Berta Isla. Javier Marías. Alfaguara

(552 páginas. 20,81€. Año de edición: 2017)
Con Javier Marías quizá haya que hacer el esfuerzo de separar su obra de su persona, cada vez más relacionada con su desabrida tendencia a quejarse. Cuando se efectúa esa disociación, no cuesta nada admirar su prosa, su estilo personal, su tendencia a la pedantería (sobre todo en esos inverosímiles o literaturizados diálogos) y su manejo discursivo del tempo narrativo.

Posiblemente, estemos lejos de las cotas más altas de Marías, pero incluso una obra no tan redonda como algunas anteriores ofrece una riqueza al alcance de pocas plumas. Tampoco llega a lo que para mí es el punto más bajo, Los enamoramientos (pese a que comparta un final un tanto desinflado y no tenga uno de esos inicios tan excelentes, las primeras frases suyas suelen poseer un gancho especial) y es indudable que tiene suficientes aspectos positivos como para resultar una lectura entretenida.

Dividida en 10 partes (estructura que parece más aleatoria que otra cosa), cada una de ellas está secuenciada en escenas casi siempre no muy extensas (quizá la única concesión al lector, al que dispone de descansos para que el ojo respire ante tanta trabajosa densidad), alterna tres puntos de vista diferentes: uno en tercera persona, el clásico omnisciente, con el que abre el libro y presenta a los personajes y la situación, hasta la segunda parte; y luego, las narraciones de Berta Isla y de Tomás Nevinson (este en menor medida).

Si la distribución narrativa es bastante dispar (y que en cualquier otro autor habríamos hablado de debilidad o, al menos, de dudosa heterogeneidad), la línea argumental es bastante escasa, sobre todo porque se nos sustrae en su mayor parte: Tomás, de padre inglés, Jack, y madre española, Mercedes, no solo es bilingüe, sino que tiene una facilidad asombrosa para hablar cualquier idioma e imitar cualquier acento. Esa cualidad llama mucho la atención en Oxford, en cuya universidad estudia. Peter Wheeler (ya aparecido en otras novelas de Marías, esa recurrencia es marca de la casa) intenta reclutarlo para el servicio de inteligencia británica, pero Tomás prefiere volver a España para casarse con Berta.


Entonces ocurre algo: Janet Jefferys, el 'rollo' oxoniense de Tomás (todavía había erotismo en la inauguración de Berta, con esa escena de persecución de un gris a caballo, y la intervención salvadora de un banderillero con quien se acaba acostando, a Tomás poco le falta para que su pérdida de virginidad sea prostibularia), aparece muerta justo después de haber pasado la noche con él, por lo que queda señalado como principal sospechoso.  Para salir del embrollo, Wheeler le pone en contacto con Bertram Tupra, un jefazo de los servicios secretos (MI5 o MI6). Turra (o Ted Reresby, o Dundas, o Ure), otro personaje ya  aparecido en Tu rostro mañana, le recluta a cambio de quitarle los cargos.


En cualquier otra novela, las actividades de espionaje serían el motivo fundamental. En cambio, el foco pasa a Berta y a su actitud de espera o resignación ante el paulatino y progresivo cambio de su ya marido, cada vez más manchado (término muy de Javier Marías) por los casos de suplantación, engaño, ocultación o similares. No le cuadra en exceso que trabaje para la embajada o para la Foreign Office. Los dos niños (Guillermo y Elisa) que tienen tampoco frena esas ausencias de las que apenas habla a su mujer, aunque la aparición de Miguel Ruiz Kindelán y su esposa Mary Kate, que incluso amenazarán con quemar a Guillermo, el hijo de Berta y Tomás, por lo menos aclara un poco el panorama.

Me dedico a esto, le dice Tomás a Berta, pero no puedo contarte nada en concreto porque no puedo. Y no solo ella lo acepta, sino que tras la guerra de las Maldivas (Falklands para los british people), su marido ya no regresa y pasan doce años e incluso se le da por muerto, pero ella no rehace su vida. Si estuviésemos ante cualquier otro autor, diría que el personaje de Berta es inverosímil y que está mal construido (como ya pasara en Los enamoramientos). Su inteligencia o perspicacia es casi exactamente la misma que la de Tomás, ambos recitando versos de Elliot o recordando una escena de Enrique V de Shakespeare. Da clases en la universidad y es madre, pero esto último es casi un apósito. Javier Marías es exhaustivo y hasta evocador a la hora de hablar de marcas de cigarrillos, pero los niños apenas aparecen más que nombrados, y una de las escenas cumbres, la de Kindelán y el mechero, podría haber sido más aterradora si los niños se hubieran definido como algo más que un añadido.

Pero ocurre igual con los diálogos. Da igual el personaje que tome la palabra, siempre es Marías quien lo está haciendo. Apenas el discurso cambia con respecto al narrador: los mismos periodos largos, la misma amplitud oracional, la misma impecable erudición, la misma tendencia a la pedantería. Y no pasa nada, porque cuando lees una novela suya hay que aprestarse a ese juego porque es uno de esos peajes necesarios. Cuentan las meditaciones, las reflexiones, las disquisiciones, las interrupciones, los circunloquios, las repeticiones (no solo las primeras frases, sino los versos de Elliot y algunas expresiones más), las digresiones, las descripciones, que elevan el tono del relato:
Entonces todo iba más rápido y adelantado que ahora, en contra de lo que se  cree, y los jóvenes se sentían adultos desde muy pronto (...). No había motivo para esperar ni remolonear, y tratar de prolongar la adolescencia o la niñez, con sus plácidas indefiniciones, parecía propio de pusilánimes y medrosos, de los que la tierra está hoy tan llena que ya nadie los ve como tales. 
Ni siquiera pensó en lo raro que ha de ser dejar de existir, en la incredulidad que debe de producir en quien aún tiene conciencia, hasta que ésta se apaga, por así decir. 
qué fácil ser engañado y no digamos mentir, algo sin mérito y al alcance de cualquier tonto, es curioso que los embusteros se crean listos y hábiles, cuando para eso no hace falta la menor habilidad. 
Hay muchas mujeres desesperadas por tener un hombre, el que sea. Tantas como hombres desesperados por tener una mujer, la que sea. Suelen acabar juntándose unos con otros, y así sale el mundo insatisfecho
Como digo, me ha resultado una novela interesante, que no me ha costado leer, que consigue atrapar la atención porque Marías es un maestro en eso, aunque en otras ocasiones su falta de miga argumentativa estaba mejor conseguida, aquí es casi fastidioso no saber nada de las operaciones secretas de Tomás (Berta lo acepta, pero este lector no, vaya), con una sorpresa argumental en el último tercio de la novela que no me cambia mucho la opinión ni el resultado, y con un inicio menos contundente que en otros títulos (títulos que últimamente no son de los más atractivos, por otra parte), por lo que no me parece una novela redonda.


                         

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