(Discovery Channel. 8 episodios: 01/08/2017 - 12/09/2017) |
Esta serie que ha pasado bastante de puntillas debería tener más resonancia. Gracias a Netflix la está teniendo y va a dar bastante que hablar. A medio camino entre Mindhunter (investigación del FBI en la que se prueba algo novedoso, un investigador un tanto "rarito") y American Crime Story (O.J. Simpson, cuyo juez incluso es nombrado, además de eso comparten una documentación rigurosa), tiene suficientes elementos como para no hablar de un simple procedimental tipo CSI o los mil millones de series que buscan y encuentran asesinos.
Empezando por la recreación histórica exhaustiva y acabando en la presentación de dos personajes que tienen mucha miga, quizá le falta el vuelo que es presumible que tendrá Mindhunter, a la que se le vislumbra cuerda para mucho rato, pero cumple el cometido de ir más allá de la simple investigación.
Contiene spoilers
Como digo, Manhunt le debe mucho a su dúo protagonista: el criminal buscado es el enigmático y misterioso Unabomber, Ted Katzynski (nombre que conoceremos avanzada la trama), que manda bombas y mensajes para acabar con el avance tecnológico, porque supone un retroceso para la libertad individual (menos mal que el tal Ted no saldrá en la vida de prisión, porque si no le daría algo con el avance o la deriva en este sentido).
Tras varios años de investigaciones estériles, será la intervención de Jim Fitzgerald, 'Fitz' (Sam Worthington) la que dé un vuelco, por medio del análisis del lenguaje de los manifiestos y las cartas del terrorista y asesino (tres muertos y decenas de heridos). Alternaremos dos tiempos principales, el que sería el presente de 1997, a punto de celebrarse el juicio, y 1995, año en que la investigación del FBI por fin obtuvo un nombre fiable en la pizarra de Don Ackerman (Chris Noth, Sexo en Nueva York y Peter Florrick, con unos considerables lupos) gracias a la tenacidad de Fitz.
La gracia de Manhunt es hacer interesante lo que en realidad parece tedioso incluso para un filólogo: cómo la redacción, la ortografía e incluso el empleo de frases hechas obtuvo la trascendencia que la potencia del procesador de datos no había logrado. Además de eso, nos expone cómo el "bueno" en realidad hace cualquier cosa por atrapar al "malo", y para ello se lleva por delante todo lo que pilla por medio: ya sea su compañera Tabby (Keisha Castle-Hughes, la intrascendente Obara Sand en Game of Thrones), que se juega el puesto por él a cambio de no obtener correspondencia; ya sea su (sexy) compañera lingüista, Natalie (Lynn Collins); ya sea incluso su esposa, Ellie (Elizabeth Reaser) y, por ende, su familia.
La obsesión de Fitz llega a extremos delirantes, como olvidarse de sus hijos en el cine o comportarse como un psicópata, demostrando una nula empatía, con lo que es normal que acabase adoptando el estilo de vida ermitaño de Ted. Lástima que la interpretación de Worthington deje bastante que desear, porque por momentos vemos a un lelo más que a una persona con dificultades a la hora de las relaciones sociales. Algo que no le pasa a su némesis, Ted, interpretado con mucha soltura y muchos matices por Paul Bettanny, que le da mil vueltas.
Incluso sin llegar al maravilloso sexto episodio (Ted), en el que incluso retrocedemos a los años 50 para ver la infancia y juventud del asesino, vemos infinidad de registros en la interpretación de este asesino en serie obsesionado con sus ideas anti progresos técnicos. Que su propio hermano David (Mark Duplass) sea quien apuntille a Ted no deja de ser algo lógico si el propio hermano mayor siente que siempre le han traicionado. La paradoja de esta serie es que nos compadecemos de un tío que se dedica a poner bombas, aunque viendo que era una persona que define sus relaciones con los demás como un constante observarles a través de una ventana, era hasta normal que su ira se canalizase de manera paranoica.
Casi lo consigue a través de Theresa (Trieste Kelly Dunn, Banshee) y su superdotado hijo Timmy, pero al final vuelve a quedarse a las afueras, con el consiguiente castigo de no tener más remedio de no poder cambiar de vida. Hay que hacer una mención especial a las interpretaciones del infante Ted (Grady Port) y del adolescente Ted (John Bechtold), sobre todo de este último, quien tiene que soportar las torturas de su profesor de universidad, el doctor Henry (que sí se merecía como mínimo una cadena perpetua por sus investigaciones).
Aunque sabemos casi desde el principio cómo va a acabar la historia, nos interesa conocer los detalles de la investigación, en la que también tiene un relevante papel el repelente Stan Cole (Jeremy Bobb, mayúsculo en The Knick). Incluso el juicio, en el que volverá a ser necesaria la participación de Fitz.
Cuando al final el "bueno" acaba casi solo (no se entiende cómo Natalie sigue apoyándole en 1997 después de comprobar que era casi accesoria para él), le llueven broncas por parte de Don y le niegan los méritos (se los atribuye Andy Genelli (Ben Weber), casi te alegras visto cómo se comporta. Y cuando el "malo" debería haber ido a un centro psiquiátrico más que otra cosa, la escala de grises casi completa su total inversión. Solo un enfermo pudo cazar a otro enfermo.
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