The Punisher. Temporada 1

(Netflix. 13 capítulos: 17/11/2017)
Contiene spoilers


Algo pasa cuando la que debería ser la obra maestra de Marvel en cuanto a series, según lo visto en la segunda temporada de Daredevil, en la que lo mejor fue este personaje que ahora contaba con su propia serie, no te termina de satisfacer. No digo que sea mala ni que no me haya gustado, pero sí que esperaba más, que viene a ser una manera eufemística de decir que ha sido un poco decepcionante.

Y no tiene nada que ver el ritmo tan lento con que empieza, con un Frank Castle en modo Sísifo, ataviado con una barba de hipster (se bromea con esto incluso) y un mazo con el que se ensaña contra todas las paredes que encuentra. Aprovechando que ha muerto para el mundo, adopta la identidad de un tal Pete, que casi vegeta en la construcción, sin apenas contacto con sus compañeros, teniendo recurrentes pesadillas en las que su esposa Maria (Kelli Barrett es casi testimonial) y sus hijos son asesinados.

Sin embargo, no puede evitar involucrarse en la defensa de uno de los nuevos, a quien han metido en un lío de cuidado unos matones que trampean por ahí aparte de trabajar en la obra. Ese es el punto de partida de esta historia, junto con la llegada de alguien que parece saber la verdad sobre quién es, alguien que le está observando y que quiere ponerse en contacto con él, un tal Micro (estupendo Ebon Moss-Bachrach, el atontado de Desi en Girls).

No me parece mala idea explicar con detalle la tortura que significa vivir para Castle, el grado de tormento interior que padece, ni había que empezar a tiros de inmediato. Partimos de que Jon Bernthal es el Castigador idóneo, con un trabajo elogiable, con momentos para transmitir dolor, rabia y sentimiento de culpa. El problema viene cuando le hubiera sentado mejor a la serie una duración de diez capítulos. Me han sobrado bastantes cosas.

No en lo referente a Micro, David Lieberman, un informático al que también se le da por muerto tras querer dar a conocer un vídeo que demuestra como mínimo torturas por parte de los soldados estadounidenses en Afganistán. Su única salida es convencer a Castle para poner las cosas en su sitio. Y no hay mejor manera de hacerse respetar por Frank que mostrar valentía e ingenio, cualidades que hacen perdonar una cierta tendencia a ser un bocazas. Lo mejor de la temporada ha sido cómo nace y crece la amistad entre dos hombres que están en las Antípodas. 

David lleva un año dado por muerto y su esposa Sarah (Jaime Ray Newman) bastante tiene con cuidar de sus dos hijos, el mayor, Zach, y la pequeña, Leo (mejor Ripley Sobo que Kobi Frumer). Aunque la llegada de Pete a sus vidas tras atropellarlo le dará algún aliciente más, para tortura de David, que será testigo mudo de esa tensión no resuelta sobre todo por parte de su esposa de cara al hosco y duro de Pete. Los paralelismos entre la familia de David y la suya propia ayudan a que Frank se identifique en la causa de David.

Ayuda también que el cerebro detrás de las operaciones en Kandahar sea Rawlins (excesivamente polarizado Paul Schulze), un jefazo de la CIA que oculta las vinculaciones con el tráfico de heroína en Afganistán. Los malos son tan malos que no cabe otra cosa que darles una merecida tunda. La única condición para ponerse manos a la obra junto con David es que él pueda matar a todos esos malos.

En el bando contrario, aunque también en la CIA, está la agente Dinah Madani (Amber Rose Revah entra dentro de lo más destacado), que pronto se convertirá en una aliada, como Karen Page, y más tras el asesinato de su compañero de Sam Stein (Michael Nathanson, The Knick), el único que se había ganado su confianza, algo elogiable si tenemos en cuenta que Madani es algo así como la versión sexy y suavizada de Frank.

Y para de contar. El resto de la serie, por desgracia, ha sido un cúmulo de tópicos y de paja que han convertido a The Punisher en algo muy previsible. Por ejemplo, Curtis (cumple al menos Jason R. Moore), el único amigo que conoce que Frank no está muerto. Un veterano de guerra, con una pierna ortopédica, con más moral que el alcoyano, que promueve charlas para los ex militares. Una especie de Foggy que además sirve de nexo para introducir la trama más chapucera y peor conjuntada desde hace mucho, la del tocado Lewis Walcott (Daniel Webber hace lo que puede con un personaje planísimo), que vendría a plantear el tema de si la cruzada violenta de Castle podría ser extensible a cualquier castigador con nociones de injusticias.

Aunque el premio gordo para la previsibilidad es para Billy Russo (Ben Barnes), el "bro" de Frank, el único que compartió con él todo el marrón de Kandahar. Si ya huele que haya prosperado tanto en los últimos años con esa empresa de seguridad que incluso tiene contratos con la CIA, que sea tan abnegado y casi un hermano para Frank, no puede significar sino que va a ser el Judas de turno, algo que se ve venir casi desde que aparece en pantalla.

Es verdad que al final se endereza algo el rumbo, que tenemos un muy buen décimo episodio con varios puntos de vista a lo The Affair y una cronología alterada que le da un toque especial, y es verdad se nos ofrece el recital de violencia, balas, explosiones, muertes y sangre que se le presuponía a The Punisher, pero aun así no compensa que sepamos casi con certeza lo que viene a continuación. Si a este semi fiasco le sumamos el truño de The Defenders, todo apunta a una dirección: tantos frentes abiertos para Marvel en televisión le están pasando factura en acartonamiento, frescura y originalidad. 

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