(344 páginas. 10€. Año de edición: 2008) |
A Daniel Quinn, escritor de literatura policiaca, su equivocado interlocutor telefónico lo toma por un detective y le encarga un caso. Así comienza Ciudad de cristal, primera de las tres novelas que conforman La trilogía de Nueva York. Quinn, lejos de deshacer el malentendido, se mete en el papel y se ve envuelto en una historia repleta de enigmas, complicadas relaciones paternofiliales, locura y delirio. En Fantasmas, segunda de las piezas, un detective privado y el hombre al que tiene que vigilar juegan al escondite en un claustrofóbico universo urbano. Por último, en La habitación cerrada el protagonista se ve confrontado a los recuerdos de un amigo de la infancia cuando la mujer de éste le escribe una carta explicándole que su marido ha desaparecido misteriosamente. En La trilogía de Nueva York el escritor maneja, manipula y reinventa el género policiaco, del que hace una re-lectura posmoderna con tintes metafísicos. La trama detectivesca sirve para plantear al lector un fascinante juego de espejos, símbolos, guiños y sorpresas.
La magia de los libros reside muchas veces en cómo distintas lecturas pueden depararte distintas impresiones. El segundo libro que me leí de Auster fue este y me impactó, me terminó de enganchar a este autor de poderosa imaginación y tremendo pulso narrativo. Tres novelas cortas, aparentemente distintas entre sí, que conforman un todo, una impresión unitaria donde la ciudad de Nueva York y la disolución de la personalidad son quizás los ejes unitarios. En su momento, me fascinó la primera novelita, Ciudad de cristal, y la que menos la última, La habitación cerrada. En esta ocasión, quizá el fulgor ha sido más limitado -entre otras cosas porque ya vas conociendo los "trucos" de prestidigitador austerienses-, pero la valoración sigue siendo muy alta, uno de los mejores libros que he leído por todo el entramado de sugerencias e interpretaciones que puede deparar. Sí, puede resultar bastante rebuscado, pero si entras en la trampa de Auster y no te planteas otras consideraciones, el proceso de pérdida o de caída es sumamente placentero, enganchándote desde la primera hasta la última de las palabras, muchas veces laberínticas.
Ciudad de cristal
"Todo empezó por un número equivocado, el teléfono sonó tres veces en mitad de la noche y la voz al otro lado preguntó por alguien que no era él".
Este inicio no es sino fascinante: una llamada a altas horas de la noche, una equivocación, una identificación equivocada, el azar ("nada era real excepto el azar") como motor fundamental para un personaje que lo ha perdido todo en esta vida (a su mujer y a su hijo, suelen ser ingredientes de muchas narraciones).
Daniel Quinn, escritor de novelas de misterio bajo el seudónimo de William Wilson (siempre está presente el juego de máscaras), que tienen a Max Wok como detective, recibe una llamada preguntando por el detective Paul Auster (estamos empezando y cuántos espejos nos han interpuesto; el propio Auster, por cierto, será personaje de la trama, en el papel de sí mismo, con lo que realidad y ficción se cogen de la mano).
A la tercera llamada decide hacerse pasar por él y conoce a Virginia Stillman, esposa de Peter Stillman, un hombre que estuvo encerrado nueve años en un cuarto oscuro, hasta los once años, y que por tanto tiene un discurso errático, deshilvanado. Su padre, también llamado Peter Stillman, puso en práctica una investigación que tuvo como conejillo de indias a su hijo, y por ese brutal encierro fue encerrado. Saldrá mañana y Peter hijo teme que le matará. La misión de Paul Auster será acudir a la Estación Grand Central y seguirle.
Las ramificaciones de esta investigación deparará momentos de desconcierto como cuando ve a dos hombres idénticos uno al lado del otro y decide seguir al más desarrapado, como cuando el viejo Stillman le parece inofensivo o chalado, las conversaciones que entrecruzan, las teorías de Stillman sobre la inutilidad del lenguaje, cómo los paseos de Stillman al final adquieren una oscura lógica...
Poco a poco, Quinn se va desintegrando ("Estaba empezando a dejarse atrás a sí mismo"). Todo es raro, delirante. Acaba como vagabundo en la calle bajo el piso vacío de Peter y Virginia, y las anotaciones en un cuaderno rojo son la última pista de este hombre que se ha dejado arrastrar por una serie de acciones que para él conforman un entramado vital.
Fantasmas
Azul es un detective privado que toma el relevo a Castaño. Azul es contratado por un hombre llamado Blanco, que quiere que Azul vigile a un hombre llamado Negro. Quiere un informe semanal a un apartado de correos. No explica nada más, ni por qué ni con qué objetivo ni por cuánto tiempo. Estamos en 1947. Azul avisa a su novia de que estará una temporada fuera y se mete en un apartamento que está enfrente de la de Negro, un hombre sin mucha actividad salvo leer, escribir y realizar pequeñas actividades rutinarias como comprar o ir al cine.
La claustrofobia es creciente en esta historia incomprensible de dos hombres que solo se tienen el uno al otro, como si la vigilancia fuera la única manera de registrar la existencia. Blanco resulta ser Negro y Azul, a pesar de que podría haber optado por largarse, entra al juego casi hasta el final, entre otras cosas porque "descubre que las palabras no necesariamente sirven, que pueden oscurecer lo que están intentando decir". Quizás es el más flojo de los tres relatos, aunque las implicaciones metafísicas impiden que se pueda calificar de intrascendente.
La habitación cerrada
"La vida nos arrastra de muchas maneras que no podemos controlar y casi nada permanece con nosotros. Muere cuando nosotros morimos y la muerte es algo que nos sucede todos los días". "La verdad es mucho menos simple de lo que me gustaría que fuese". "Una vida no es más que la suma de hechos contingentes, una crónica de intersecciones casuales, de azares, de sucesos fortuitos que no revelan nada más que su propia falta de propósito". "Un hombre vive y luego muere, y lo que sucede en medio no tiene sentido".
La primera persona del narrador, amigo de la infancia de Fanshawe, toma la palabra (en los otros dos relatos, 3ª persona). Tras varios años sin saber de él, le llega la carta de Sophie Fanshawe, su mujer, en la que le comunica que hace seis meses ha desaparecido y Quinn (referencia al primer relato), detective que le seguía, ha renunciado. Unos meses antes de desaparecer, le había dicho a Sophie que pusiera sus manuscritos en sus manos.
El narrador (suponemos que Paul Auster) se enfrenta así a su propia infancia, donde el espejo de Fanshawe era inevitable. Se alude al parecido entre ambos en varias ocasiones (respecto a quién tiene más talento de los dos, por ejemplo) y quizá por eso se enamora de su mujer, se casa con ella y adopta a su hijo, Ben, aunque luego tienen a otro, Paul. Parece que Fanshawe se ha cansado de vivir y desdeña su producción literaria, a pesar de que triunfa con estrépito, con novelas como El país de nunca jamás, su única novela larga.
El narrador recibe el encargo de escribir la biografía de su amigo y este es el principio del fin. Antes había descubierto, por una carta que le había enviado Fanshawe, que este estaba vivo. Al ocultárselo a su mujer, empieza a poner distancia con ella. Al mismo tiempo que la va perdiendo, se va enfrascando en su obsesión por encontrar a Fanshawe. Alterna su propósito entre matarlo o no matarlo y al final ese encuentro se produce en Boston, con una puerta de por medio. Antes de eso, hemos transitado por momentos tan tensos como la relación sexual con la madre de Fanshawe, las ramificaciones de la azarosa existencia de Fanshawe, que parece un tipo frío, incapaz de sentir nada por nadie, empezando por él mismo.
Un giro muy interesante es cuando el narrador, en su periplo por París siguiendo esas pistas de su amigo, se convence de que un hombre que entra a un local de prostitutas es Fanshawe, aunque sabe que no lo es. Este hombre dice llamarse Peter Stillman, de nuevo otra referencia al primer relato (de ahí que el segundo quede más a calzador en esta trilogía). El final abierto, propio de los otros dos relatos, es otro elemento de unión entre los tres relatos.
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