El cuento de la criada. Margaret Atwood. Salamandra

(416 páginas. 18,05€. Año de edición: 2017)
No es de lo más frecuente pasar de la versión audiovisual al libro. A bote pronto, me salen Juego de Tronos y The Leftovers. Siempre suele provocar un interesante juego de comparaciones, y no sé si porque es muy reducido el número de casos en los que he pasado de la imagen en movimiento a las letras en disposición tipográfica, pero casi nunca queda en mal lugar el libro. Quizá por eso las series mencionadas son bastante recomendables (aunque la segunda temporada de El cuento de la criada está bajando enteros, pero no me adelanto).

Con Margaret Atwood me he encontrado a una escritora como la copa de un pino. Si ya el asunto era conocido y me resultaba más que interesante, su estilo me ha terminado de embaucar. ¿El resultado? Un libro imprescindible, a la altura de 1984, al menos en lo que respecta a la narrativa de ciencia-ficción distópica. En lo que se refiere a la sensación de terror, tampoco le anda a la zaga, aunque aquí más bien porque el presente parece disponerse de una manera muy similar a la que Atwood avanzó.

La deriva de la sociedad actual está anticipada en estas páginas. A pesar de que la despótica, tiránica y crudelísima sociedad de Gilead está hecha a modo de síntesis de otras formas de gobierno vergonzantes para el ser humano (principalmente la nazi), no deja de resultar casi paradójico que muchos elementos que se describen pasan actualmente en algunos países. Empezando por esa merma de derechos hacia la mujer, reducida al papel fecundador y de ama de casa casi esclavizada (léase Persepolis, véase Afganistán), pasando por esa ausencia de reacción de la sociedad cuando los derechos fundamentales se ven resentidos (no hay que ir más lejos de España para ver cómo nos hemos movilizado para desembarazarnos de la ley Mordaza, entre otras).

Ya solamente como llamada de atención o aviso de lo que cualquier fanatismo religioso puede llegar a hacer, esta novela merecería la pena. Pero hay mucho más. Hay una autora que escribe muy bien y que sabe llegar a contar una historia. O, si se prefiere, un cuento. Y, por si fuera poco, se trata de una visionaria, algo así como la Julio Verne del siglo XX, y no solo por predecir la deriva de la sociedad.

El argumento es muy similar a la serie. No en vano, participa la autora como consultora o algo así. Sin embargo, serie y libro son muy distintos. O al menos están distanciándose cada vez más, sobre todo ahora que June se muestra tan contradictoria, tan errática, tan infiel a lo que debería ser a tenor de ese deshumanizado mundo en el que su papel se reduce a receptáculo de semen. En el libro, nos encontramos con una narradora mucho menos rebelde y desafiante. No conocemos ni siquiera su nombre real, solo que su nombre impuesto actualmente es Defred

Durante 15 partes (7 de ellas, casi la mitad, titulados "La noche", único momento del día en que las criadas tienen tiempo para sí mismas, para pensar), a su vez divididas en 46 capítulos, nos cuenta en primera persona lo que es la rutina diaria para ellas: sin problemas para comer a diario, con un techo estable, pero sin nada más propio, una vez que la libertad para ellas no está a su alcance. Su finalidad es procrear un hijo, para lo cual deben someterse al ritual de la Ceremonia.

La realidad es una pesadilla, pero a la vez es algo inevitable porque no la evitaron: "Vivíamos, como era normal, haciendo caso omiso de todo. Hacer caso omiso no es lo mismo que ignorar, hay que esforzarse para ello. Nada cambia en un instante (...) Las noticias de los periódicos nos parecían sueños o pesadillas soñadas por otros (...). Éramos las personas que no salían en los periódicos. Vivíamos en los espacios en blanco, en los márgenes de cada número (...) Vivíamos entre las líneas de las noticias". O, más adelante, de nuevo, cuando una furgoneta frena delante de la protagonista y Deglen: "Siento alivio. No se trataba de mí".

En la novela se nos muestra sin florituras cómo es ese mundo casi apocalíptico que le espera a Estados Unidos por medio de esa primera persona que va entremezclando retazos de su pasado por medio de flashbacks. Apenas nos habla de que hubo un atentado contra el presidente, el asesinato a los congresistas, un estado de excepción con la excusa de la lucha contra el fanatismo islamista (¿nos suena eso de algo?) y el abrazo a las explicaciones fanáticas y religiosas a los distintos problemas del mundo, en especial la infertilidad y la falta de pesca a mar abierto. Eso, unido a la pasividad, fabrica una forma de gobierno en el que las mujeres son las protagonistas, pero también las mayores perjudicadas. "Mamá, pienso. Estés donde estés, ¿puedes oírme? Querías una cultura de mujeres. Bien, aquí la tienes. No es lo que pretendías, pero existe. Tienes algo que agradecer".

La hija de la narradora no tiene tanto peso, ni tampoco Luke, a quien podemos achacar un mayor egoísmo que en la serie, quizá porque aquí no sabemos de su destino, solo conjeturas desesperanzadas, incluso en la hipótesis de que siga vivo. El egoísmo reside ante todo en que cuando el sistema tal y como lo conocemos empieza a venirse abajo y las mujeres de la noche a la mañana pierden sus cuentas bancarias y sus trabajos, no se solidariza con ella, no es capaz de entablar una comunicación que al menos les lleve lejos de un país que ha perdido el norte. Además, este personaje se carga a su gato en su intento frustrado de huida. Algo imperdonable y que habla de que no solo la sociedad en términos abstractos y generales ha fracasado, sino que el fallo está en cada una de las fallidas decisiones personales.

Está claro que el Comandante (probablemente Wateford, aunque aquí no se está seguro) y su señora esposa, Serena Joy (nombre falso) se llevan la palma, y que hay malos y los hay peores. Los hay que han liderado este sinsentido y luego están los que lo sufren. El esquematismo de estos peces gordos del movimiento que lidera Gilead está anclado en su enferma y reduccionista manera de entender el mundo. En la novela son mayores, y en este punto creo que la serie los recrea con mayor riqueza, sobre todo a Serena, esa malnacida que pergeñó intelectualmente ese régimen "político". En ambas versiones, sea como sea, la pareja tiene un condicionan fundamental: la hipocresía. Adoran las nuevas reglas, pero son los primeros en saltárselas (él lo ejemplifica en Jezabel: mujeres como receptáculo para procrear, pero el sexo con prostitutas no está erradicado; ella cuando le propone tener sexo con Nick).

Moira tiene un desarrollo similar hasta Jezabel; Janine (la única, junto con Moira, con su nombre verdadero) está bastante más cambiada, se la detesta un poco más y su enajenación no es tan entrañable; Rita, la martha de los presuntos Wateford, no es tan amiguita, y hay una Cora, otra sirviente, que en la serie no ha aparecido; Nick es como en la serie, pero más secundario; tampoco la tía Lydia aparece tanto; y Emily no pasa de Deglen, alguien en contacto con una organización llamada Mayday, la resistencia de turno que tampoco queda más desarrollada.

Con el libro te enteras también del porqué del título, por qué la palabra "cuento": "Más tarde intentó explicármelo, contarme que las cosas que allí [en un documental sobre la Segunda Guerra Mundial y el holocausto] aparecían habían ocurrido realmente, pero para mí no era más que un cuento, creía que alguien se lo había inventado. Supongo que todos los niños piensas lo mismo de cualquier historia anterior a su propia época. Si sólo es un cuento, parece menos espantoso". Cambiemos niño por cualquier persona y ahí lo tenemos.

Otro aspecto diferente (a no ser que cuando terminemos la tercera temporada que ya está proyectada lo veamos también) es la última parte, después de un final totalmente abierto, titulada "Notas históricas", con una transcripción parcial de unas actas del Congreso de la Asociación Histórica Nacional, el 25 de junio de 2195, que nos descuadra cambiando radicalmente de perspectiva, analizando los pormenores de Gilead a través del relato transcrito a partir de unas cintas de casete.

Del estilo, muy personal como se puede observar en la manera tan libre de mostrar diálogos (sin marcas, sin rayas ni comillas), en vez de intentar expresarlo con mis palabras, me limitaré a señalar algunos pasajes: 
"Lo que necesito es una perspectiva. La ilusión de profundidad creada por un marco, la disposición de las formas sobre una superficie plana (...). De lo contrario, una viviría con la cara aplastada contra una pared (...). La propia piel como un mapa, un gráfico de inutilidad entrecruzado por pequeñas carreteras que no conducen a ninguna parte. De lo contrario, una viviría el momento presente. Que no es donde quiero estar"."Cae la noche. O ha caído. ¿Por qué la noche cae, en lugar de levantarse, como el amanecer? Porque si uno mira al este, hacia el ocaso, ve que la noche no cae sino que se levanta; la oscuridad se eleva en el cielo, desde el horizonte, como un sol negro detrás de un manto de nubes. Como el humo de un incendio invisible, una línea de fuego justo por debajo del horizonte, una pincelada de fuego o una ciudad en llamas. Tal vez la noche cae porque es pesada, una gruesa cortina echada sobre los ojos".

No hace falta ver la serie para disfrutar con esta novela. Con esta necesaria y estupenda novela.

Comentarios