(82 páginas. 10€. Año de edición: 2009) |
También podría haber titulado Cánaves La historia que no debí escribir. Desafortunadamente, la primera novela del (gran) poeta Javier Cánaves me ha parecido un rotundo fracaso. Y me ha parecido una mala novela por varias (y demasiadas) razones: la principal es que nunca le coge el ritmo a la narración. Demasiado entrecortada, parándose en exceso en incidir en las diferencias entre el yo narrador actual, inmerso en la escritura de una historia del pasado que esa noche se quiere quitar de encima (aunque no sabe muy bien por qué), y el yo de unos años atrás, el que vive la historia con una enigmática mujer llamada Alicia en la isla de Fuerteventura, adonde había huido de su vida estable, su familia, su novia de toda la vida (Linda) y los presupuestos que le esperaban (un trabajo en el bufete de su familia, la relación sin amor con Linda). La nula evolución del personaje y esa evocación injustificada finalmente a aquello que no parece excesivamente reseñable si ni siquiera se reconoce de manera abierta que haya estado enamorado de esa mujer son otros parámetros identificativos de una historia de un fracaso vital que no consigue llegarnos en absoluto.
Esa historia isleña queda tan desvaída que, pese a la brevedad de la obra (no llega ni a 100 páginas), se hace larga y tediosa, y no sólo por esa manía de irnos narrando el proceso o abriendo ventanas mientras rescata fragmentos del pasado o reflexionando o adelantándose o retrasándose en el hilo lineal con aspectos que muchas veces no vienen al caso. No. Es más bien que tanta descripción de estados de ánimo resulta al final contraproducente porque no transmite nada más que tópico y la sensación de oquedad y vacío, pero no el vacío que siente el narrador ante su vida, sino el vacío de la narración mal contada, poco creíble, nada interesante. Todo lo que se nos cuenta de esa etapa se podía haber finiquitado en un par de páginas y ya está. Así nos habríamos librado de esos diálogos pomposos, estériles, hiperliteraturizados y jactanciosos entre el narrador y la chica (“No, claro, no nos aburrimos. Sólo estamos a la espera. / ¿A la espera de qué, Alicia?/ No sé, quizá de la tormenta… Hagámoslo otra vez”... Y este es de los menos ridículos). Un cúmulo de despropósitos verbales alejados por completo de la realidad, incluso de la realidad narrativa. Si se proponía metaforizar o acumular aforismos, que hubiera buscado otro medio. Si se trataba de elevar el rango del personaje de la mujer fatal, entre lo mal descrita y las tonterías que suelta (“A veces me siento feliz y, sin embargo, no puedo dejar de llorar. La visión de una taza sucia en un fregadero puede ser demoledora”), ha fracasado, porque nunca nos impide ver al autor detrás.
Por más que es una novela corta, La historia que no pude o etcétera (un título repetido a lo largo de las pocas páginas bastantes veces, se ve que es muy del gusto del autor, pero tampoco le veo nada sugerente o llamativo) se hace pesada y larga (y sin contar las tediosas reiteraciones). Cuando la chica abandona al narrador, hasta que no llega este a una librería en Madrid y se encuentra con un libro de poemas que le vuelve a traer a la memoria la presencia enigmática de esa mujer fatal (en el poemario llamada Laura; luego al encontrarse con un camarero en su regreso a Fuerteventura se sabrá que también se llamaba Cecilia), nos encontramos con una enmarañada sucesión de hechos resumidos que de nuevo, pese a la síntesis, sobran. Y cuando parece la novela tomar ritmo, cuando parece ser interesante esa casualidad, ese misterio, otra vez la dispersión, que culmina con el punto más bajo del clímax (o anticlímax, qué más da, nunca hay un momento culminante, como tampoco lo hay de un momento valle, todo siempre sigue los parámetros del tedio), al encontrarse a ese gran amor medio zumbada perdida en una residencia contra el maltrato en Santo Domingo.
Estructurado en escenas (algunas tituladas) cortas, el tono entrecortado, dubitativo, farragoso, plano y sin nada de avance pese a que transcurrirán como casi diez años, nos revela a un personaje que no evoluciona nada, que en su búsqueda infructuosa no se encuentra, pero no nos importa porque nos encontramos ante un estúpido egoísta que en la búsqueda de su ombligo se cree que podrá ser escritor y creerá que esa joven misteriosa le podrá ayudar a escribir. Algunas imágenes repetidas (como la del hombre portando un maletín con sus notas, notas que también se podría haber ahorrado), la aparición de algunos sueños que nada aportan, la interrupción de las condiciones vitales actuales del poeta (ahora viviendo con una chica, Elena, de la que no iba a decir nada porque eso sería otra historia y sin embargo lo incumple y nos dice su nombre y cómo le va con ella) y luego el recurso torpe y mal elaborado de encontrarse con pistas (algunas inverosímiles o traídas de los pelos) para volver a encontrarse con Alicia, son algunos otros de los ingredientes de esta mala novela.
La inclusión de algunas frases bellas no justifica un buen resultado. Y más cuando las alterna con momentos que rozan el ridículo (como la imagen del narrador en el váter sacándole el poco tiempo que no tiene, y regodeándose en esa imagen de mierda, y la mierda viene no porque me lo parezca, que también, sino porque así se menciona en uno de los párrafos más escatológicos del libro). Y que conste que soy un gran admirador de la poesía de Cánaves (de hecho, lo mejor de la novela es un poema que resume los aspectos que Alicia va contándole de su vida, como los flamencos o su paso por Cardiff), pero si esta novela (que aparenta contar un hecho real, un hecho real que se ha empecinado en querer narrar) da la sensación de haberle costado tanto (de ahí el propio título) y los resultados son tan poco alentadores, lo que le recomendaríamos es que se centrase en la poesía, donde sí que tiene cogido el tono y el tempo. Recomendación, por cierto, extensible al poco probable lector: lean mejor su poesía.
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