(145 páginas. 6€. Año de edición: 2002) |
Segundo libro de relatos de Vila-Matas que eleva la categoría del relato corto a cotas artísticas: coincidencias, asociaciones asombrosas, narración inagotable, imágenes hermosas, humor negro, referencias culturales, misterio, ocurrencias, ingeniosos finales… Si bien puede que no alcance a Suicidios ejemplares, alguna de las narraciones son si cabe mejores (es decir, como unidad puede que Suicidios aventaje a Una casa, pero algún relato de aquí es incluso mejor).
La figura unitaria del narrador-ventrílocuo (que cambia de identidad al cambiar de voz) hace que pueda leerse el libro de dos maneras distintas: o bien como fragmentos que derivan del primer relato (Yo tenía un enemigo) y con el episodio del asesinato del barbero de Sevilla (disfrazado artísticamente en La despedida y referido directamente en Mar de fondo por el amigo del narrador cuando dice que no habla porque siempre está pensando en el argumento de su novela) como eje central (el punto culminante sería La fuga en camisa y el colofón o epílogo Una casa para siempre); o bien cada relato con independencia (de ahí que relatos aparecidos en Recuerdos inventados, como Mar de fondo o La fuga en camisa aquí tengan un sentido distinto, más enriquecedor).
Empieza fuerte la apuesta de Vila Matas: el viejo rico y loco Yazalde, que se cree emperador de Abisinia, viola a una niña, mordiéndole luego la lengua (¿la voz, quizá?). Pasan los años, de la Costa Azul nos vamos a París, y vuelve a ocurrir lo mismo con el hermano pequeño de su amiga Marguerite (¿La misma que alquila una habitación al narrador silencioso de Mar de fondo?). Ella sospecha del amigo del narrador, Pedro, que también vivió la primera violación, porque concuerdan los datos con la descripción de su físico por parte de un testigo. Cuando parece que estamos ante un relato casi policiaco (el casi lo desmiente el tono), se suceden varios hechos sorprendentes que derivan a una especie de mala suerte concentrada del narrador, que se da cuenta de que Pedro no sólo es el asesino, sino que también es su odiador particular. Por si fuera poco, le roba la voz en sueños, lo cual para su profesión (es ventrílocuo, y tenía problemas porque todas las voces que emitía se parecían) es fabuloso.
Otro monstruo se aleja de esta trama (aunque el narrador y padre de Julio, a quien da consejos, sea ventrílocuo) para hacer referencia a que los seres humanos somos monstruosos. Ambientado en San Sebastián, la luz crepuscular que ve al principio se puede interpretar como algo simbólico.
La despedida es uno de los puntos fuertes: el Gran Greppi, en escena con su muñeco Sansón, cuenta su enamoramiento por Reyes, a quien despidió y acabó echando de menos. En la gira portuguesa se enteró de que se iba a casar con un barbero de Triana. Aunque al principio piensa que Reyes puede seguir enamorada de él, ella se lo desmiente: sólo siente compasión por él (y con razón: su relación con Sansón es de lo más extraña). En el último párrafo pasa a contarnos, en estilo indirecto (tras decir que golpeó con su sombrilla al barbero en el escenario), su retirada de los escenarios, mientras una bella mujer del público se va de la sala: “todas las penas pueden soportarse si se introducen en una historia o se cuenta una historia acerca de ellas”.
Mar de fondo es el relato ya comentado (en Recuerdos inventados) sobre un aspirante a escritor que toma anfetaminas y se queda mudo, mientras que su amigo cuenta todo tipo de cosas, como que proviene de la Atlántida. Luego acaba tirándose dos veces al Sena para ser rescatado por su amigo (para poner a prueba esa amistad). Lo interesante es cuando comenta que su amigo (el narrador) piensa todo el rato en su novela y cuenta que “estaba escribiendo las memorias de un ventrílocuo”; son unas memorias, pero ahí no aparece la verdadera causa por la que huye de Europa: “había cometido un crimen, y eso no podía confesarlo en sus memorias” (había atravesado el corazón al barbero que le había robado la mujer amada con una afilada sombrilla de Java). Esa relación directa (e indirecta a la vez) con el relato anterior (y el conjunto del libro) es muy sugerente.
En Dos viejos cónyuges se cuenta uno a otro cómo se pasa de la felicidad a la infidelidad de sus respectivas mujeres (una que le deja de repente, al poco de haberse casado, porque en el fondo era la mujer de otro; en la segunda historia, tras 50 años, es en Java cuando se da cuenta de que su mujer no había olvidado a su primer amor, ya muerto). El señor Giacometti (uno de los interlocutores) le da al otro, ventrílocuo, un regalo: una sombrilla muy afilada.
Los siguientes relatos (Cómo me gustaría morirme, Carmen, La torre del mirador y El efecto de un cuento) son más insustanciales, aunque no dejan de ser divertidos (y de tratar sobre la voz, la imagen, la literatura). La visita al maestro vuelve a retomar al ventrílocuo, pero tampoco añade demasiado a la trama más central. No como La fuga en camisa, que si ya me pareció un buen relato la primera vez que lo leí, ahora me ha gustado todavía más gracias a que conecta ese afán por ser otra persona (feliz, libre) con todo lo referente al ventrílocuo, asesino y fugado. Conecta esa huida con la oralidad y Las mil y una noches (no en vano huye a Arabia). Los distintos fragmentos son capítulos dentro de esa huida de sí mismo en busca de las historias de otros. “Yo soy uno y muchos y tampoco sé quién soy”. Contiene momentos excelentes.
Y para terminar, Una casa para siempre (la casa no es sino la fabulación, por más que en principio se nos cuente el asesinato de la madre del narrador por parte de su propio marido y padre: “tuve la impresión de que deseaba legarme la casa de la ficción y la gracia de habitar en ella para siempre”). Se trata de la clave o de la manera de entender e interpretar este libro de relatos: “creer en una ficción que se sabe como ficción, saber que no existe nada más y que la exquisita verdad consiste en ser consciente de que se trata de una ficción y, sabiéndolo, creer en ella”.
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