Chernobyl. Temporada 1 (miniserie)

(HBO. 5 episodios: 06/05/2019 - 03/06/2019)
Contiene spoilers

Después del fiasco absoluto de Game of Thrones, la despedida de HBO al menos ha sido por todo lo alto, con esta miniserie que desde ya entra de lleno en una de las mejores series no del año, sino de los últimos tiempos (de momento, la mejor valorada en IMDB: 9,7). Vale que a mí de antemano me ha interesado siempre el tema del accidente  nuclear del que apenas recuerdo vagamente nada (tenía 8 años cuando sucedió), pero creo que lo conseguido trasciende de sobra el haber apostado por un valor seguro.

Porque no solo es afrontar la catástrofe de la central nuclear soviética, sino además, cómo lo han hecho, cuidando hasta el último detalle: casting, efectos, recreación del año 1986 en la Unión Soviética comunista, música (la violonchelista islandesa Hildur Guðnadóttir es otra que firma una maravilla que provoca un enorme desasosiego), la factura de la producción, e incluso la forma de narrarla, partiendo de las grabaciones que hizo el físico nuclear Valery Legasov (excelso Jared Harris, un valor seguro al que había visto por última vez como el rey Jorge VI en The Crown) antes de suicidarse, dos años después del accidente. La circularidad que nos ofrece el último episodio es el magnífico colofón de algo que se le acerca mucho a la obra maestra.

No se me ocurre más pegas que ponerle más allá de que la perfección se hubiera logrado si hubieran grabado la serie en ruso. Y si hubiera que buscar algún pretexto para no verla, a lo sumo que se trata de una serie que te va a acongojar y entristecer, y a ratos enfadar o indignarte, y a lo mejor te va eso de ignorar los problemas o dar la espalda a la realidad.

Partiendo por el final (no llega a ser spoiler algo que pasó hace más de 30 años, ¿no?), esos 31 muertos oficiales ofrecidos por el gobierno soviético (y al mismo tiempo por el principio: ese 26 de abril del 86), sabemos que la serie no solo va a tratar de cómo explotó uno de los núcleos de la central nuclear, sino de que para que eso se produjese hubo una confluencia de pequeñas catástrofes que se superpusieron para que a la una y veintitrés minutos de la madrugara sucediera lo que sucedió. Y no solo fue la suma de incompetencias y ambiciones más allá de lo razonable, sino que la estructura arcaica, obsoleta e hipócrita del gobierno comunista (dirigido por entonces por Mijail Gorbachov, David Dencik) tuvo otra gran parte de culpa.

La estructura narrativa, como digo, es magistral. Partimos ya de la explosión e iremos conociendo cómo se llegó a ella en el último episodio, cuando tres de los protagonistas declaren en el juicio celebrado en la misma URSS. Ya desde el principio, sin conocer demasiado los prolegómenos, nos cae fatal el jefe de la central, el despreciable y despótico Anatoly Dyatlov, apoteósico Paul Ritter), el típico jefecillo que lame los pies a sus jefes y maltrata a sus empleados. 

Llevar a cabo un simulacro para ascender será la base de lo que sucedió, pero no solo se trataba de Dyatlov. Vemos también a Briukhanov (muy bien lograda la voz cascada que le pone Con O'Neill) y a Fomin (Adrian Rawlins, otro muy bien caracterizado), y lo atisbaremos en uno de los jefazos de la sede bielorrusa cuando Ulana intente alertar de la gravedad del accidente de Chernobyl por sus mediciones, un gordo opulento y corrupto que representa como nadie la alteración de los valores comunistas que llevaron a Lenin a propugnar el reparto igualitario entre todos. 

La maquinaria estatal de la URSS era tan rígida y desfasada como Chernobyl, y la máxima paradoja la representaba la KGB (cuya cara visible es la del repugnante Charkov -Alan Williams-), que más que buscar la verdad se ocupa de buscar culpables y esconder cualquier participación del estado. Contra eso choca nuestro héroe tranquilo y fumador Legasov, que al menos se encuentra con el parcial apoyo del viceprimer ministro soviético Boris Shcherbina (puede que el mejor papel de su carrera para Stellan Skarsgard), reacio en principio a desconfiar de la versión oficial, pero luego entregado hasta el límite de sus posibilidades para minimizar los daños.

Unos daños que comprobamos casi de inmediato. Alarma no ver máscaras o trajes especiales hasta el segundo o tercer episodio, o que desconozca la mayoría los efectos letales de la radiación a la que se exponen. Legasov parece el único lúcido en entender que la radiactividad se come por dentro las moléculas y dependiendo del grado de exposición a ese aire cargado de veneno invisible, los efectos pueden ser demoledores o terribles. Ellos mismos, simplemente por el hecho de estar en las inmediaciones de la central, están reduciendo su esperanza de vida radicalmente. Pese a todo, ni siquiera es factible desalojar a los habitantes de Pripyat, a escasos 3 kilómetros de la central.

Pues si eso es así, y no están directamente implicados, pone los pelos de punta pensar qué pasará con los empleados que tienen que obedecer al intransigente Dyatlov, los Toptunov (Robert Emms) o Akimov (Sam Troughton) que no se pueden negar y que no son capaces de convencer a su jefe de la explosión del núcleo, ya que este se escuda en que no puede pasar. Por eso y porque se sabe culpable, mentirá en la exposición de los datos de la medición roetgen, en un cruel e incomprensible afán por falsear la gravedad de los hechos.

Tal vez de no haber sido así, los bomberos que acuden a apagar el fuego no hubieran tenido que afrontar tanta radiación (algunos llegan a tocar el grafito que recubría el núcleo). Pone cara a ese drama Vasily Ignatenko (Adam Nagaitis), sobre todo por medio de su esposa Lyudmilla (Jessie Buckley es otra de las secundarias que engrandecen la serie). Las escenas del hospital de Moscú son brutales, con unas quemaduras tan horrorosas como dolorosas (primero de color rojo, luego negras, para a continuación llegar a desfigurarles los rasgos). También estremece cuando los habitantes del barrio más cercano a la estación se van al puente a observar la "belleza" del fuego que expele el reactor de Chernobyl. Todos morirán, hayan estado presentes o nazcan después.

Frente a la ignorancia del pueblo, la sinrazón de los dirigentes, llevada al máximo grado por Zharkov (Donald Sumpter, el maestre Ludwin en GoT), que conmina a los dirigentes de la reunión de emergencia a que prevalezca el estado por encima de otros intereses. Nada de huir o de acordonar zonas, sino hacerle frente con esa valentía intrínseca al carácter ruso.

En los siguientes episodios, nos centraremos en atajar los peligros inmediatos: la sobreexposición de radiación que no deja de expulsar minuto a minuto la central, el peligro de que se extiendan las explosiones a los otros núcleos, que se filtre al agua y que llegaría incluso al Mar Negro..., además de tratar de entender cómo algo que parece físicamente imposible (la explosión de un núcleo atómico) haya podido producirse. A Legasov se le une Ulana Khmyuk (ni más ni menos que Emily Watson), que llega a tiempo para avisar a Legasov que su estrategia de cubrir con arena y boro el cráter abierto de la estación es un error fatal que podría magnificar los daños a toda Europa. En todo momento no abandona la sensación de terror inherente a lo que ha pasado y está a punto de pasar.

Me gusta el epílogo del final de la serie, cuando te explican cómo acabaron los protagonistas de la serie, y más en el caso de Ulana, que en realidad representa los muchos científicos rusos que lucharon por la verdad incluso por encima de las represalias y detenciones de la oxidada maquinaria soviética. Sin duda, Gorbachov no andaba equivocado cuando citó el desastre de Chernobyl como la puntilla para el régimen comunista. ¿Ya sabría que estaba muerto de antemano al fundamentarse en la mentira, la ocultación y aferrarse a las toscas apariencias? Un régimen que no minimizó los daños sino todo lo contrario porque más que la seguridad de sus ciudadanos está mantener intacta su propia imagen no merecía seguir existiendo, sin duda.

La serie también permite al espectador conocer otros héroes mudos que contrarrestaron la inmensa incapacidad de quienes desencadenaron las miles de muertes directas e indirectas: los tres buzos que cierran las válvulas del agua para que no se desencadene una explosión mucho mayor; los mineros de carbón que excavaron día y noche a temperaturas altísimas y radiación extrema para sellar por debajo del núcleo la zona; los soldados que tuvieron que matar perros y gatos para que no se propagase la contaminación...

Más allá de las úlceras terribles o de las escenas en las que una camada de cachorros tiene que ser asesinada, o de los dramas de la mujer de Ignatenko representando los de otros anónimos ucranianos o bielorrusos, hay que hablar del cuidado por los detalles, de la fantástica recreación de las calles soviéticas, de la inteligente dosificación de la intriga (saber con detalle lo que sucedió), de los peligros que tiene la manipulación de la información...

Así se abre y se cierra esta serie, con estas palabras, que hoy más que nunca están de plena vigencia y actualidad:

“¿Cuánto cuestan las mentiras? No es que vayamos a confundirlas con verdades. El peligro es oír tantas que ya no reconozcamos la verdad. ¿Qué hacemos entonces? ¿Queda algo que no sea abandonar la esperanza y contentarnos con cuentos? En esos cuentos, da igual quiénes sean los héroes. Queremos saber de quién es la culpa".

Comentarios

Marian ha dicho que…
¡Hola! La terminé de ver ayer y ufffff me gustó mucho. De acuerdo contigo en todo, me pareció una serie espeluznante, impactante sobrecogedora, brutal. En fin podría usar muchas más palabras para definirla. Y las actuaciones magníficas (ayer vi unas fotos en las que se comparaban los personajes verdaderos con los actores que les han dado vida y la verdad es que hay muchísimo parecido, los han escogido con mucho esmero
Besos
Juliiiii ha dicho que…
Hola de nuevo ;)

No creo que sea la mejor serie de la historia como parece que sele en algún ranking, pero desde luego sí la mejor del año y buenísima, muy bien construida, contada y, como tú dices, interpretada.

Más besos