Un mundo para Julius. Alfredo Bryce Echenique. Anagrama (13/08/11)

480 páginas. 20€ (también en Anagrama Compactos por 10€). Año de edición: 1970.

Esta novela, dividida en 5 capítulos (El palacio original, El colegio, Country club, Los grandes, Retornos), retrata con sutileza y humor la niñez y a toda una clase social: la alta burguesía limeña de los primeros años 60 (aunque no se especifica y se puede generalizar). Y lo hace centrándose en un niño pequeño, Julius, al que cuidan más los criados que su propia madre (su padre muere cuando él tiene año y medio). 

Este niño orejón al que le encanta pegar tiros desde una carroza a sus cinco años de edad es distinto a sus hermanos mayores, Santiago y Bobby, más brutos ellos, quizá por su vínculo con los criados (el chófer negro Carlos, su hermosa niñera Vilma, la brusca cocinera Nilda, Celso, Daniel, más tarde la Prospe: todos ellos son un subnúcleo dentro de esta novela, quizá para resaltar las diferencias sociales) y por el cariño que siente hacia su hermana de 10 años, Cinthia, de gran sensibilidad, que muere pequeñita y eso le marca, como le marcan sus avances académicos y pianísticos en el colegio de las monjitas, así como sus complicadas relaciones con compañeros.

Este niño inteligente, aficionado a sus Mark Twains (que Bobby le rompe), adora a su madre (pese al poco caso que le hace), nota pronto que no consigue el afecto de su padrastro Juan Lucas, evita en todo lo posible a sus hermanos, sobre todo al final a Bobby, que perseguirá su alcancía para conseguir dinero. Parece que a los 11 años, cuando termina la novela, quiere dejar de lado esa sensibilidad porque le hace daño (se aparta el retrato de Cinthia de la cama, la revelación de Bobby sobre quién se ha tirado le afecta mucho), parece que termina por aceptar que seguirá los pasos de sus malcriados hermanos mayores, aunque siempre cabe la esperanza de que ese llanto final suponga su no aceptación (por más que eso signifique que no se ubicará).

El retrato de los personajes no se queda en Julius (es magistral la introspección del autor en un niño pequeño), sino que va más allá: retrata a la madre, la linda Susan (repite Bryce Echenique hasta el infinito ese adjetivo para ubicarla y explicarla, porque la frivolidad y superficialidad de esta mujer es esencial en ella), que enamora a toda la estúpida sociedad limeña (con su belleza, su manera de retirarse el mechón rubio de la frente, de llamar "Darling" a todo quisqui, de entremezclar español e inglés para que se note sus estudios en Londres), que se desentiende de los problemas delegándolos a su segundo marido, Juan Lucas, que sólo se preocupa de su aspecto (tomar una Cocacola helada, darse un baño, ir bien conjuntada) y de evitar los problemas. Todos le perdonan sus distracciones y despistes porque su papel es figurar y parecer linda.

Aun así, su retrato queda en cierto modo teñido de simpatía, no así con Juan Lucas, un tiburón de los negocios, obsesionado con el golf, los toros y su aspecto físico. A él le corresponde el adjetivo de "viril". No soporta el dolor, las tragedias, la homosexualidad, que no traigan al torero español de moda. Su resolución no hace sino encubrir su tremenda ignorancia, por más que el desparpajo a la hora de gastar dinero trate de encubrirlo. Las respuestas para con Santiago y Bobby cuando estos empiezan a dar problemas son de todo menos educativas: que Santiago se trata de propasar con Vilma, pues se la echa por buscona y al niño se le manda a Estados Unidos a estudiar; que Bobby pide fiesta de graduación, pues se le da una por todo lo grande, pese a las contestaciones y su desmesurada tendencia a salir de fiesta. Resulta más antipático también en cierto modo por su desapego hacia Julius.

Más en segundo plano quedan los hermanos mayores de Julius, Santiaguito y Bobby. Son dos cabezas huecas víctimas de la plana y vacía educación que les proporcionan sus padres: sin ninguna responsabilidad salvo sacarse los estudios para heredar los negocios, tienen todo a su alcance al mínimo esfuerzo, por lo que cuando alcanzan la pubertad están desatados y su moralidad es innecesaria. Santiago sale a Estados Unidos y apenas se sabe de él salvo para pedir dinero y las Navidades que llega de visita con su amigo americano Lang IV. Ahí ya está obsesionado con modelar su cuerpo y flirtear. A Bobby le da por tirar con mujeres (prostitutas, sobre todo con una llamada Sonia, a quien cree reconocer y que será el objetivo del giro narrativo del final), beber y tratar de olvidar a Maruja, con quien se ennovia para olvidar a Peggy, su novia canadiense que su primo Pipo Lastarria (hermano de Rafael, "esos mierdas") le quita.

Luego el personaje peor parado aparte de estos protagonistas es Juan Lastarria, casado con la prima de Susan, Susana Lastarria (la típica mujer devota, amarrada por la iglesia, que vuelca su aburrimiento en las tareas del hogar, rehúye de los eventos sociales, quizá porque es una mujer sin gracia, sosa y fea), un hombre pequeño y tripón obsesionado con emular a Juan Lucas (hasta le pide al arquitecto de moda una casa que sea parecida a la suya) que queda parodiado pese a que logra sus vanos y vanidosos objetivos. Así lo ve el narrador a través de Susan:
"se casó con Susana, la prima Susana, y descubrió que había más todavía (...), desde entonces vivía con el pescuezo estirado como si quisiera alcanzar algo, algo que tú nunca será, darling"

El estilo del autor recuerda en algunos pasajes al de Vargas Llosa, con párrafos apenas hilados sintácticamente (los más complicados de seguir y que remiten a la experimentación del Boom, algunos demasiado crípticos, como el episodio medio onírico del paseo de la lavandera hasta el nuevo palacio de los señores), repitiendo alguna palabra o expresión (al final, por ejemplo, con Julius, "hijo de Susan casada con Juan Lucas, hermano de Bobby"), manejando con maestría el estilo indirecto libre al dejar correr la voz narrativa propia de los personajes (de ahí la abundancia de expresiones limeñas: carajo, cojudo, sacar la mugre, resondrar, tirar, trome...), haciendo discurrir las tramas de la novela con delicadeza y maestría.

Lo demuestra este párrafo del inicio:
"Entra la gente pobre el indicio de motaldá es más alto que entre la gente decente y bien".
Julius no entendió ni papa, pero retuvo la frase (...) porque un día, siete años más tarde, le vino así (...) mientras se paseaba en bicicleta por el Club de Polo.
Esta catalepsis se corresponde con el final del libro, cuando Julius sale con la bici y se cruza con la selvática Nilda, que viene de visita, contando su encuentro con Vilma, la protagonista. Es decir, que el inicio está conectado con el final, así que estructuralmente está bien engarzada. Además, la riqueza en la psicología y la habilidad para dosificar la trama hacen que esta novela enganche y se lea con interés creciente. Una gran novela.

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