435 páginas. 9,50€. Año de edición: 2001 (2002 en España)
Novela ambientada en los albores de la II Guerra Mundial, está dividida en tres partes (más una especie de epílogo extemporáneo, de 1999), aunque el núcleo principal lo constituye la primera, que sucede en 1935, una fantástica recreación desde diversos puntos de vista de una acomodada familia burguesa rural inglesa en una campiña rural. Una prosa pausada, minuciosa, cargada de profundidad y riqueza constructiva (tanto de ambientes, objetos, lugares, como de sentimientos y pensamientos), morosa (me encanta lo de los “paralelogramos de luz”; eso sí, los detractores de los libros descriptivos pueden abstenerse de leerla y dirigirse directamente a la película), que cede el paso con mucha lentitud a las acciones que, no obstante, de forma imparable, van tejiendo una tela tupida y de interés creciente.
La variedad de registros se hace patente no sólo en el enfoque múltiple de esta pausada primera parte, sino en el cambio sustancial de ritmo en la segunda y tercera partes. En la segunda nos situamos en la retirada del ejército aliado frente al avance alemán en Francia (Dunkerque); en la tercera, en un hospital de Londres, que también recibe las consecuencias de la guerra. Ambas partes son descarnadas, y hacen gala de una documentación, un rigor y una sensibilidad increíbles para hacernos partícipes de los horrores y de las consecuencias individuales de la guerra: el miedo ante bombardeos, la lucha por sobrevivir por encima de mandos absurdos, las terribles heridas, mutilaciones y quemaduras recibidas por los soldados, las historias particulares truncadas por aspectos que ni les va ni les viene a la mayoría de ellos. Todo ello trufado de analepsis o flashbacks con los que los dos personajes centrales hacen referencia a los cuatro años que han transcurrido desde 1935.
Los Tallis son el eje de la narración, más en concreto Briony, que en 1935 tiene 13 años, una imaginación desbordante y una firme y tempranera vocación literaria. Por medio de este personaje aparecen interesantísimas reflexiones metaliterarias, tanto al principio:
"Pero esta torpe tentativa le enseñó que la imaginación era en sí misma una fuente de secretos: una vez empezada una historia, no se la podía contar a nadie. Fingir con palabras era algo demasiado inseguro, demasiado vulnerable, demasiado embarazoso para que alguien lo supiera (...). Sólo cuando un relato estaba terminado, todos los destinos resueltos y toda la trama cerrada de cabo a rabo (...), podía sentirse inmune" (página 16).
Estaba muy bien escribir Se sintió triste, o describir lo que hacía una persona triste, pero ¿cómo se describía la tristeza misma, cómo se pintaba de tal manera que se sintiese su cercanía enervante? (página 141);
como en la Parte Tercera, al hacer referencia a la contestación de una editorial al manuscrito que había mandado, en el que refiere el extraño encuentro que presenció de su hermana con Robbie en la fuente (reproducción a media escala del Tritón de Bernini en la Piazza Barberini de Roma); como al final, en el 88 cumpleaños de Briony, cuando se representa la obra teatral que había escrito para recibir a su hermano Leon, que viene de la ciudad, un melodrama llamado “Las tribulaciones de Arabella”, que quiere representar junto con sus primos (Lola, de 15 años; y los gemelos Jackson y Pierrot, que tienen que pasar las vacaciones porque sus padres se están separando), aunque pronto renuncia, de forma unilateral y vehemente, sin dar explicaciones.
Por otra parte, tenemos a Cecilia, la mayor, de regreso de Cambridge (donde las mujeres pueden estudiar, aunque no titular), junto con Robbie Turner, el hijo de la criada, cuyos estudios paga Jack Tallis, el padre ausente que trabaja en el Ministerio (o se trabaja a alguna secretaria, puesto que todos los días se excusa con su esposa por su tardanza). Mientras que Cecilia ha obtenido unas notas mediocres, Robbie ha sido el primero de su promoción y por eso ahora se plantea iniciar la carrera de Medicina, algo que reprueban orgullosamente todos los Tallis, aunque ninguno lo dice. Cecilia está en ese punto de la vida en el que no sabe qué camino seguir, pasando el verano con su familia, en la casa donde ha crecido y donde ahora se siente fuera de sitio. De manera sutil e indirecta, el narrador nos da cuenta de sus sentimientos hacia Robbie, aunque trata de negárselo a sí misma. De ahí que actúe de manera imprudente y desafiante cuando se queda en ropa interior para recoger de la fuente el jarrón del tío Clem, que entre ella y él han roto del asa al tratar de introducirlo en la pileta para que las plantas tengan agua.
Esa escena la capta Briony desde la casa, y la extrañeza que le produce y, por otra parte, la ofuscación que siente por la injerencia de su prima Lola, que se ha adueñado del papel de Arabella, son el estallido para que la niña salga de la casa, en dirección al lago artificial. Lo más destacado de esta primera parte es cómo la linealidad cronológica se altera levemente en cada capítulo, según el enfoque del narrador omnisciente. Por ejemplo, cuando llega Leon, en el capítulo 4, acompañado de su amigo Paul Marshall, propietario de una fábrica de chocolatinas que espera enriquecerse con la inminente guerra metiendo chucherías en los petates de los soldados, este refiere que ha visto a Briony hostigando ortigas, pero ese episodio tarda en producirse, ya con el enfoque puesto en ella, tres capítulos después.
En el pusilánime hermano no hay ningún enfoque, aunque sabemos de la magnífica relación con Cecilia, de su carácter bonachón y confiado, y más tarde, en ese epílogo, sabemos que se ocupó sorprendentemente abnegada de sus hijos. Sí tenemos, en cambio, el de Emily, la madre de los tres hijos, permanentemente confinada en su habitación por unas terribles migrañas que la dejan fuera de juego. Su papel en la casa es marginal, aunque cuando se suceden los hechos a raíz de la fuga de los gemelos, toma decisiones (y son, por desgracia, bastante cuestionables).
Esta primera parte, pues, pone en juego una compleja y precisa maquinaria que desemboca en la cena familiar, a la que Leon ha invitado a Robbie, pese a las reticencias de Cecilia, que sigue enojada con él por lo del jarrón (o quiere creerlo). Antes, un encuentro entre Lola y Marshall (en el que él se siente atraído por ella), unas heridas en la prima que atribuye a sus hermanos, prefiguran el suceso posterior. Asimismo, Briony hará de mensajera de Robbie, que le entrega un mensaje a Cecilia. De las dos versiones que había escrito disculpándose con ella por lo del jarrón, se da cuenta de que ha hecho llegar la equivocada, a que demuestra sus verdaderos sentimientos por ella.
Esa carta la interceptará Briony (que ya para entonces se nos hace fastidiosa e insoportable) y se conformará una imagen degenerada y viciosa del que hasta ese momento ha sido un amigo de toda la vida (más tarde sabremos que además estuvo enamorada de él, a los 11 años). Es el preludio a la falsa acusación que hace cuando, ya de noche, todos salvo Emily salen en busca de los gemelos fugados. Lola es violada cerca del templo de la isla y aunque no ve más que una borrosa figura de la estatura de Robbie, le es suficiente para acusarle con firmeza.
La actitud indecisa de su prima esconde ocultación, pero Briony se empeña con firmeza en su impresión, en su convicción. Ha interpretado mal con anterioridad el encuentro en la biblioteca entre Robbie y Cecilia, a quienes interrumpe en lo que es la escena amorosa cumbre de la novela, y su mente novelesca y tercamente caprichosa no admite más opciones. Ese error será la culpa con la que tendrá que cargar toda su vida, aunque la escritura será la manera más útil para ella de redimirse, por encima de castigarse trabajando de enfermera.
Todo lo posterior es consecuencia de esa falsa acusación que lleva a Robbie a la cárcel, a Cecilia a separarse de su familia por creer a pies juntillas a su hermana pequeña, que a su vez tiene que cargar con su sentimiento de culpa.
Si la historia es interesante de por sí, se enriquece con la mezcla entre realidad y ficción que se hace patente al final, cuando la falsa narradora, Briony, refiere que ha escrito varios borradores sobre lo sucedido en el 35 a lo largo de su vida, y deja en el aire que varios aspectos narrados podrían ser fruto de su imaginación. Juntando estos ingredientes (una bonita historia de amor, la riqueza constructiva y psicológica, el expresivo lenguaje, las reflexiones éticas...) tenemos una novela que se acerca con pasos firmes a una obra maestra. Por ponerle alguna pega, el traductor es laísta.
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