella. Su mundo se viene abajo y prácticamente se convierte en otra persona, dejándose incluso avasallar por el insistente, contradictorio y cansino Bobby; mientras tanto, Sam y Riddle se toman las circunstancias con resignación, hasta que la policía, avisada por las pesquisas de Bobby (un poco casuales, o por motivos más bien casuales, ya que Bobby quería recabar datos para alejar al misterioso muchacho aparecido de la nada) y por los datos aportados por los Bell, empieza a estrechar el cerco sobre Clarence, que llega a culpar a sus hijos de su situación y toma la decisión de matarlos. El no va más para un personaje sin un solo punto positivo a su favor.
Ahí llega la parte más farragosa o extravagante. Sam y Clarence caen por un precipicio y Riddle va detrás. Clarence se rompe una pierna (que luego perderá), Sam se rompe un hombro, Riddle consigue encontrar a su hermano, subsisten en el fondo del valle, al lado de un río, aparece un oso, encuentran una canoa y se suben a ella, caen por una catarata, cada hermano es expulsado a una orilla, donde corren diversa fortuna... Y todo para emprender el camino hacia el final, que trata de confluir todas sus líneas a la vez y cae un poco en el despropósito. A estas alturas ya te has enganchado a la historia y quieres saber cómo acaba, pero el conjunto de azarosas circunstancias (como la del día del baile, en el que a Bobby le pasa de todo en un cúmulo de desgracias) es excesivo, con el encuentro en el autobús, uno posterior en casa de los Bell entre los hermanos; por no hablar de un final con un centavo indio adquirido por un tipo que no descansa hasta dar con el paradero de sus propietarios, los Border, a quienes les proporciona una cierta riqueza que estaba de más. Como de más estaría una segunda parte a este libro que tiene un indudable atractivo, aunque quiere abarcar más de la cuenta y no termina de ser una lectura redonda.
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