Superman: hijo rojo. Mark Millar. Planeta de Agostini

(168 páginas, 15,50€. Año de edición: 2018)
Del universo (o multiverso, como prefieran) de superhéroes, quizá el menos interesante es el más poderoso o perfecto, ese alienígena bondadoso al que nuestra gravedad o condiciones terráqueas le convierten en un ser indestructible. Se trata de un personaje plano y maniqueo, sin mucha vuelta de hoja, por lo que casi siempre, en sus confrontaciones con Batman, resulta vapuleado. Y no solo porque humanos prefiramos a humanos.

Sin embargo, la propuesta de Mark Millar (guionista de Kick-Ass, entre otros) es de lo más interesante y se basa en una sencilla pero original premisa: ¿qué hubiera ocurrido si la nave de Kal-El, procedente del planeta Kripton, en vez de caer en Kansas hubiera caído en la vieja Unión Soviética? De eso trata este cómic que nos plantea un mundo diferente (ucronía la llaman) en el que la Guerra Fría hubiera tomado otro sesgo bien distinto.

Por ejemplo, en vez de la carrera espacial, EEUU se lanza a la creación de un superhombre para emular a Superman, adscrito a la causa comunista de procurar una igualdad entre todos los seres humanos. Lo irreverente del asunto es mostrar la ideología enemiga como la contrapartida al galopante capitalismo norteamericano. Lo genial es que los personajes que conocemos adoptan papeles bien diferentes para adaptarse a la nueva situación:

Lex Luthor, sin ir más lejos, se convierte en el adalid norteamericano para rivalizar con un ser tan prodigioso; se vale del extraterrestre Brainiac y de su intelecto casi tan privilegiado como el de Superman; su mujer es ni más ni menos que Louis Luthor y su ayudante, Jimmy Olsen; en el bando ruso, la primera novia de Superman, Lana Lang, por quien, al ver su sufrimiento, decide dar un paso en el plano político para suceder a Stalin y liderar una causa por la que instaura un orden de paz y prosperidad nunca antes visto.

Aparecen otros personajes de DC como Batman, ahora convertido en un vengativo terrorista (ya no nos movemos en los años 50, sino que hemos traspasado la frontera de los 70 (segunda parte), en los que el comunismo se ha extendido por todo el planeta, salvo EEUU y Chile) como Linterna VerdeWonder Woman, en principio aliada con Superman, ya que este busca el bien colectivo, aunque luego se le enfrentará, entre otros motivos porque ella está enamorada de él, pero no le corresponde.

Si en las dos primeras partes nos movía sobre todo el interés por mostrar un mundo diferente al conocido en los cómics, en la tercera las reflexiones se potencian porque Batman ha sembrado una semilla de discordia que nos aproxima a universos como 1984, ya que Superman cada vez se muestra más inflexible y estricto con su propósito de elevar la prosperidad del planeta, incluso a costa de los reticentes seres humanos que se niegan a dejarse mandar por un extraterrestre. La libertad es casi nula y Superman es el heredero más exacerbado del despotismo ilustrado.

Y para acabar de redondear un experimento de cómic, el epílogo nos ofrece una circularidad de lo más interesante: Luthor, que había vencido finalmente (apelando a la dialéctica, o al sentimiento de culpa, incidiendo en el fracaso de no haber podido sacar de la botella a la ciudad de Stalingrado) y había capitaneado la mejoría del planeta quedándose con aspectos positivos del planeta, tras tropocientos años de longeva vida gracias a su inteligencia, finalmente cede el sitio a sus sucesores. Uno de ellos, en plena prepotencia derivada de su aún mayor coeficiente intelectual que Lex, ignora el peligro de acercarse a una estrella roja (aquí la debilidad no es la kriptonita, sino la atmósfera así) y Kal-El (evolución del nombre de los Luthor, en una especie de Hodor con capa) es enviado a la Tierra por sus padres para evitar su destrucción, aunque esta vez más que viaje espacial es temporal.

En definitiva, se trata de un cómic muy recomendable.

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