Una canción para Lya. George R.R. Martin. E-book

(259 páginas. Edición agotada, disponible en e-book)
Este libro de relatos es bastante irregular y lo es desde la misma concepción de las historias. No son cuentos, pues exceden en su mayor parte la extensión breve, pero tampoco llegan a ser novelas cortas. Son relatos cuyo punto fuerte son los diálogos, la imaginación del autor y la caracterización psicológica de los personajes, así como las descripciones y las ambientaciones, algunas futuristas (vemos en varias ocasiones la Tierra desde el punto de vista de unos años más adelante, con la perspectiva del salto al espacio como salida para unos recursos agotados) o de ciencia-ficción (tramas que transcurren con civilizaciones como los shkeen o en planetas como el de los Fantasmas o Grotto), y donde las tramas a veces cojean. Eso sí, simplemente por el título que da nombre al libro merece la pena, pues Una canción para Lya es casi un poema metafísico sobre la existencia, la soledad y la comunicación: dos Talentos con poderes telepáticos, Lyanna (Lya) y Robb, que además son pareja, son llamados por Dino Valcarenghi, administrador del planeta de los Shkeen, para desentrañar el misterio de los shkeen, que sustentan un culto religioso que les impulsa a suicidarse en un ritual macabro pero que les da una plena felicidad. Una delicia por la reflexión planteada y por el tono lírico.  

Lástima que el tono baje de forma radical en los siguientes títulos: Las brumas se ponen por la mañana es una historia de fantasmas (pero de otro planeta), aunque tiene el punto de la necesidad del misterio para una existencia más interesante. Así como en el anterior relato el narrador era a la vez protagonista (aunque menos que Lya), aquí es un periodista y simplemente reporta los sucesos. Sigue bajando el nivel en La segunda clase de soledad, en la que el protagonista está en una estación orbital y pierde la cabeza. El final está bien, pero el tema está un poco trillado (a lo mejor en el momento de escribirlo no tanto). 

En Desobediencia tenemos a Matt Kabaraijian, controlador de cadáveres que son usados para encontrar piedras preciosas. Original el planteamiento y el desarrollo, que no pierde nunca el interés, pero tampoco llega a romper del todo. En Oscuros, oscuros eran los túneles volvemos a levantar el vuelo gracias a la doble perspectiva que encontramos aquí: la superficie de la Tierra ha quedado inhabitable y algunos humanos supervivientes residentes en la luna vuelven al cabo de unos siglos con la esperanza de encontrar vida. Por otra parte, dentro de los túneles, siempre en las oscuras profundidades, algunos supervivientes buscan huir de unos seres que les están diezmando. El encuentro entre los distintos seres humanos es traumático en cuanto a las diferencias en la evolución que han sufrido los terraqueos que no abandonaron el planeta.

El héroe tiene escaso desarrollo para destacar: un héroe de guerra decide no regresar a su planeta y quiere ir a la Tierra para disfrutar de su retiro. Las autoridades no estarán demasiado conformes con esta decisión. FTL hace alusión a una fundación que investiga sobre el hiperespacio. Olvidable de inmediato. En Carrera hacia la luz estelar Martin se mete en un extraño campeonato de fútbol (americano) en el que participan unos alienígenas contra quienes ha habido una cruenta guerra no hace mucho. Vale que habla de la solución pacífica de los conflictos, pero al no ser un entendido de este deporte, el relato pierde mucha gracia y está contado demasiado externamente. Peor es La salida para San Breta, donde reaparecen los fantasmas, estos poblando una de las carreteras americanas abandonadas hace años ante los avances tecnológicos. No tiene nada. Aunque peor es el último, Pase de diapositivas, donde un navegante espacial que ha sido retirado por no destacar lo suficiente se tiene que conformar con recaudar fondos para la carrera espacial. Mantiene una discusión dialéctica con un doctor que busca fondos para erradicar el hambre y ya. Una forma muy triste para acabar este libro.

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