(288 páginas. 18€ -9,50€ en Anagrama Compactos. Año de edición: 2009) |
Fiel a su cita cada año o par de años, Auster saca al mercado otra fantástica novela, aunque, como ocurriera con la anterior, Un hombre en la oscuridad, no termina de rematarla o redondearla como ocurriera en Trilogía de Nueva York, Brooklyn Follies o El libro de las ilusiones.
Dividida en 4 partes, sin duda las dos primeras son las más interesantes. La primera porque el núcleo de la trama está ahí incorporado (el joven Adam Walker, contando en 1ª persona los sucesos del crucial año 1967, a raíz de su encuentro con la dispar y extravagante pareja formada por Margot y Rudolf Born, un profesor de la universidad proveniente de Francia) y la segunda porque cambia el punto de vista y nos encontramos con que la 1ª parte es el texto que le ha enviado, muchos años después, el propio Adam a su amigo de la universidad, un autor de éxito llamado James Freeman, para que lo lea y le dé un impulso al proyecto. Nos enteramos de que la juventud y la belleza de Adam se han marchitado, así como sus expectativas en el panorama literario. Esta 2ª parte, en 2ª persona, llega gracias al consejo de Freeman, y contiene, entre otras cosas, el escabroso escarceo sexual con su hermana Gwin, su mejor amiga y confidente, la única con la que puede estar plenamente a gusto y hablar de su hermano pequeño fallecido en un accidente en el lago.
La 3ª parte corre a cargo del propio Freeman, que reelabora en 3ª persona las notas o esbozos que había podido escribir Walker antes de morir. Se refieren a la estancia en París de Walker tras el tórrido verano con su hermana, donde se reencuentra con Born y trata de vengarse de él arruinando su inminente matrimonio con Hélène, cuyo marido, amigo del propio Born, sigue en un coma irreversible. También cuenta la amistad que surge entre él y la hija de Hélène, Cécile.
La 4ª parte (flojísima) entremezcla el relato del propio Freeman, sorprendido por la noticia del fallecimiento de Walker, pero sobre todo de que Gwin niegue la verdad de lo que cuenta respecto a ella. Establece una cita con Cécile, aún viva, y ella cuenta, por medio de su diario, el reencuentro con Born en una remota isla del Caribe a la que le invita este.
Lo mejor de esta obra es todo el juego metaliterario y ese entramado narratológico (correcciones, lecturas de varios narradores, nombres falsos que salvaguardan los verdaderos...) salva un final un tanto desvaído y carente de pegada, un tanto quijotesco porque lo que se encuentra Cécile al salir de la asfixiante cercanía de Born es algo así como el rebaño de ovejas contra el cual don Quijote arremete. Y una cuestión fundamental queda subyacente: ¿por qué el invisible narrador nos ha contado esta historia tan dispar?
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