(1104 páginas. 12,95€. Año de edición: 2010. 1ª edición: 1880) |
Dostoievski, sin duda, es uno de los grandes nombres de la literatura universal y esta obra es una de las que contribuyen a que ese sitio no se deba a un solo título, Crimen y castigo. Las 1100 páginas que componen esta monumental narración cuentan la historia de una familia, los Karámazov, desde sus orígenes a través del corrompido y abyecto padre, Fiódor Pávlovich Karamázov (que apenas merece el término de padre por su egoísmo, su ambición, su materialismo, su espíritu polémico y bufonesco) hasta sus cuatro hijos (desatendidos por completo por su padre, apenas cuidados por el fiel y estúpido criado Grigori).
Habría muchos aspectos que reseñar en esta ambiciosa novela. Da igual que se trate de la crónica de un suceso verídico sucedido en Rusia o que todo sea un entramado imaginario, porque lo cierto es que el estilo detallista de Dostoievski consigue atrapar la atención del lector desde el principio. Lo más destacado, a mi modo de ver, son las complejas y profundas construcciones psicológicas de los personajes, desde los principales hasta otros secundarios. De hecho, estos personajes que se salen un poco de la trama central (el subcapitán Sneguiriov, su hijo Iliúshechka, sus amigos Kolia, Kartashov, Smúrov; el funcionario Piotr Ilich Perjotin, la viuda (y locuaz) señora Jojlakova, su hija Lisa; la tonta Smerdiáschaia; el arribista seminarista Rakitin...) conforman un tupido y completo universo moral, filosófico, social y religioso de la Rusia del momento, que respira de modo autónomo.
A pesar de estar inscrita esta obra en el Realismo europeo (segunda mitad del siglo XIX), y de ahí la precisión descriptiva, la exhaustividad a la hora de explicar cuanto sucede en la sociedad rusa a todos los niveles (desde los mujiks o campesinos hasta la nobleza más adinerada) y ese afán de testimonio y de crítica, tanto en el estilo de muchos pasajes como en la psicología de algunos personajes, el movimiento anterior, el Romanticismo, se deja notar mucho: el amor apasionado, arrebatado, es uno de los pilares de la acción, así como el honor. La grandilocuencia desmedida y las referencias a Pushkin, Schiller o lord Byron son otros indicios.
Parándonos en los personajes que dan título a la obra, lo curioso es que aunque el asunto principal gira en torno de Dmitri Fiódorovich (Mitia, Mítenka), el propio autor en la advertencia preliminar destaca a Alexei Fiódorovich (Aliosha) como el héroe principal. Con esto, suponemos, quiere hacer ver a los lectores que la postura del pequeño de los Karámazov es la de quien porta la esperanza. No en vano es un parlamento suyo a los amigos de Iliúshechka lo que cierra la novela. Aliosha representa el espiritualismo, la fe, la generosidad, la bondad, la pureza (pero no el fanatismo ni el misticismo religioso). Es un “amante de la humanidad” y por eso en un principio emprende el camino del monasterio (hasta que su mentor, el ermitaño Zósima, muy importante en la primera parte de la obra, le señala que ese no es su destino). Este chico es muy querido por su carácter tranquilo y compasivo. Salvo en contados instantes, no parece un Karámazov, pues a esta familia sensual parece que les mueve el fatalismo, la desmedida vitalidad y la apasionada sed de gozar el presente.
El mediano, Iván Fiódorovich (Vania), es quizá el más culto, inteligente y brillante; es taciturno, orgulloso, le angustia su ateísmo, no se sabe para qué ha vuelto a casa del padre. Enamorado de la bellísima, orgullosa y ahora enriquecida Katerina Ivánovna (Kátenka), la prometida de su hermano mayor (tras su intercesión cuando el padre de Katerina, un general, pasó por dificultades económicas), a pesar de sus declaraciones en contra de él, trata siempre de ayudarlo. El mayor, Dmitri, proveniente del primer matrimonio del padre, es un juerguista, con poca cabeza, sobrepasado por sus emociones y pasiones, derrochador, se ve metido con frecuencia en líos y se enamora de Grúshenka (Agrafena Alexándrovna, otra compleja mujer que al principio disfruta confundiendo y manipulando y luego manifiesta un carácter compasivo), la querida de un viejo comerciante (Samsónov), al igual que su padre.
Y falta el hijo bastardo, Smerdiakov, que es el segundo criado de su padre. Huraño, taciturno, arisco, altivo, epiléptico, ronda a Iván, quiere impresionarlo con su inteligencia. Aproximadamente a la mitad de la novela (que está dividida en cuatro partes, con tres libros cada uno, más el epílogo), llega el asesinato del padre y los sospechosos son Dmitri y el propio Smerdiakov. Así pues, en la primera parte se establece el retrato de la familia, se nos pone en antecedentes, y en la segunda ya se narra lo que se desencadena tras este asesinato, la investigación y el posterior juicio contra Dmitri.
El proceso refleja la debilidad del sistema judicial ruso. Visto desde la perspectiva actual, resulta hasta escalofriante cómo recurriendo a la psicología (un arma de dos filos, como dice el abogado defensor, Fetiukóvich), y a través de la elocuencia (citando con frecuencia el Evangelio como si fuera un argumento de autoridad), se puede condenar o salvar a un acusado. Al margen de esto, llama la atención que el narrador sea una especie de cruce entre narrador testigo (como se manifiesta al principio y durante el juicio, emitiendo juicios en primera persona) y narrador omnisciente (porque no en vano nos facilita una radiografía de todos los personajes: sería algo así, pues, como un omnisciente figurativo porque no deja de establecer sus propias impresiones sobre los personajes).
Algunos errores en la traducción y la dificultad añadida de la variabilidad de los nombres y apodos no impiden que el trazo de la psicología de los personajes (a menudo cambiantes y contradictorios, sobre todo Katerina y Grúshenka, que pasan del odio al amor sin que medie mucha diferencia) vaya quedando reflejado a la perfección, con lo que la lectura, a pesar de su gran extensión, resulta atrayente y fascinadora.
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